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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El ajedrez de la distensión

NO HAY que caer en la tentación de pensar que ha comenzado una nueva era en las relaciones exteriores de Moscú con el anuncio de la moratoria hasta noviembre para la instalación de misiles soviéticos en Europa. El nuevo hombre del Kremlin, Mijail Gorbachov, acaba de realizar su primera iniciativa notable de política exterior con el anuncio de esa moratoria unilateral, pero sería prematuro hablar de una diferente disposición en los corredores del poder soviético.Nos movemos todavía en el terreno de la táctica; sin que ello implique subestimar el significado e impacto que puede tener la nueva iniciativa de Moscú. A finales de 1983, los soviéticos rompieron las negociaciones de Ginebra como respuesta a la colocación de los primeros Pershing II y cruceros en Occidente. Ahora, con las conversaciones de Ginebra otra vez en marcha, anuncian una moratoria cuando ya está instalado un número apreciable de euromisiles en la RFA, Gran Bretaña, Italia y Bélgica; se trata pues de una evolución notable, y que lógicamente puede contribuir a invertir el actual proceso de acumulación de misiles nucleares en las dos partes de Europa. Esta mayor flexibilidad que se refleja en las declaraciones de Gorbachov está sin duda determinada por el hecho de que el objetivo prioritario hoy de los soviéticos es contrapesar la nueva estrategia norteamericana. El presidente Ronald Reagan parece cada vez más claramente decidido a proseguir las investigaciones para establecer un sistema defensivo espacial, conocido por la guerra de las galaxias, no tanto como expediente de negociación sino como nuevo nivel geoestratégico a partir del cual hay que apalabrar la distensión con Moscú.

Lo que persigue el anuncio soviético es colocar la pelota en el campo contrario en vísperas del viaje de Reagan a Europa, al tiempo que influir en aquellos Estados europeos, como Holanda, de los que cabe esperar aún reticencias en el despliegue de su cuota de euromisiles. Todo ello perfectamente comprensible y legítimo en el ajedrez de las relaciones internacionales: las dos potencias negocian entre ellas con la vista puesta en los aliados. Es decir, en este caso, en los aliados de Estados Unidos, en los países miembros de la OTAN, cuyo sistema democrático permite -contrariamente a lo que ocurre en los países del Pacto de Varsovia- que se manifiesten criterios discrepantes con las políticas gubernamentales. En este orden, sin duda el hecho más significativo es la reacción de la socialdemocracia alemana que ha acogido favorablemente la iniciativa de Gorbachov. Ello es lógico pues éste ha recogido, en el fondo, posiciones que el SPD ha venido defendiendo en los últimos tiempos. Se perfila pues una oposición mayor en Europa occidental a que prosiga la instalación de los euromisiles. Es muy probable que ello tenga incluso consecuencias en el seno de algunos gobiernos.

Por otra parte, la primera reacción de Washington a la propuesta de Gorbachov tenía que ser negativa. Los soviéticos lo sabían de antemano, ya que el tema ha sido debatido discretamente en Ginebra antes de que Gorbachov lo haya hecho público. Si la Casa Blanca se ha apresurado a decir no, ha sido pensando sobre todo en Europa; con el fin de evitar que surjan esperanzas excesivas o actitudes que den una impresión de desacuerdos en el seno de la Alianza Atlántica. Sin embargo, conviene considerar esta negativa más bien como un punto de partida que como una posición definitiva. Están por delante largas negociaciones en Ginebra; el próximo mes el presidente Reagan viajará a Europa y hablará directamente con los principales gobernantes de la OTAN; y sobre todo, está ya confirmada la futura entrevista Reagan-Gorbachov. En todas estas ocasiones la cuestión de los misiles en Europa estará sobre el tapete; y no es pecar de excesivo optimismo pensar que, al final de esas diversas negociaciones, las respectivas actitudes no serán idénticas a lo que son hoy. En buena lógica la posición norteamericana no puede detenerse en la pura respuesta negativa; es de buena diplomacia que a su vez Washington, en el momento que juzgue más apropiado, tenga algo que sugerir por encima de las conversaciones que actualmente se celebran en Ginebra, embarradas en cuestiones de procedimiento.

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Por eso el inicio del diálogo sobre las cabezas de loss esforzados técnicos en la ciudad helvética es apreciable. Porque mueve las piezas en el tablero de la negociación, porque con toda su servidumbre propagandística se encamina a una preparación de la cumbre que probablemente en otoño celebrarán los dos líderes de las naciones más poderosas de la tierra. De esta forma el anuncio soviético pretende compensar la toma de iniciativa por parte de Estados Unidos con el reciente ofrecimiento de celebrar una reunión al máximo nivel con el líder soviético. Reagan tiende una mano conversadora a Gorbachov y éste no sólo la acepta sino que a su vez mueve un peón en el tablero europeo. Ahora le toca mover a Washington.

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