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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Balance de una visita

LAS REPERCUSIONES sobre la política interior española del viaje del presidente Reagan, que hoy continúa su periplo por Europa, pueden resultar más llamativas que sus implicaciones para las relaciones entre España y Estados Unidos. En el terreno estrictamente diplomático, Ronald Reagan contribuyó a hacer olvidar, en todas sus intervenciones, la ominosa declaración de Haig, pronunciada mientras el Gobierno y los diputados permanecían secuestrados en el Congreso por Antonio Tejero, sobre el carácter de mero "asunto interno" que el golpe de Estado frustrado del 23 de febrero tenía para la Administración republicana. Tras rendir un retórico homenaje a la deuda histórica y cultural con España, el presidente norteamericano expresó su admiración por los avances de la libertad en nuestro país desde el fallecimiento del general Franco y puso nuestro proceso de transición coinq ejemplo para todas las naciones -especialmente en Latinoamérica- que evolucionan hacia instituciones democráticas.La mención a la existencia de "una amplia gama de acuerdos" entre los dos gobiernos sobre la "clase de inundo" que ambos países desean lograr, no impidió al presidente de Estados Unidos aludir a las discrepancias sobre otras cuestiones. La referencia a la necesidad de llevar a cabo "esfuerzos adicionales para fortalecer la paz, la democracia y el progreso económico" en Centroamérica y Sudamérica fue acompañada del reconocimiento de que esa región reviste "especial interés", tanto para España como para Estados Unidos. A este respecto digamos que la independencia y la soberanía de Nicaragua pueden verse arrastradas por el remolino de la actual confrontación Este-Oeste, pero no cabe olvidar que la política de la cañonera y del gran garrote fue impuesta por Estados Unidos en Centroamérica y el Caribe antes de la Revolución de 1917. Por lo demás, Reagan resaltó los acuerdos bilaterales con Estados Unidos y la permanencia en la Alianza Atlántica como contribución española a la seguridad occidental.

Frente a eso, con la excepción de una alusión a las "diferencias legítimas de apreciación en algún problema de política exterior", la declaración del presidente González, aparentemente improvisada, y en cualquier caso muy pobre, se movió en el terreno de las generalidades y las frases hechas. Contrasta lo difuminado de esa pretendida declaración política con el discurso de Estado del Rey, en el que don Juan Carlos subrayó la preocupación de los españoles ante la suerte de las naciones hispanoamericanas, señalando que en esos pueblos las pretensiones de justicia son indisociables del disfrute de las libertades.

En otro ámbito de análisis, parece que al Gobierno socialista se le hayan ido de las manos las repercusiones para la política interna de este viaje, cuya dimensión diplomática ha quedado desplazada por el intento de que sirviera a otros objetivos. La idea de aprovechar la visita de Reagan para renegociar la presencia americana en España, se halla tan lejos de los usos diplomáticos que sólo se puede explicar dentro de la estrategia -por llamar así a tanto titubeo- orientada a justificar, no sólo la permanencia de nuestro país dentro de la Alianza Atlántica, sino el hecho mismo de la invitación cursada al presidente de Estados Unidos. En realidad, si bien. se mira, el Gobierno español no ha aclarado pública y razonadamente qué esperaba obtener de esta visita, o si le interesaba y por qué. Por lo mismo, no puede hablarse de fracaso o triunfo de las posiciones españolas, porque las posiciones han aparecido improvisadas, mal explicadas y bastante inconcretas. Lo que es seguro es que las manifestaciones del domingo en Barcelona y Madrid no se lo han puesto más fácil a Felipe Gonzáfiez en el tema OTAN, sino más difícil. Y que el presidente español desaprovechó una oportunidad de oro, en su declaración con Reagan después del almuerzo, para ser más explícito en cuestiones como la de Nicaragua o la contribución española a la seguridad occidental. No podeinos decir, además, que la composición de la mesa negociadora entre ambos países, presidida por los dos primeros mandatarios, brillara por los integrantes del equipo español frente a una alineación norteamericana de primer orden.

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España no ha obtenido nada sustancial de esta visita, que se sepa, en el terreno bilateral -militar o económico-, y en cuanto a la política exterior habrá que esperar a la visita de Daniel Ortega este fin de semana para comprobar si es cierto, como dicen observadores norteamericanos, que ha habido un acercamiento de Madrid a las tesis de Washington, aun manteniendo diferencias lógicas. Pero el resumen es que Reagan vino a vender aquí una política y que el silencio, o el estupor, ha sido la respuesta pública a sus proposiciones. No estamos seguros de que esta escala madrileña haya resultado un triunfo para el presidente norteamericano en su ajetreda gira europea. Estamos seguros, en cambio, que ha demostrado la improvisación, desconcierto e incapacidad de los asesores del presidente español. Porque ahora todos se preguntan: y del referéndum, de la OTAN, de las bases, de las exportaciones de calzado, de Contadora y de la mediación de España en Nicaragua, de todo eso, ¿qué pasa ahora?

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