Una comedia trágica
El tema de Caballito del diablo es la relación de un grupo de jóvenes con la droga. Puede aparecer trivializada la cuestión: un sentido del humor, un sentimentalismo y una ternura reducen toda la aspereza del tema. Esto no es una objeción: quizá una característica de nuestro tiempo y nuestro país es que muchas tragedias se viven en forma de comedia, y la comedia trágica de Cabal busca y encuentra esa combinación a través del costumbrismo. Tras ella, el informe documental está suavemente diluido, y el mensaje moral está conducido por un personaje un poco molesto para la limpieza de la acción, el de la doctora: en realidad, se desprende de la acción, y el autor no aparece excesivamente didáctico, ni culpabilizador.Los personajes están tramados, más que por una narración, por sus diálogos, por sus relaciones mutuas, por el paso de una pareja a otra, a veces un trío, de la situación. Tienen muchas veces estas relaciones una apariencia de inconsistentes, de pudorosas en su franqueza, de cierta nostalgia de otra profundidad que ha precedido a su modernidad: y en esto hay que reconocer que se deja llevar por la realidad contemporánea. Como en otras obras suyas, Cabal ama a sus personajes: no hay malos.
Caballito del diablo
Autor: Fermín Cabal. Director: Ruggiero. Intérpretes: Á. Alcázar, María Luisa Borruel, Blanca Apilanez, Isabel Ordaz, N. Novo, R. Contreras, Carmen del Río, I. Aierra. Estreno: Sala Goya del Círculo de Bellas Artes. Madrid, 11 de mayo.
La obra no pertenece al teatro de experimentación o de vanguardia: la libertad de presentarla en escenas sueltas es clásica. La experimentación está en la forma de presentarla. Es una pista a nivel de suelo; la luz es directa y hay cuatro televisores en las esquinas, que al principio recogen el telediario del día y, hacia la mitad de la obra, un vídeo que continúa la acción.
El mayor acierto del director Ruggiero está en el tono de la interpretación: coloquial, íntimo. Aunque le perjudique la escasa capacidad acústica de la sala y el que siempre haya un grupo de espectadores a quienes los actores dan la espalda, con consiguiente deterioro de las frases, poco a poco los intérpretes se entonan y el espectador acomoda su oído, y el resultado es muy bueno.
Tres personajes difíciles
Los ocho actores ofrecen una representación excelente, sin vicios profesionales. La espontaneidad de Carmen del Río y su fuerza humorística, con la sencillez de su pareja Rafael Contreras; la dulzura patética y sumida de Blanca Apilanez; la gradual pérdida de individualidad con que Ángel Alcázar trata su personaje, la naturalidad de Nacho Novo, son ejemplares. Hay tres personajes muy difíciles: María Luisa Borruel, sobre la que pesa la acción y está obligada a emplear más recursos de oficio; Isabel Ordaz, con la dificultad de la doctora que se despega del contexto y tiene que acudir a la caracterización que parece artificial, y el trabajo de Iñaki Aierra, que necesita una dualidad entre su condición de duro y su ternura amorosa. Salen adelante.La dramaturgia ofrece más problemas. La idea de presentar el telediario de las 9, el azar de la actualidad de cada día, para reforzar la cotidianidad de la acción es aceptable, pero se pasa en el tiempo. El vídeo central enfría la situación: es otro medio, y nos despoja de la intimidad de lo vivido en escena y en la interpretación, nos aleja. La caracterización de los actores y el reflejo de los lugares de acción difieren de lo que se ve en directo. Hay, a veces, unos excesos coreográficos, una expresión corporal ajena a la obra. Pese a ello, el conjunto es bueno, la obra se sigue con interés creciente y el público se prende en ella.
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