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Crítica:CINE /
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Palabras para llenar el vacío

Hay películas que nos llevan a aflorar aquel materialismo grosero que permitía emparentar el género fantástico con un escapismo ideológico propuesto por el poder en épocas de crisis. La falta de realismo -entendido el concepto con urgencia de guerrillero en república bananera- era un lastre que descalificaba cualquier producto en tanto que inútil; cuando no contrario a la causa del progreso. Pero la época no admite ese tipo de simplificaciones, pues prefiere entronizar un eclecticismo -que también es de Catón- desde el cual tomarse en serio propuestas filosóficas del tipo "estoy aquí porque he venido" o "el que duerme, ha de despertar", aderezadas, eso sí, de inefables coros y cortinas de humo cuyo destino último es sugerir que la oscuridad y confusión son mensajes esotéricos y teosóficos.Leyendo lo que se ha llegado a escribir sobre Dune es inevitable recordar con nostalgia los comportamientos descritos en el párrafo anterior. Por ejemplo, Michel Chion, quién sabe si con el propósito subliminal de convencemos de que Lynch es el equivalente cinematográfico de Joyce y su célebre monólogo interior, compara Dune con 2001, para resaltar que si en Kubrick reinaba el silencio y la palabra era instrumental, de manera que la dimensión metafísica, trascendente o religiosa del relato aparecía muy clara en tres o cuatro temas formulados explícitamente -Dios, la vida, los extraterrestres y el origen de la inteligencia-, en la película de Lynch el discurso verbal es como un flujo envolvente que impone su orden. Las cosas -desde las personas hasta los planetas- existen porque son dichas. La palabra adquiere así un carácter sagrado.

Dune

Director: David Lynch. Intérpretes: Kyle Mac Lachlan, Jürgen Prochnow, Francesca Annis, Sian Phillips, Max von Sydow, Silvana Mangano, José Ferrer, Guión: D. Lynch. Fotografía: Freddie Francis. Efectos especiales: Albert Whidock y Kit West. EE UU, 1984. Estreno en cines Españoleto, Gran Vía, Vaguada M-2. Madrid.

Los desaparecidos

La tesis es divertida, pero también falsa. Basta con leer los títulos de crédito para darse cuenta de que muchos de los nombres que en ellos figuran han desaparecido del filme. Silvana Mangano es quien bate todos los récords, con menos de 30 segundos en pantalla, aunque Linda Hunt también se apresura a morir y Von Sydow y Freddie Jones han de convertirse en ectoplasmas. ¿Qué ha pasado? Sencillamente, como otras muchas grandes producciones contemporáneas -el caso de Greystoke es reciente, Dune es hija de un montaje que ha eliminado un buen número de secuencias después de rodarlas.Eso se debe a la actual mecánica del negocio, que da mucha más importancia a la promoción y al diseño de la apariencia del producto que al producto en sí. Probablemente el guión era desmesurado; ya se sabía que su puesta en escena excedería toda duración comercialmente admisible; pero ese despilfarro de rodar inútilmente también se capitaliza vía publicidad.

Por si no bastara con ese detalle significativo, que remite a la hipe rutilización de la voz como recurso con el que explicar lo que falta, con el que sustituir las imágenes mutiladas, el ritmo de las secuencias montadas de forma calmosa y solemne se contradice con el de la información verbal, apresurado y excesivo, hasta el punto que sólo un lector de la novela es capaz de seguir el hilo de la cinta.

Claro que todo puede justificarse recurriendo a adjetivos como onírico. Si se acepta que la lógica de Dune es la de los sueños, que las relaciones de causalidad o la existencia misma de los personajes no tiene otra explicación que la de no tener ninguna -el autor incluye abundante mitología edípica para que un Freud de Readers Digest pueda entretener la confusión-, quizá los hallazgos visuales y la belleza de los primeros decorados sean soporte suficiente para la historia. Pero, en cualquier caso, no hay que sospechar que tanta palabra oculta una trivialidad total.

Lo mejor de Dune es que la capital del imperio el año 10.000 y pico sea un cruce entre Nueva York y Moscú, que figurinistas y decoradores hayan sabido fabricar un estilo Tudor para dentro de 8.000 años y que la película demuestre que los efectos especiales más inquietantes no son fruto de ninguna computadora.

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