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'Black power'

"La única defensa contra la injusticia humana es el poder: físico, científico y financiero", reza el epígrafe de Aims and objects (1914), único libro de Marcus Moziah Garvey, escrito en Jamaica, a los cuatro años de abandonar la tierra natal y su oficio de tipógrafo, para difundir por el mundo la causa de su raza. Junto con publicar su obra, Garvey fundó la Asociación Universal Pro Mejoramiento del Negro. Por 1918 conienzó a propagar sus ideas en Harlem, el gueto africano de Nueva York. El negro de Estados Unidos, esclavo en el Sur agrícola de esa nación desde 1619 hasta la Guerra de Secesión (1861), emigró al Norte industrial, y cuando se topó con Garvey había llegado a lustrabotas, mozo de campo y plaza o de letrinas, basurero, taxista y camarero, entre otras cosas, sin excluir todas las variedades de la delincuencia, y abriéndose al mismo tiempo campo en el arte popular y en el deporte, zonas francas para el talento o la aptitud de cualquier raza. Ni soñaba aún con los grandes logros de los sixties. Porque si en 1984 llegó a ser candidato presidencial, se debe tal victoria tanto al movimiento que iniciara el negro de Jamaica como a, quienes lo continuaron dando batallas cruciales que culminaron con el martirio de Malcolm X, el asesinato ritual de Martin Luther King y la conciliación de la democracia industrial estadounidense y el poderío negro.

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No tuvo Marcus Garvey la vocación de mártir de un Malcolm X, pero sí la misma audacia y fines semejantes: la segregación absoluta de negros y blancos y su repatriación a África, para lo cual era indispensable hacer de ese continente la tierra prometida. Consciente del sentido religioso del negro, aun en Estados Unidos, tiñó de negro a la Virgen María y a la Santísima Trinidad. El éxito fue grandioso. Hasta ahora no ha existido aquí agrupación de ese color o cualquier otro que haya alcanzado seis millones de fieles, la casi totalidad de la población negra del país en 1925.

Había conseguido Garvey el poder fisico, mas no el financiero, indispensable para lograr el científico. Fundó entonces la compañía naviera Black Star. Solicitando contribuciones por correo, llegó a reunir 500.000 dólares. Los negros empezaban a darse cuenta de que no era obligatorio agachar las motas ante el blanco. Marcus Moziah Garvey era un hombre peligroso y comenzó el acoso legal.

Por fin, se le arrastró a los tribunales, acusado de fraude postal, en 1925. Se le condenó a dos años de prisión, que cumplió en el Sur, en la penitenciaría de Atlanta (Georgia). Con la reputacíón asesinada y desterrado, Garvey regresé a su patria, a radícarse en Kingston, donde tuvo una breve actuación política. Por fin emigró a Londres, donde murió arruinado en 1940. Tenía 53 años. En Estados Unidos quedó su único libro, agotado en 1926.

No volvió a recordarse a su autor hasta que empezó a destacarse Malcolm X, el profeta maldito de los sixties, quien, uniéndose a los musulmanes negros, había reemplazado su apellido de esclavo, Little, por la X. Malcolm Little creció escuchando el evangelio de Garvey, predicado por su padre, que alcanzó a servir al maestro. Terminó esparcíéndolo entre los negros, sin darse cuenta cabal del apogeo a que iba llegando su raza, debido mucho menos a esa reafirmacíón cultural que Garvey y él quisieron y mucho más a una seductora angloamericanización del negro. Para el resto del país, las panteras negras de Eldridge Cleaver, los peinados afro, Angela Davis, el soul food (la comida tosca y barata de los esclavos), los black studies universitarios y tanto más eran sólo fads, modas transitorias y permutables por las de los blancos, patéticamente imitadas, cuando no codiciadas en silencio.

La aparición de las librerías negras no significó mucho más. Y por entonces, el propietario de una de ellas, Success Books, en Oakland, dio con un ejemplar de Aims and objecis que convirtió al

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negocio en Marcus Books en cuanto terminó de leerlo. Galvanizado, comunicó a otros su entusiasmo, y no cejó hasta reimprimir el libro, que, enriquecido con textos inéditos, se llama ahora Filosofia y opiniones de Marcus Garvey. Claro. La lucha terminaba. Y cuando apareció, el martirio de Malcolm X era cuenta saldada, y una publicación negra exigía dignidad y tintes académicos, según lo proclamaba el doctorado en teología otorgado por la universidad de Boston a Martin Luther King, su reemplazante, que además lucía estudios filosóficos en Harvard.

¿Había triunfado al fin y al cabo Garvey? Su caída y la espectacular integración socioeconómica del negro parecen dar una respuesta ambigua. En lo conceptual, y desde Jamaica, su percepción del país de Lincoln, muy otro del que fundaran Washington y Jefferson, le reveló el mecanismo de las grandes democracias industriales: la fuerza del número y la estrecha relación entre los poderes político, productivo y comprador, y el papel de una ciencia subyugada a la tecnología industrial y bélica. Con una perspectiva tan nítida y convicciones inamovibles, fue capaz de abrirle a su raza una senda ni siquiera divisada por ellos todavía 43 años después de abolida la esclavitud.

Los negros habían dado el gran tranco cuando se expulsó al atrevido. Debió darse plena cuenta Marcus Moziah Garvey de que sucumbía ante una economía que rechazaba la sola posibilidad de perder seis millones de negros. Habrían llegado de esclavos en los sollados de los buques británicos u holandeses, pero eran ahora ciudadanos y no era posible que abandonaran el país, y encima proclamando que la igualdad, la libertad y la democracia eran aquí una cosa para los blancos y muy otra para los demás. En cuanto al líder, espacio había en el olimpo financiero, mas no para un extranjero negro, teléfono que pretendía privar a la economía de mano de obra presente y futura por millones. Porque la línea Estrella Negra planeaba una ruta triangular de Nueva York al Caribe (donde estaban ahora repartidos los negros que trajeran el Reino Unido, Francia y Holanda por razones francamente económicas que las del padre Las Casas para importarlos a Santo Domingo), y de ahí, a África. Estados Unidos debió sentirse doblemente amenazado: el protectorado de Puerto Rico integra esa zona y además comparte con el Reino Unido las islas Vírgenes. La suerte de Garvey estaba echada. Los iluminados de Kingston a Jamaica, donde el caso habrá servido de escarmiento a otros audaces. Quizá a V. S. Naipaul, producto de Trinidad y detractor inclemente del mundo latinoamericano, más oscuro que blanco. (Este candidato al Premio Nobel vive en la ciudad que vio morir a Garvey, tal vez sin el consuelo de saber que lo expulsaron cuando para el movimiento no hacía falta hacerlo. Naipaul, que nació mientras Garvey vivía, en 1932, sabrá que un apologista del mundo anglosajón jamás deja de ser recompensado.)

Según la enciclopedia Columbia, los 500.000 dólares de la línea Black Star estaban lejos de ser suficientes para tal empresa. Eran apenas gotas de agua en un balde, lo que no significaba que no pudiera colmarlo el poder de una imagen: la de los barcos que devolverían a África sus negros, a la tierra donde les esperaba su Jerusalén, Timbuktú, ahora un pueblo infeliz en el Sudán francés, pero en el siglo XV, y hasta el XVI, la capital de un fabuloso imperio. Apoyándose en su aprehensión del sistema económico angloamericano y en la realidad negra de su tiempo, este sionismo negro le parecía a Garvey justo y realizable. A Malcolm X, que lo mamó en la leche materna, se le convirtió en dogma en cuanto lo sacudió del vicio y la miseria de Harlem, y una vez que lo despojó de un cristianismo contaminado por intolerancias raciales y reemplazado por el islam, que proclamaba la hermandad en la fe. Pero islámica o cristiana, la secesión que persiguieron ambos en distintas épocas fue totalmente inaceptable para el angloamericano. De ahí el castigo de Garvey el año en que nació Malcolm X y el fusilamiento de gánster del profeta maldito 40 años después (1965) en el Audubon Ballroom, de Nueva York.

Su martirio liquidó el segregacionismo entre los negros sin dar fin a la crisis racial que desencadenara el negro de Jamaica. Tan candente continuaba en ciertas partes del país, y sobre todo en el Sur, que aún tres años después le acarrearía una muerte violenta a Martin Luther King, el líder más conciliador que hayan tenido hasta ahora los negros y el mejor político. Con el nombre de Lutero bien encajado entre el propio y su apellido, y sin sombra del pecaminoso pasado del trágico Malcolm X, sano, terco, bien trajeado y con la voz perfecta para hacerle justicia a una oratoria solemne y florida, y aceptable para tirios y troyanos, el predicador bautista ahuyentó de una vez por todas la amenaza islámica al cristianismo.

El doctor Martin Luther King predicó un integracionismo cristiano y el amor prójimo de los Evangelios, todo muy a lo Gandhi, líder que admiraba y al cual se le comparó repetidamente en la Prensa y en la televisión. También se habló de un Cristo negro, comparación que, como la anterior, él rechazó modestamente. De los blancos se limitó a exigir que respetaran los derechos constitucionales de su raza en igual forma que los de la blanca: sin distinciones de color ni credo. Era el más popular de los predicadores negros, según The New York Times, en cuya encuesta sacó un 60% de los votos. Malcolm X sacó el 6%. En 1968, Martin Luther King fue asesinado en Menfis (Tennessee).

Entre el levantamiento estudiantil de Berkeley (1964) y la primera mitad de los setenta, los sixties, terminó de cuajar la segunda emancipación del negro, la que empezara Garvey. Apoyados por los primeros universitarios politizados de Estados Unidos y por los intelectuales y artistas, y favorecidos por la nueva ola del feminismo y el implacable crecimiento de los guetos negros, los cinco millones de 1925 llegaron a unos 25 millones; no había vuelta atrás posible. Garvey había desaparecido de la conciencia negra y el separatismo de Malcolm X había comenzado a tomarse en abominable anacronismo antes de llegar al Gólgota. Lo que el gueto y la miseria hicieron anhelar al negro en los años veinte, nada tenía que ver con sus aspiraciones burguesas más que a medio cumplir a mediados de los sixties.

En la era cuyo símbolo es Reagan, el negro domina la primera plana minoritaria de esta abigarrada nación. Sus ídolos de la música, la tele y el cine se blanquean recurriendo al maquillaje y al lujo, y hasta a la cirugía estética. Los deportistas no les van muy a la zaga, y los demás imitan como pueden: aplanchándose las motas y aclarándoselas desde el rojo-caoba hasta el castaño o el rubio, y, en general, pintándose y vistiendo a la moda angloamericana, que antes alteraban con atrevimientos tan africanos como ese peinado afro que ahora favorecen mujeres blancas hasta en la pantalla. Abandonado por el país, el jazz agoniza entre ellos. Ya no coleccionan los discos de Billie Holiday, pero compran cuanto graba Leontyne Price y otras divas negras del Metropolitan Opera House. El jive, dialecto negro, sólo se habla en el arroyo o en broma entre los rezagados, y el soul food ya no es chic ni entre los blancos.

Del centenar y pico de librerías negras de los sixties, sólo van quedando unas 20 -entre ellas, Marcus Garvey Books, en Oakland-, y el libro que más se vende estos días en esa y en las otras es The Stolen legapy, uno de los muchos que hace de los negros los predecesores de Occidente, junto con los egipcios y los etíopes. Nadie habla en serio del regreso a Timbuktú o de la tierra prometida, a menos que quiera llamar la atención en alguna fiesta. Pero no cabe duda de que la nueva aspiración negra es forjarse una historia que vaya tan atrás como la que más, y Africa amenaza convertirse aquí en la más reciente cuna de la cultura europea. That gives you class, man! Eso da cachet, diríamos nosotros.

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