Aviso a los navegantes
Elíptico y moroso, Juan Carlos Onetti permanece ahora encallado en el flanco noreste de Madrid. Prófugo de los tiempos, aunque escépticamente enamorado de su porción, del efímero lapso de esfera que -se permite suponer a veces- le ha tocado para su suerte o desgracia, ensaya tímidas argucias contra el esposo de doña Cibeles y es una fábrica silente, semiflotante y recatada. Desdeñó siempre los falsos avisos a los navegantes porque supo -Jesucristo dixit- que aquel que quiere salvarse se perderá. Esto le valió permanecer varado también en remotas capitales. Sin duda siempre en Santa María, una ciudad que lo descubrió o lo fundó de improviso, pero con variantes perspectivas de tiempo y espacio riesgosamente escoradas.En una mera aproximación al misterio o a la certeza, exégetas brillantes pretendieron verlo como una ballena tumbada sobre la costa. Sin embargo, amparados en nuestro irrecusable derecho a equivocarnos, sabemos que Juan Carlos Onetti es una compacta fábrica de historias que transcurre entre humo de tabaco, bebidas prolongadas, incrédulos ritos, anécdotas sugerentes, amoríos frustrados con libros sospechosos, humor estupefaciente, lejanía, soledad y saudades, aunque esta conjetura no sea más que otro de los incontables equívocos que padece y fomenta.
Exiliado del pasado y de la adolescencia espiritual de sus mujeres -esos porcentajes que hieren con corrupta madurez su complejo de Peter Pan-, pervivirá mientras Santa María lo habite o pueda creer en ella. Tan fervoroso en el amor como parco y torpe y reticente en lo emotivo, elige hacia aquellos cretinos con los que ha sido condenado -por injusticia divina- a compartir el género masculino una bondad vasta que su inseguridad, generada por su automenosprecio, paraliza y suele transmutar en algo tan pasivo y emblemático como una corbata.
A esta altura, no nos costará mucho aceptar la definición que Ambrose Bierce hizo de la palabra famoso: "Notoriamente miserable". Pero antes ya de que la fama con cúspide en Madrid ultrajara su tramposa creencia en la nada y su auténtico horror a las zalemas, Juan Carlos Onetti ha sido -como tantos otros- pasto de snobs y bullebulles, esos descastados sujetos proclives a tomar el rábano por las hojas. Es hora de que se enteren: bajo las hojas está el rábano así como el bosque que suele estar detrás de los árboles. El tema es uno e indisoluble: el hombre es su estilo. Todos los hombres somos nuestro estilo, no sólo los artistas, y aquel que lo traicione se condenará a ser nada, como dijera -palabras más, palabras menos- un famoso general español. Ésta es y ha sido una verdad respetada no son valentía por Onetti, tanto en su vida como en su obra. Un valioso aviso a todos los epígonos, esos navegantes con falsa brújula.
Jorge Onetti es periodista y escritor. Hijo de Juan Carlos Onetti.
Babelia
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