Una pequeña obra maestra
Una delle ultime sere di carnevale es la despedida del veneciano Carlo Goldoni de su ciudad, pocos días antes de salir hacia París (1762). La acción transcurre en casa de maestro tejedor Zamaria. Los personajes, tejedores, un dibujante una bordadora, gentes del oficio o relacionados con él, acompañados de sus familiares, van llegando a la casa del sior Zamaria, donde está prevista una cena y luego un baile. Llegan a la casa, se sientan, charlan entre ellos. Poco a poco vamos conociéndolos. Son burgueses, gente sin demasiado atractivo (aparentemente, claro), más bien vulgares, exponentess, de la nueva comedia, criaturas de la gran apuesta galdosiana, en cuyas fisonomías, en cuyo lenguaje, en cuyos gestos todavía se aprecia a medio borrar la etiqueta de la Commedia dell'arte.
Un dels últims vespres de carnaval
De Carlo Goldoni. Traducción: Carlota Soldevila y Lluís Pasqual. Intérpretes: Jordi Bosch, Lydia Comas, Imma Colomer, Maria Domènec, Lluís Homar, Anna Lizarán, Teresa Lozano, Alfred Luechetti, Rafael Lladó, Blai Llopis, Enric Serra, Carlota Soldevila, Artur Trias y Emma Vilarasau. Espacio escénico y vestuario: Fabià Puigserver. Dirección: Lluís Pasqual. Teatre Lliure. 26 de marzo de 1985.
Los personajes charlan entre sí juegan a las cartas, a la meneghella -un juego veneciano que se juega por parejas-, cenan unos raviolis y unos capones, siguen charlando gastándose bromas, al tiempo que se va tejiendo una intriga amorosa que ha de desembocar en la unión del sior Mómolo y la siora Polònia del sior Zamaria y madama Gatteau, del sior Anzoletto y la siora Domenica. La pieza termina, pues, felizmente, con un baile.
Más que un Goldoni -el Goldoni que aquí se conoce- diríase de Una delle ultime sere... que se trata de un Chejov. La misma importancia del ritmo, decisivo, la misma estructura musical. Una vez se ha dado con ese ritmo, la partitura, de voces y gestos nuevos y viejos a la vez puede convertirse en una maravilla. El texto, aparentemente insignificante en su lectura, da pie a un espectáculo fascinante, a una pequeña obra maestra.
Eso lo ha conseguido plenamente Lluís Pasqual. Su montaje es una gran lección de teatro a la que por desgracia no estamos demasiado habituados. Lección que se produce, claro, en el Lliure, con la gente del Lliure, lo cual no es casual. Hace falta una formación con el rigor y la disciplina del Lliure, conociéndose como se conocen entre ellos, para que se produzca el milagro. Todos y cada uno de los intérpretes son excelentes. Pero dentro de esta envidiable calidad me parece justo destacar la interpretación de Teresa Lozano en la siora Marta, una característica de la gran escuela, que coloca sus frases con rara precisión apoyándose en una mímica no menos precisa, instintiva, como si se tratase de una garza, así como la de Carlota Soldevila, una madama Gatteau francamente estupenda.
Un trabajo, en definitiva, cosido a mano, con la marca del Lliure, del mejor Lliure; un espectáculo divertidísimo en el que intérpretes y director nos muestran un nuevo Goldoni al tiempo que nos ofrecen, insisto, una gran lección de teatro.
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