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Tribuna
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Una cultura peculiar

Las corridas de toros están en la peculiar cultura de los españoles. Éstos echan mano del fenómeno taurino con frecuencia: me han soltado el toro; hay que agarrar al toro por los cuernos; ciertos son los toros; me veo en los cuernos del toro, etcétera. El toro se ha convertido en una imagen visionaria en virtud de un mecanismo asociativo con la muerte que acecha en el ruedo. Pero hay más. Si el torero es artista, lo que raramente ocurre, la corrida sea un arte tan fugaz que sólo deje un rastro de nostalgia.Lo que importa destacar es el sentido que el español, aficionado o no, tiene del toro: una fuerza desatada que sólo la puede vencer el ánimo templado. Y este ánimo es lo ponderable. Muchas de las incidencias que surgen durante la lidia suscitan parangones con lances de la vida. Se dice que la suerte suprema es la de matar. El torero y el toro son citados por la muerte. El cazador que con su rifle derriba a distancia una pieza de montería nos parece un bravucón. Pero el torero que se cuadra ante el toro, a pecho descubierto, y que para darle: muerte ha de verse entre los pitones, como dice el refrán, infunde respeto. El toro puede esquivar la estocada mortal con una embestida certera, y el torero, con destreza y arrojo, sale victorioso del trance. Si esta suerte, admirablemente calificada así por la sabiduría popular, se ejecuta bien, la emoción es indiscutible. Pero con las corridas de toros ocurre como con tantas cosas: lo normal es la mediocridad, los falsos alardes, la chapucería, y el espectáculo se degrada. Es difícil topar con una buena lidia del toro, pero si acontece, el público asiste a la representación de una tragedia real, sin máscaras ni tapujos. Y esta coincidencia entre el arte y la realidad es lo que presta a las corridas de toros una originalidad exclusiva.

Lucha imposible

Armado de un trapo rojo, el torero juega con la muerte, y el dominio ejercido sobre ella, y su vencimiento final es lo que paladea el espectador. Éste sabe que la muerte anda suelta por el mundo, dando acometidas esquinadas con un toro. Salirle al paso, engañarla y derrotarla sería el más alto empeño. En la plaza hay como un espejismo de esa lucha imposible, y cuando es librada con talento y valor, enardece. Un espectáculo semejante debería arrastrar a muchedumbres enfervorizadas, si no fuera por su ordinaria degradación, que hace al espectador sentirse burlado como el toro.

¿Por qué este espectáculo sólo es propio de áreas culturales hispánicas? Creo que existe en España una cultura de la muerte. En los pasados autos de fe, el gentío atiborraba el tinglado montado por los inquisitores. Legitimada la sed de sangre con argucias teológicas, el pueblo asistía con fruición a un acto de crueldad infernal. En las corridas de toros, el condenado es el toro, pero a diferencia de los autos de fe se le concede al toro la gracia de un terreno y unas reglas que su contrincante ha de superar a cuerpo limpio arriesgadamente.

Es laudable que desde ciertas instituciones, como sucede ahora con la Diputación de Valencia, se trate de sacar a la luz lo que de valioso hay en las corridas, y se resalte, para su repudiación, la insolente chabacanería que tan a menudo las convierte en un emectáculo deplorable.

es escritor.

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