La carcajada trágica
Primer amor es un relato no teatral de Samuel Beckett, uno de los cuatro primeros que escribió en francés entre 1945 y 1946. Algunos escritores han hecho esa experiencia de abandonar la lengua materna por demasiado consabida, por demasiado fácil: necesitan encontrar una resistencia idiomática para tener una sensación de lucha en la escritura o incluso de hallazgo de lo imprevisto.En Samuel Beckett dio el resultado espléndido que se conoce. La obra Primer amor contiene también el esbozo de personaje de quien lo sería después en una de sus grandes obras, Molloy. Con los años, la escritura se le iría adelgazando, dejándose ganar por el silencio, por el susurro, llegando hasta la desaparición de la palabra.
Primer amor
De Samuel Bekett(1945). Dramaturgia de J. Sanchís Sinisterra. Interpretación, de Luís Miguel Climent. Escenografía de Damián Montes y Ramón Simó. Dirección de Fernando Grifell. Estreno: Sala Francisco de Rojas del Círculo de Bellas Artes (ciclo de homenaje dedicado a Beckett), 25 de abril de 1985.
En Primer amor hay todavía una gran riqueza expresiva, un humor irlandés -tétrico, negro- y una profunda ternura. Trasciende ahora hacia la risa: una risa que es engañosa, artera, peligrosa.
No es un texto teatral, sino un relato. Pero no difiere de otras obras directamente teatrales del autor. La dramaturgia la ha puesto Sanchís Sinisterra con la inteligencia que se le conoce (lo hizo con algo más difícil, con el monólogo final del Ufises, de James Joyce). Sirve el texto, viste el personaje: las pequeñas acciones -rebusca en los bolsillos del viejo gabán, juego de sombrero, fogatilla...- componen el ser; con la dirección cuidada de Fernando Grifell brota el teatro. El espacio escénico recoge someramente algunos tópicos de Samuel Beckett y la obra, en consecuencia, funciona.
Fuerza teatral
El texto castellano, aparte de algunos galicismos (banal por trivial, ciertos giros, ciertas adherencias al idioma original), tiene fuerza teatral, soltura, la expresividad necesaria.Lo dice y lo actúa muy bien el actor Luis Miguel Climent; no se le escapa una palabra ni una intención sin necesidad de subrayados falsos, y el tono a veces declamatorio está justificado porque es éste un relato que nos hace a los espectadores, y que a veces reclama nuestra participación.
Fue ovacionado. El público recogió toda la intención del texto, todo su humor, y lo agradeció sinceramente.
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