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Tribuna
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Signos

Los kremlinólogos están preocupados. El Comité Central del PCUS ha violado todas las reglas últimamente detectadas en el momento del tránsito de poder. Es cierto que Chernenko o Chernenka (se murió llevándose el secreto del sexo de su apellido a la tumba) agonizó entre misterios, como manda el Dios de los soviets. En Occidente se prefiere el espectáculo del político entubado, goteante de sangre y sobando en su delirio cualquier apéndice incorrupto de santo de prestigio. Pero si Chernenko-ka murió en pleno misterio, apenas cuatro horas después de su traspaso la URSS ya tenía un nuevo secretario general y además un secretario general de media edad. Pueden ocurrir tres cosas. Primero, que Gorbachov esté enfermo de leucemia galopante y se muera en los próximos meses, con lo que se confirmaría el carácter gafe del poder en la Unión Soviética. Segundo, que Gorbachov no sea Gorbachov, sino el mismísimo Beria conservado en estado de hibernación y ahora descongelado. Tercero, que Gorbachov sea un político normal, que tenga la edad que representa y una larga vida política por delante para hacer frente a la guerra de las galaxias.

Poco territorio les queda para la especulación a los kremlinólogos, como no sea esa mancha de vino congénita que el nuevo secretario del PCUS luce sobre su cabeza y la historia de amour fou con Margaret Thatcher durante la visita a Londres del presunto delfín. La Thatcher está muy irritada con Reagan porque se le ríe en los discursos y no con una risa discreta, sino a mandíbula batiente.

En cambio, Gorbachov se inclinó ceremoniosamente ante ella y le propuso: "¿Me concede usted este baile?". Se desconoce la marca de baile utilizada para el encuentro, pero los kremlinólogos interpretaron el signo como un deseo de Gorbachov de sexualizar la ley de desarrollo desigual que Lenin había codificado en las relaciones de dependencia dentro del sistema capitalista.

Otro signo excitante para los kremlinólogos es que Gorbachov es casi, casi contemporáneo de Elvis Presley y de una generación soviética que, de creer a Evtuchenko, "...llevaba pantalones tejanos y leía a Hemingway".

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