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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El víaje de Daniel Ortega

EL PRESIDENTE de Nicaragua ha iniciado en España la segunda parte de su viaje a Europa, que completará en Francia, Italia, Suecia y Finlandia. Con estas visitas evita la unilateralidad de un desplazamiento que al principio se ceñía exclusivamente a la URSS y otros países comunistas. Si se tiene en cuenta la amplitud de las fuerzas que se oponen actualmente a la política intervencionista de Ronald Reagan respecto a Nicaragua, tanto dentro como fuera de EE UU, un viaje de Daniel Ortega limitado a países del Este se prestaba a interpretaciones que sólo podían ser útiles, en la práctica, al maniqueísmo antisoviético de la estrategia reaganiana. Buena prueba de ello es la reacción en Estados Unidos de algunos miembros del Partido Demócrata, que, inmediatamente después de anunciarse el respaldo de Moscú a Managua frente al bloqueo norteamericano, empezaron a dudar sobre el acierto de haber derrotado en la Cámara de Representantes la demanda de créditos para ayudar a los contra.

Algunos aspectos de la visita de Ortega a Madrid son negativos, como sus insultos al presidente Reagan, y no se justifican ni por las costumbres populistas que acompañan toda etapa revolucionaria. Vulnerando, ya sea por desacierto o por radicalismo verbal, las obligaciones que la cortesía y el respeto le imponían en relación al máximo dirigente de un país que también es amigo de España, y que nos acaba de visitar, se contribuye a ofrecer la misma imagen del sandinismo que propugnan sus enemigos.

Si los sandinistas no son comunistas y quieren que se les acepte como defensores de una posición de no alineamiento -y éste es un punto sobre el que Daniel Ortega insiste con tenacidad- tienen que ofrecer una imagen coherente con ello. Y para lograrlo han de empezar por comprender que para encontrar un respaldo internacional amplio frente a la política de injerencias de Washington tienen que exhibir racionalidad y seriedad, en vez de gritos mitineros y calificativos desorbitados.

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Independientemente de lo anterior, la visita de Daniel Ortega merece una valoración positiva. El presidente español, Felipe González, le ha reafirmado el mantenimiento de las relaciones políticas y económicas, y se puede esperar que una rápida superación de los obstáculos burocráticos existentes permitirán que los créditos ya concedidos sean operativos en la práctica. Por otra parte, España ha vuelto a reafirmar su desacuerdo con el bloqueo económico decidido por EE UU, en postura que coincide con la de la mayoría de los países de Europa y de Latinoaméríca, y que está subrayada por el hecho de que en el reciente debate en el Consejo de Seguridad de la ONU la política norteamericana ha estado más aislada que nunca. Ronald Reagan está ahora en condiciones de valorar hasta qué punto la decisión de dictar el embargo ha ampliado la corriente internacional contraria a cualquier intervención extranjera contra Nicaragua.

Por lo que respecta a España, Felipe González ha dicho con rotundidad que nuestro país aporta su buena voluntad, pero no efectúa un papel de mediación entre Managua y Washington. También resulta positivo acabar con las ambigüedades sobre el tema, pues nadie ha pedido la mediación, ni existen las condiciones objetivas para hacerla, ni se adivina tampoco la voluntad política de querer intentarla.

No se puede disimular que en la actual posición del Gobierno socialista, al lado de algunos aspectos positivos, existen evidentes debilidades que no pueden contribuir a nuestro prestigio internacional. En todo caso, ahora se ha enmendado cierta ambigüedad mostrada en la visita de Reagan. ¿A quién se quería engañar diciendo que nuestros desacuerdos con EE UU se referían sólo a cuestiones secundarias, cuando en lo fundamental, que en esta parcela de la política española es el apoyo a Contadora, no había coincidencia? La realidad es que el embargo norteamericano forma parte de una estrategia de Washington, proclamada sin disimulo, que no comparte España, del mismo modo que nuestro Gobierno no coincide con la opinión de Ronald Reagan de que los contra sean unos paladines de la libertad y los continuadores de la gesta de Bolívar. Si Estados Unidos apoyase de verdad los esfuerzos de Contadora, que es la baza que sostiene nuestra diplomacia, la paz en Centroamérica estaría, sin duda, garantizada.

Otra cuestión es que España desee y exprese al presidente Ortega que la democracia debe ser más pluralista en Nicaragua y que deben incorporarse a la vida política los sectores hoy excluidos de ella, pero estas cuestiones también las aborda Contadora, cuyo proyecto de acta incluye un capítulo sobre la reconciliación interna en aquel país centroamericano. Cabe esperar que Daniel Ortega obtenga de su viaje por Europa una idea más concreta de la amplitud -y de los límites- de la oposición que tiene en nuestro continente la política de Washington y también las materias sobre las que el sandinismo debe imprimir un giro, con realismo y flexibilidad, para dar mayor consistencia a la solidaridad con su país.

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