200 personas llenaban el restaurante El Descanso cuando una fuerte explosión voló parte del edificio
Poco antes de las 22.30, las cerca de 200 personas, entre clientes y empleados, que se encontraban en los tres comedores del restaurante El Descanso, La Casa de las Costillas, en el kilómetro 14 de la carretera de Barcelona, escuchaban una única y violenta explosión y veían cómo los tabiques se venían abajo, los cristales saltaban por los aires y parte del techo caía sobre las salas. La explosión se produjo bien en la barra del bar, situada a la entrada del restaurante, que cubría casi todo el frente del establecimiento, bien en los servicios, situados a su izquierda. La fachada del edificio fue volada por la explosión y la planta superior se precipitó sobre la treintena de personas que esperaban en la barra del bar a que hubiera mesas libres en el comedor.
La totalidad de las 60 mesas con que cuenta el establecimiento estaban ocupadas y había unas 30 personas que esperaban en la zona de la barra, que atendían dos camareros de los 15 empleados con que cuenta el local. En un instante toda la zona se vio transformada. Bajo los escombros había varios fallecidos y numerosos heridos. "Fue una explosión muy fuerte, muy fuerte", dice Magdalena Canga. "Yo me he salvado por minutos, porque hacía un momento había estado en nuestra vivienda, que se encontraba en la primera planta, sobre la barra", dijo Magdalena que, acompañada por un familiar, miraba desde el aparcamiento el edificio destrozado.Todos coinciden en que la explosión se produjo en la barra del bar o en los servicios. "No, en la barra no había nada que pudiera explotar. La cafetera era eléctrica. Nada", dice Magdalena, que añade que el restaurante estaba lleno y había personas esperando en la barra.
"Momentos después de la explosión, muchos de los que salieron volvieron a entrar en lo que quedaba del edificio y sacaron a las personas que pudieron", dijo Magdalena Canga. Algunos de ellos fueron evacuados en algunos de los coches que se hallaban en la zona de aparcamiento. Inmediatamente fueron avisadas la Policía Nacional y Municipal, los bomberos, los servicios de ayuda DYA y los hospitales. Unos 20 minutos más tarde la zona estaba llena de gente que se interesaba por lo sucedido, dispuesta a colaborar en las tareas de rescate.
Hasta ese momento había cuatro muertos y parecía que ese número no iba a variar, pues la zona de la barra había sido totalmente revisada. La estructura superior de la parte trasera parecía haber aguantado y los bomberos, alumbrados por reflectores conectados a grupos electrógenos y ayudados con una pala excavadora, se dedicaban a retirar los escombros.
Sin embargo, cerca de las 0.30 los bomberos, retirados los cascoques de los comedores interiores, escucharon peticiones de ayuda que provenían de comedor situado en el sótano, del que hasta ese momento no se había efectuado ningún rescate. Cuatro bomberos se dirigieron entonces por la parte trasera y entraron al tercero de los salones -único que se halla en el sótano- por el garaje privado colindante.
Pronto la atención de los que participaban en los trabajos de rescate se volcó en la parte inferior al darse cuenta de que allí podía haber muchas más víctimas que en la parte superior, donde el número de heridos, tras los primeros instantes, había sido bastante limitado.
Instantes después los bomberos lograban sacar al primero de los allí enterrados. A éste, totalmente cubierto por el yeso de los escombros, siguieron otros muchos. Uno de ellos, americano, pedía que se sacara a una chica rubia en un mal castellano; otro intentaba mirarse las piernas, parcialmente mutiladas. Los bomberos sacaban trozos de pared manchadas de sangre. El descubrimiento de que los asistentes al comedor de abajo no habían podido salir fue tomando cuerpo en especial cuando se encontraron nuevos cadáveres.
El cinturón de seguridad montado una hora después para impedir que curiosos y personas sin relación con el hecho permanecieran en el lugar, se trasladó a la zona de entrada al aparcamiento y al final se optó por cerrar la verja de entrada a todo el complejo y abrirla únicamente para dejar entrar a las ambulancias, que se iban llevando a los heridos.
Sobre la una de la madrugada la carretera de Barcelona, que durante cerca de hora y media había sido cerrada en sentido Madrid, volvió a ser abierta, aunque sólo por un carril, mientras el resto era ocupado por coches de bomberos, ambulancias y decenas de coches patrulla de todos los Cuerpos de Seguridad del Estado.
Entre los heridos se encuentra el dueño, José González Collía, de 54 años, que posee el negocio desde hace siete años y que, según los comentarios recogidos, había convertido el establecimiento en un negocio rentable.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Barajas
- Base de Torrejón
- Orden público
- Fuerzas armadas
- Restaurantes
- Seguridad ciudadana
- Secuestros
- Atentados terroristas
- Bases militares
- Ayuntamiento Madrid
- Hostelería
- Zona militar
- Distritos municipales
- Defensa
- Madrid
- Ayuntamientos
- Gobierno municipal
- Comunidad de Madrid
- Terrorismo
- Delitos
- Turismo
- Política municipal
- Administración local
- Política
- Justicia