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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La aventura de Eureka

EL PROYECTO Eureka, propuesto por Francia e inmediatamente abrazado por la República Federal de Alemania, es embarazoso, pero quizá ineludible. En él se urge la creación de una Europa de la tecnología y hay una serie de indecisiones semánticas acerca de si se trata de un renacimiento civil o militar, de si es una respuesta a la SDI o guerra de las galaxias de Estados Unidos o una forma de colaboración con ella. Se presenta un drama civil: Europa tiene un inmenso retraso tecnológico con respecto no sólo a Estados Unidos, sino a Japón, y si se deja hundir en él y crecer el abismo, se precipitará hacia lo que sea el Tercer Mundo en el futuro. Se insta, pues, a las sociedades europeas a hacer un nuevo esfuerzo para salir del apuro. Pero hay una cuestión militar primordial: la investigación se hace para el escudo espacial, supone un concepto nuevo de estrategia y hay que ver la manera de no salirse de ella. Llegará un momento en que el sistema actual de disuasión nuclear carezca de sentido, esté empobrecido: y Europa quedará, al mismo tiempo que empobrecida, desamparada. Ésa es la tesis franco-germana, la que se discute en estos días y con la que se piensa ofrecer conversación a Reagan en mayo: demasiado poco tiempo y demasiada imprecisión.El tema nace de una carta del secretario de Defensa norteamericano, Caspar Weinberger, el 24 de marzo, comunicando a sus aliados europeos el arranque de la SDI con un presupuesto de 26.000 millones de dólares y solicitando la colaboración europea. Tres principios inquietantes: uno, que esa cifra es inalcanzable para Europa (el presupuesto de todos los gastos militares de Francia durante 10 años no la alcanza, a título de ejemplo); otro, que nadie sabe -incluyendo, desde luego, a Estados Unidos- en qué puede desembocar la SDI, ni siquiera si es sólo un sueño inalcanzable, pero que sin duda se está trabajando ya en ello y la investigación no se va a detener; el tercero, que Estados Unidos ha comenzado ya a negociar la cooperación técnica con algunos países y, lo que parece peor, con algunas industrias europeas directamente. Los tres suponen una satelización disgregada. La respuesta es la satelización organizada, la funión de países y de las empresas implantadas en ellos para el esfuerzo común.

Pero la propuesta, sabiendo ya cuál es el centro de las dificultades, se dirige a todos los países de la Comunidad -incluyendo España y Portugal, que no serán miembros hasta 1986- y a los que no pertenecen a ella. Puede ocurrir que países de la Comunidad no acepten -se han negado ya Noruega, Irlanda y Grecia porque tratan de neutralizarse en lo que aparece como un paso militar; el Reino Unido opone objeciones muy serias, y otros países están estudiando qué hacer, como Bélgica- y en cambio sí lo hagan otros ajenos a la CEE. La resolución semántica tan propia del idioma francés, la de denominar a este conjunto Europa de geometría variable, no va más allá de una cuestión de lenguaje: esta Europa tecnológica caería fuera del Parlamento Europeo, del Consejo de Ministros y de otras instituciones, por lo menos en parte; tendría que estar al mismo tiempo en la OTAN y fuera de ella, y la confusión entre lo civil y lo militar se añadiría a todas estas circunstancias. Más otra muy considerable: la diferencia en niveles de investigación y aplicación tecnológica entre los países de Europa, paralela a sus capacidades -incapacidades- presupuestarias. Si la hay abismal entre Europa y Estados Unidos / Japón, no es menor la que separa a unos países de otros dentro de este continente. Aquí aparece otra solución lingüística: la Europa de dos velocidades. Como es lógico, tampoco resuelve nada. La idea de que todos los países recibirían los mismos beneficios aunque sus aportaciones fueran muy distintas no se tiene de pie. La economía organizada suele ser implacable.

España, según fuentes oficiales (EL PAIS de 25 de abril), no ha tomado ninguna postura con respecto al tema. El plazo hasta el ingreso en la CEE no exime -las cartas han llegado ya-, ni la rara postura con respecto a la OTAN, tampoco. Nuestro retraso con respecto a Europa es evidente, y se trata de resolverlo de una manera incluso dramática; tratar de atrapar la nueva dinámica europea, si se produce, nos dejaría sin aliento, sin dinero, sin fuerzas. Lo que urge es que España estudie el tema y lo negocie, que trate de recibir los posibles beneficios del esfuerzo común -si es que existen- dentro de lo que le es posible. Si la batalla por la CEE ha sido interminable y sangrienta, la de la Europa tecnológica puede ser mortal.

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