Las contradicciones de Israel
EL CANJE de prisioneros que acaba de llevarse a cabo -entre tres militares israelíes que estaban en manos del Frente Popular de Liberación de Palestina-Comando General y 1.150 combatientes de la resistencia palestina, 600 de los cuales han decidido retornar a vivir en sus residencias anteriores, en Cisjordania, territorio ocupado por Israel- ha puesto al rojo una serie de contradicciones que atraviesa hoy tanto la vida diaria de los ciudadanos del Estado israelí como sus estructuras parlamentarias y gubernamentales. Las condiciones del canje chocan por su desequilibrio exagerado; sin embargo, en ocasiones anteriores, el Gobierno israelí ha realizado intercambios para recuperar a sus soldados caídos prisioneros en términos bastante parecidos. Que grupos extremistas hayan organizado manifestaciones de protesta exigiendo el indulto de israelíes condenados o juzgados por actos terroristas contra los árabes no puede sorprender. Lo que es un fenómeno inquietante es la división, muy seria, que se ha evidenciado dentro del Gobierno y la escasa capacidad de su presidente, el laborista Simón Peres, para definir una trayectoria coherente ante los problemas de Oriente Próximo.El nombramiento de Peres abrió esperanzas y se desbloquearon ciertos caminos hacia una posible negociación. No se pueden menospreciar los pasos que se han dado en el mundo árabe en los últimos tiempos para acercar posiciones que ayer estaban distanciadísimas. Al frente de la OLP, Yasir Arafat ha aceptado dos puntos esenciales: que la negociación se lleve a cabo por una delegación conjunta jordano-palestina y que la solución futura se base en una federación jordano-palestina, lo que obvia el fantasma para Israel de un Estado palestino independiente. Sobre el primer punto, el presidente egipcio, Mubarak, que ha restablecido relaciones cordiales con Arafat, ha propuesto en Washington que los palestinos en la citada "delegación conjunta" no sean miembros oficiales de la OLP, lo que permitiría soslayar la negativa cerrada sobre ese punto de norteamericanos e israelíes. El reciente viaje de George Shultz por Oriente Próximo ha sido discreto; ha evitado declaraciones o compromisos precisos, aleccionado sin duda por el fracaso que sufrió sobre el acuerdo de Israel y Líbano, enterrado al poco tiempo de ser concluido. Sin embargo, todo indica que sus gestiones en Tel Aviv tendían a encontrar una fórmula, no discrepante de la ofrecida por Mubarak, que facilitase una mesa de negociación entre israelíes, por un lado, y jordanos y palestinos, por otro.
Pero los últimos acontecimientos dan la impresión de que, mientras se han flexibilizado posiciones de los Estados árabes moderados y de Arafat, las condiciones en Israel no son nada favorables para que prevalezca la línea de mayor apertura a la negociación que ha representado el Partido Laborista y, personalmente, Simón Peres. La sociedad israelí vive sometida al síndrome del fracaso de la operación militar contra Líbano. En un plazo de dos semanas, con toda probabilidad, se llevará a término la evacuación de las últimas unidades militares. Dejan en Líbano una verdadera guerra civil entre grupos libaneses enfrentados; pero, dentro de la confusión, se destaca un hecho cada vez más evidente: Siria ejerce una hegemonía aceptada incluso por los sectores cristianos. Otro motivo de profundo disgusto en la sociedad israelí es la catastrófica situación económica: los datos de abril indican que la inflación se ha disparado de nuevo a un ritmo anual de más del 300%. De ahí dimana una sensación de inseguridad, propicia para las demagogias extremistas y la exacerbación nacionalista. En ese marco, el Gobierno da la sensación de estar bastante paralizado por su propia composición bipolar: en él están juntos la derecha y la izquierda, las palomas y los halcones, los partidarios de preparar ciertas concesiones para permitir una negociación y los defensores de un cerrilismo basado en la fuerza militar. Es sintomático que las negociaciones con Egipto sobre una cuestión después de todo pequeña, la playa de Taba, hayan fracasado. Conviene recordar que en otra época, y para establecer relaciones diplomáticas con Egipto, Israel supo hacer concesiones serias, sobre todo en el Sinaí. Peres, a pesar de sus convicciones propias, parece disponer ahora, al frente del Gobierno, de una capacidad de negociación escasa, por no decir nula. Pero la conveniencia de desbloquear la situación es algo que interesa hoy a Israel, cuyo futuro exige relaciones normalizadas con el mundo árabe. Sería un error despreciar las posibilidades que la actual coyuntura puede ofrecer.
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