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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Con o sin Reagan

Cuando escribo estas líneas aún no ha llegado Reagan. Cuando se publiquen se habrá marchado ya. No estoy, por tanto, bajo la influencia física de su persona. Ni el posible lector padece los mazazos de una visita más armada que alada. Estoy, claro está, bajo la influencia de mis opiniones, y es de éstas de las que voy a hablar.Las acusaciones más extendidas contra los que protestamos contra Reagan, en presencia o ausencia, son las de infantilismo e incoherencia. Infantilismo porque responderían a impulsos primarios que no habrían sido racionalmente domesticados. La visita de un jefe de Estado, se insiste, invitado por un país amigo, es tan normal como el saludo entre vecinos. Incoherencia porque ¿de qué se protesta? Si es de su política en cuanto que nos afecta, entonces se protesta, más bien, de nuestra política. Además, ¿por qué no protestar contra todos los jefes de Estado que, de una u otra manera, nos causan o pueden causar complicaciones? Seleccionar uno sería una arbitrariedad.

A decir verdad, no es difícil responder a este tipo de objeciones. Y es que el asunto no va de inmadurez o de decrepitud, sino de ideología. Reagan es la expresión de una imposición, la cara de un modelo socio-político y la punta de una inmensa fuerza que cae, al menos, sobre nosotros. Esto es lo suficientemente evidente como para devolver la acusación de puerilidad por la de, ceguera o hipocresía. Se protesta así contra el capitalismo última fase, contra el dominio directo del mundo llamado occidental (e indirecto de buena parte del llamado oriental) y contra todas las desgracias que se derivan de tal doctrina y su consiguiente materialización. De lo dicho podrá deducirse que somos rojos o zurdos, pero en modo alguno infantes (a no ser en el sentido de la ingenuidad que lucha por la desaparición del hambre, la vulgaridad y la muerte). Hay, sin embargo, otras objeciones más peligrosas. Porque provienen de gente verbalmente más progresista. Y son peligrosas no sólo por dicho origen, sino porque desarrollan una falaz manera de razonar que siempre acaba favoreciendo a la derecha. Seleccionemos un par de ellas. No creo que sean triviales, y, si lo son, daría consuelo a los que lo crean con estas palabras de Borges: "A todos nos gusta sentimos héroes de una anécdota trivial".

La primera tiene esta forma. Reagan será lo que es (por no hablar de su mujer), pero el pueblo norteamericano, como cualquier pueblo, es bueno. Es absurdo, por tanto, promover el antiamericanismo. La segunda se expresa de esta otra manera. Quien esté contra Reagan que llegue consecuentemente hasta el final. No basta con manifestarse esporádicamente, sino que habría que pedir la ruptura de relaciones con EE UU, suspender los intercambios económicos y culturales, los viajes turísticos, etcétera. Más aún, y en implacable lógica: si se es, realmente, antimilitarista, toda actuación contra Reagan (léase EE UU) debería conllevar inmediatamente su correspondiente actuación contra Gorbachov (léase URSS).

¿Qué decir de esto? Que tales presuntas objeciones son más insostenibles que aquellas cándidas iniciales. Y, además, más perversas. Comencemos por la primera. El que afirma la bondad del pueblo norteamericano puede querer decir o que el pueblo norteamericano nada tiene que ver con Reagan o que ambos son, en esencia, lo mismo. En el primer caso, lo que se pone en cuestión es la representatividad de Reagan. Para ser más exactos: la superficial y engañosa representatividad del sistema. Si era esto lo que se a pedir, mejor es enunciarlo con claridad. En el segundo caso, la identificación de Reagan con su lo no puede servir de coartada para cruzarse de brazos. O ese pueblo ha sido reducido a su mínima expresión de modo que no refleja más que la desnutrición cultural y social a la que se le ha sometido -con lo que estarnos como en el caso anterior-, o es un pueblo que, consciente y libremente, se ha convertido en agresor. Yo no me creo esto último, pero quien lo crea que nos explique, en buen demócrata, cómo podemos salvar el resto la libertad.

Pasemos a la objeción segunda. Ésta no es sino la muestra de un esquema reaccionario con vestido progresista. No habría que ocuparse de los parados de Andalucía, por ejemplo, puesto que más paro y penuria hay en Etiopía. Como Etiopía presenta una situación más grave, los parados de Andalucía pasan a segundo plano, quedando intactos (más bien en aumento). Pero como Etiopía es inaccesible, el resultado es patente: Andalucía y Etiopía permanecen como están. Sólo se han movido las palabras. Otro ejemplo: si vamos contra la OTAN, vayamos contra el Pacto de Varsovia. El esquema vuelve a repetirse. Como el Pacto de Varsovia está lejos, no se toca ni a uno ni a otro; o, mejor, se salda en no oponerse a la OTAN que es una forma sutil de apoyarla. La postura, repito, es perversa, porque con argumentos seudoprogresistas el resultado es el opuesto.

Seamos claros y decididos. Si el pueblo norteamericano es bueno, entendámonos con él, a pesar -o en contra- de Reagan. Y, si hay que ir contra todos -es decir, contra Reagan y Gorbachov-, comencemos por lo más próximo. Los que se deslizan por esa lógica cuesta abajo esperamos que comiencen por Reagan para luego ir a por todas. De momento -si hemos de hacerles caso- estamos esperando que vayan contra Reagan.

Javier Sádaba es filósofo.

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