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Entrevista:

Savater: "La literatura es indiscutible"

El filósofo publica su tercera novela, 'El dialecto de la vida'

A sus 37 años, Fernando Savater publica El dialecto de la vida, su tercera novela y, "casi me avergüenza decirlo", el treinta y algo volumen de sus obras. A los 11 años tenía vocación de novelista: a esa edad "uno no sabe que se pueden escribir otras cosas". Pero, cuando tuvo que elegir estudió filosofía, quizá porque le tiraba la discusión, y "la literatura es indiscutible". De aquel tiempo en el que se sueña con alcanzar los mares del Sur se le han quedado unas cuantas imágenes y, entre ellas, la de Stevenson, el dato escondido de su novela.

MadridEl autor escocés deja su rastro no sólo en los ensayos de Savater -La infancia recuperada-, sino en la pared de su salón que mira a los tejados de Madrid -ahí está junto a Jack London y a una goleta-, y ahora en El dialecto de la vida. Porque la búsqueda de Stevenson es el motor del libro. Tras él viajan a Escocia un protagonista Alan, acompañado de un fotógrafo, David, para hacer un reportaje. El mismo viaje que hizo Savater hace dos años, en el centenario de La búsqueda del tesoro.Al igual que sus artículos, que escribe "a golpe de indignación", Savater crea sus novelas y su teatro en un solo impulso que, de ser cortado, puede extraviarse. Tiende a escribir deprisa -unas tres horas todos los días de la vida-, y es una de esas personas, reconoce, que quizá no aprovecharan tan bien el tiempo si dispusieran de más. Corrige lo necesario, pero es consciente, con Valéry, de que las obras no se acaban, sino que se abandonan.

"No se le puede pedir a Voltaire los remilgos de Mallarmé para terminar un poema", dice, y se ríe con carcajada de fauno al reconocer que él es de la cuerda de Voltaire. De todas formas, en sus escritos primerizos -una novela escondida y alguna obra de teatro- ya aparece su "manía por los planteamientos ensayísticos", y "sería ingenuo pretender que soy un pirata o un periodista de sucesos. Cada uno es lo que es".

Amistad entre dos viajeros

Apenas ocurren cosas en El dialecto de la vida, donde la historia de la amistad entre los dos viajeros -apenas se conocen al partir- alterna con la evocación dolorida de una mujer por parte del protagonista, Alan, que hace también de narirador. Alan, el escritor erudito, iredescubre en el joven David cierta vitalidad y tiene incluso un impulso sexual hacia él -"somos personas abiertas a otras personas", dice Savater-, mientras conjura con la evocación y el viaje la memoria de aquella mujer.Esa evocación reanda la angustia por la pérdida amorosa, pero, aunque son pasos conocidos, los de Savater en la novela tienen unas señas tan personales que -termina por reconocer- ciertos párrafos sólo pue den ser plenamente entendidos por una sola persona, y ahí la novela se convierte en una carta personal. "No creí que se notara tanto", dice, y ríe con timidez, como si alguien le hubiera sorprendido robando almendras.

Cuando Stevenson logró un éxito cuyas dimensiones le sorprendieron a él mismo -"algo he debido de hacer mal para ser tan popular", dijo al final de su vida-, se compró un barco, El Casco, y puso rumbo hacia los mares del Sur... donde escribió sobre Escocia.

Savater aún no ha podido comprarse el barco -"los libros no dan para tanto en España"-, y de todas formas ha llegado ya a la intuición de que su viaje será interior.

La búsqueda de Stevenson

Este intelectual vitalista -Alan se asombra ante David, en la novela, por su incapacidad para apreciar el buen whisky- aspira tan sólo a poder abandonar su cátedra de Ética en San Sebastián para poder dedicarse a escribir todo el tiempo, mientras viaja por temporadas. México, por ejemplo, le fascina. Entretanto, lleva una vida partida entre Madrid y la ciudad guipuzcoana, adonde viaja en tren todas las semanas y pasa parte de sus vacaciones. Quizá prefiere esta ciudad, pero "la una me cura de la otra". Aunque "a los 20 años puede parecer exaltante", no soportaría repetir la experiencia de la dictadura. El dialecto de la vida repite la enigmática dedicatoria de William Shakespeare a sus Sonetos, largo texto que dirige a Mr. W. B.., cuya identidad sigue siendo un misterio lleno de especulaciones, y que firmó como T. T.Enemigo hasta hoy de las dedicatorias, ambiguas, Savater la comete en su novela, que destina a R. H. Estas iniciales responden a las de su compañero en la búsqueda de Stevenson por Escocia.

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