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Tribuna
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El temple / templo inseguro de la Maestranza

Cada vez que, una y otra vez, pisamos la Maestranza nos embarga una sensación que es dificil no sólo de explicar, sino de entender o analizar en nuestras profundidades. Y es que por más que hemos intentado aprehender esta sensación, algo sutil se nos escapa. Hay, no obstante, una serie de hechos que nos ayudan a entender este fenómeno.El primero, la dimensión del espacio. Estamos ante un espacio aparentemente unitario, cerrado y circular, pero a la vez ante un espacio compuesto de partes diferenciadas: el callejón de exteriores, la puerta del Príncipe, etcétera; ante un espacio no realmente circular, con un importante defecto de su trazado que le hace tener una planta irregular; ante unas piezas constructivas diferentes: ninguna columna, ningún arco es idéntico. La arquitectura está hecha en años superpuestos, de espesores distintos, de manos distintas.

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El rito

Hay, pues, una primera sensación unitaria en la retina del espectador que resulta diversa y por partes en la realidad.También el rito de la Fiesta presenta características diversas. Los aficionados sevillanos valoran no un tipo de faena normalizada y monocorde, sino distinta, como distinto es cada toro, como distinto es el tiempo, las circunstancias de la temporada o la expectación. Nunca sabremos si un día en concreto puede haber faena. Nos acercamos a la plaza con la inseguridad aprehendida, y de la que sólo nos liberamos en los momentos en que, la faena está en sus infinitesimales instantes cumbres.

Pero hay, entre otros muchos que se me escapan en estas líneas, un tercer factor: el temple. Si una faena normativa no puede ser arte jamás en Sevilla, una faena de temple es condición necesaria para ello. El toro embiste a tiempos discontinuos con ritmo de borbotones de entrañas heridas. El torero, que no el matador, necesita dominar a cada instante estos ritmos y sus propios tiempos. Se tiembla o se templa en milésimas de segundos. Hay inseguridad en el interior de cada pase. Es necesario crujir la cadera, escuchar el silencio y congelar el aire para que aparezca el arte, pero también para dominar la inseguridad que a todos nos embarga y la angustia seca del oficiante. La Maestranza es un templo inseguro del arte que, a veces, templa las inseguridades del torero y las nuestras.

Antonio González Cordón es arquitecto.

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