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Alfonsín lanza un duro ataque contra los sindicatos peronistas en vísperas de la huelga general

El Gobierno radical de Raúl Alfonsín ha lanzado una dura ofensiva contra los sindicatos peronistas en vísperas de la huelga general convocada por la Confederación General del Trabajo (CGT) para el próximo jueves. Saúl Ubaldini, el más respetado de los cuatro secretarios generales de la central obrera argentina, ha pedido abiertamente al Gobierno "que se vaya", y, significativamente, la patronal argentina se ha sumado a las reivindicaciones de los sindicalistas. Entre tanto, hoy se reanuda la vista oral del juicio contra las tres primeras juntas militares.

La huelga general decretada para el jueves por la CGT viene siendo preparada desde hace un mes con toda cautela. La huelga ha sido limitada a 13 horas -entre las once de las mañana y las doce de la noche-, y excluye a los transportes, que sólo deberán parar 15 minutos simbólicos para facilitar el traslado de trabajadores a la plaza de Mayo, donde los sindicalistas íntentarán dar la réplica a la reciente concentración en defensa de la democracia auspiciada por el Gobierno.Durante las últimas semanas, la CGT, con el apoyo de la Iglesia católica, ha celebrado huelgas parciales en capitales de provincia para crear un ambiente propicio a una huelga general de dificil justificación. En cada provincia, los líderes sindicales se entrevistaban previamente con la jerarquía eclesiástica local para recabar su apoyo.

En una de esas concentraciones de calentamiento, el líder cervecero Ubaldini sugirió la dimisión del Gobierno ante su incapacidad para encontrar salidas a la crisis económica. En la Sociedad Rural Argentina -templo de la oligarquía agricola-ganadera-, empresarios y sindicalistas alcanzaron un acuerdo por el que la patronal apoyaba las reivindicaciones genéricas de la CGT (crecimiento económico con justicia social).

En la tradición laboral argentína, la huelga general carece de las connotaciones revolucionarias que esta medida tiene en el sitidicalismo europeo. Aun así; el Gobierno radical estima que la medida de la CGT es un ataque frontal contra la democracia.

Raúl Alfonsín aprovechó un viaje al confín austral del país para inaugurar dos plantas industriales y lanzar un ataque verbal visceral y desgarrado contra la CGT: "Los problemas que agobian a Argentina no vamos a resolverlos con llorones que se ponen frente al pueblo para decirle que hay que cambiar la economía o que el Gobierno se vaya. Alcanzaremos la solución de nuestros problemas aunque algunos mantequitas estén llorando y quejosos" (alusión personal al perennemente acatarrado y lloroso Saúl Ubaldini).

Bajo la consigna de que "la democracia también es justicia social", el comité nacional de la Unión Cívica Radical cerró filas en torno al presidente de la República, emitiendo un documento de rechazo a la convocatoria de huelga general, "modalidad sólo justificable como arma de lucha contra Gobiernos autoritarios". Sutilmente, el partido en el Gobierno recuerda al sindicalismo peronista que, pese a su fuerza y su crédito, el 24 de marzo de 1976 no decretó la huelga general cuando los militares derrocaron a un Gobierno peronista y constitucional; esperaron hasta marzo de 1982, cuando ya los militares habían consumado el genocidio sobre la izquierda.

Por lo demás, el clima de alarma desestabilizadora continúa latente. Buenos Aires es un hervidero de rumores, donde una tarde se especula con el secuestro de uno de los hijos de Alfonsín y por la noche se da por encontrado en Brasil el cadáver del industrial Pezcarmona, secuestrado hace semanas por presuntos grupos paramilitares.

Triunviros, a golpes

Parece que la única calma se encontrara en este vapuleado país en la Cámara federal de apelaciones, donde se enjuicia oralmente a los nueve triunviros militares que sembraron el horror en el país. Calma no extensible a la Unidad Penal 22, donde permanecen presos seis de los encausados. El almirante Emilio Massera, de la primera Junta Militar, agredió fisicamente al teniente general Viola, presidente de la segunda. Caídos por los suelos del depósito penitenciario, enzarzados a golpes, tuvo que separarlos el místico teniente general Videla, primer presidente de la pesadilla argentina.

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