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Tribuna:La visita del presidente estadounidense a España
Tribuna
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El corazón pacifista de Felipe González

El presidente del Gobierno se ha jugado la partida en el referéndum sobre la OTAN, señala el autor de este trabajo. Frente a ello, los movimientos pacifistas españoles deben pedir al mismo tiempo ese referéndum y apostar o exigir por la salida de España de esa organización. Y ello, en su opinión, sin acusaciones gratuitas ni demagogias, lo, que solamente favorecería a la oposición.

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Pronto comenzará a decirse que todo formaba parte del guión. Que las afirmaciones del presidente del Gobierno, Felipe González, acerca de la división entre su corazón (pacifista) y su cabeza (partidaria del status quo) sólo eran una velada advertencia a los Gobiernos del Mercado Común. Y que ahora, después del éxito de las negociaciones, abandonará su esquizofrenia política para ser coherentemente atlantista. Con lo que, por encima de las voces de sus críticos, la operación pasaría a las crónicas como una astucia más del estadista González. Incluso podría llegar a cerrarse el círculo si el mismo protagonista acabara creyéndoselo, pegado a las mieles de la renta política del ingreso en la CEE.Por eso me urge tratar de demostrar que ese guión no corresponde a la verdad. Que el alter ego pacifista de Felipe González es algo más que una imagen; que alcanza la filosofía de su famoso decálogo sobre seguridad y que, desde luego, importa profundamente a quienes trabajen por la paz en España.

La contradicción de González no es nueva. Tuve ocasión de comprobarla, en medio de una crisis catártica, cuando, tras el impacto del asesinato a tiros del representante palestino Iam Satawi, en el Congreso de la Internacional Socialista de abril de 1983, en Portugal, el presidente del Gobierno tomó la palabra y se refirió a uno de los temas de debate: el pacifismo europeo (que para Willy Brandt era "un aliado natural" y para los franceses, un sospechoso). Felipe, visiblemente afectado, hablé a calzón quitado: "Apoyemos", dijo, "y dejemos crecer este movimiento joven, dejemos crecer este movimiento que se apoya en las nuevas generaciones, que aún no están atadas por los compromisos que nos atan a nosotros". Creo que fue con Quico Mañero, entonces secretario general de las Juventudes Socialistas, con quien comenté el doble mensaje: González pedía a gritos una contrapresión para compensar las que ya le estaban haciendo ver que tendría que defender la permanencia en la OTAN y que cualquier movimiento pacifista debía ser totalmente autónomo del Gobierno.

Por eso, cuando González dice que la permanencia en la OTAN no era su primera prioridad, yo le creo firmemente. Otra cosa es que haya decidido no explicar abiertamente las razones que le han movido a cambiar sus prioridades. (En todo caso, hay que agradecerle que no haya hecho de la necesidad virtud, como aquellos que se apresuraron a salvar su alma.) La Prensa estadounidense inencionó que en la primera visita de Helmut Kohl a Washington se habló de la cuestión española. Y ya es tradición que las administraciones de la RFA negocien trabajos en Europa con la Casa Blanca. ¿Cómo explicar que el principal condicionante político para la entrada de España en la CEE no ha sido Francia, sino Alemania Occidental?

La actitud de los militares

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En cuanto a la situación interna, sólo una referencia obligada: el cambio producido en las actitudes de la institución militar. Hay que recordar que hace sólo cuatro años, en la encuesta publicada por una revista castrense, un 43% de los oficiales era contrario al ingreso, y que entonces se dijo que ese sector era precisamente el más conservador de los ejércitos. Bien, pues ahora, ese sector -y ese periódico reaccionario- plantean las cosas así: ¿quiénes se han creído que son estos socialistas para poner a discusión la permanencia de España en la OTAN?

Dicho brevemente, es cierto que existen nuevas condiciones. Que no hay que despreciar ni exagerar. El problema consiste en que, a diferencia de Suárez, González sólo recibe las presiones de un lado en este asunto: no tiene un PSOE en la oposición que sea contrario. Y esto también tiene su traducción en cuanto al referéndum, con una variable: que en esta ocasión los costes son altos entre el electorado, y tienen un efecto bumerán respecto de los aparatos de poder. En el exterior, supondría un gratuito certificado de satelización que difícilmente España se quitaría de encima. En el interior, la no celebración podría entenderse como una subordinación del poder civil al militar, lo que nos haría retroceder a 1982. Por eso es perfectamente comprensible la decisión del presidente, del Gobierno de jugarse la partida a la victoria en el referéndum.

En este contexto, cabe preguntarse por el papel que corresponde al movimiento pacifista en España. También hay que decirlo claramente: todo grupo coherentemente pacifista debe exigir el referéndum y estar por la salida de España de la OTAN. Porque, incluso si comprendiera las presiones que tiene González, no puede hacerse cargo de éstas, abandonando su papel de contrapresión.

En todo caso, el pacifismo tiene ante sí dos tipos de victoria. La primera sería ganar el referéndum. El hecho de que, después del éxito político con la CEE, esa victoria sea poco probable no debe provocar ninguna fuga hacia adelante, porque hay una segunda opción: mostrar que el país sigue bastante dividido, ya que una alta proporción es contraria a la permanencia. Si el Gobierno no desbordara el 60%, se lograrían condiciones para trabajar el día después del referéndum. Pero si gana abrumadoramente, no sólo el pacifismo, sino González, tendrá dificultades, porque entonces sí que lloverían las presiones -especialmente sobre el -personaje. Es decir, se hace necesaria una barrera (y el 40% lo es) para evitar que las nuevas condiciones aplasten la parte progresiva de su decálogo.

Ya sé que hay quien afirma que todo lo que parece positivo en ese decálogo es puro recubrimiento ideológico de un atlantismo sustantivo. Pero creo que ésa es una óptica errónea, que no se desprende de una lectura atenta del decálogo ni de un interés genuino por ver concretadas políticas de paz en el Estado.

La proposición de González de ir a una, menor presencia de fuerzas extranjeras es un continente que necesita llenarse de contenido social, de presión popular. Porque es una reivindicación bastante clara. Pero quizá más importante que ella, aunque no sea tan evidente, es la cuestión de la no integración en la estructura militar. Decir que el Gobierno PSOE nos ha integrado ya en el plano militar es caer en una mezcla de desinformación y entreguismo. Porque es cierto que Espafla está ya en ese umbral que significa el Comité Militar, pero para entrar definitivamente es necesario dar unos pasos que aún no están dados y, que hay que evitar que se den: España no participa en las instancias militares de la planificación operativa, tampoco en las estructuras militares logísticas, no está integrada en los mandos regionales, no ha hecho ninguna asignación de tropas y no ha dado luz verde a la utilización de su territorio.

Sé que funcionarios de la Administración González aseguran que, en todo caso, el tema nuclear no está en la agenda. Pero ésa es una idea incorrecta y peligrosa. Hace un año, en un foro de debates, un funcionario de la OTAN me confesaba: "Esto no lo pedimos ahora porque es políticamente improcedente, no porque no tenga interés militar". ¿Cuál sería el interés en el contexto de la estrategia norteamericana y de la OTAN? Felipe González ya ha dicho que la función de España sería la de depósito, almacenaje y, en general, cobertura logística. Eso es cierto, pero estoy seguro de que el presidente del Gobierno conoce que también tiene la función de cabeza de puente, respecto de Estados Unidos, en caso de una conflagración en Europa. (Ya es un secreto a voces que el punto ideal de la costa oeste para un desembarco aeronaval bajo amenaza de fuego nuclear lo forman las rías gallegas.) Por otro lado, el hecho de ser el país más occidental -excepto Portugal- tiene efectivas desventajas en cuanto al tiempo de alcance de los objetivos enemigos desde España, pero tiene sobradas ventajas -especialmente en el caso de un primer ataque soviético- para todos los dispositivos (aviones, nuevas generaciones de mis¡les, etcétera) que estén sobre territorio español, puesto que serían los últimos en ser alcanzados.

¿Cómo hacer para que eso siga siendo políticamente improcedente? El movimiento pacifista va a defender que la mejor forma de evitar un futuro nuclear es no pertenecer a la OTAN. Pero si pierde el referéndum, todavía le queda ese segundo escalón que supone conseguir de su parte a un 40% del electorado. Y no sólo el pacifismo ganará con ello. También Felipe González, porque, si para ese entonces no le hemos ayudado entre todos a enterrar su alter ego pacifista, tendrá una sólida plataforma desde la que defender el resto de su decálogo.

Enrique González es director de la revista Tiempo de paz.

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