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Crítica:CINE /
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un encierro difícil

El guión de La vaquilla fue escrito hace ya muchos años, cuando la censura institucional aún era todopoderosa. Entonces el trabajo de Azcona y Berlanga no pudo convertirse en película, que era su destino lógico, pero sí en libro. Luego, cuando las circunstancias políticas fueron cambiando y ya no era obligado hablar de los vencedores como ángeles y de los vencidos como agentes de la Internacional Comunista, el proyecto parecía imposible por su elevado coste. Rodar en exteriores alejados de alguno de los centros cinematográficos, con abundancia de extras y cuidando la planificación, exigía un presupuesto de más de 200 millones de pesetas, costo que ni real ni proporcionalmente puede compararse con los de Plácido, Bienvenido, mister Marshall o Novio a la vista, títulos berlanguianos de exigencias de producción semejantes.La vaquilla es una fábula sobre la guerra civil. Los dos bandos se enfrentan por la vaquilla que da título al filme. Los sublevados quieren torearla; los republicanos sólo sueñan con comérsela. El animal, como la España que simboliza, acaba muerto en zona de nadie, despellejado por los buitres y sin que nadie pueda disfrutar de él. La moraleja o conclusión de la película está, pues, muy clara, pero no es eso lo importante, sino el camino seguido hasta el final.

La vaquilla

Director: Luis G. Berlanga. Intérpretes principales: Alfredo Landa, José Sacristán, Violeta Cela, Agustín González, Adolfo Marsillach, Guión: L. Berlanga y Azcona. Fotografía: Carlos Suárez. 1985. Estreno: Capitol, Carlton, Candilejas, Europa, Luchana y La Vaguada. Madrid.

Contada a través de planos largos, a menudo planos-secuencia, con protagonismo coral, concebido, más que como una sucesión de retratos, como un fresco, un intento de pintura global, La vaquilla va articulando un continuum de situaciones divertidas, que explotan el absurdo de la guerra y un país dividido. El gag es preterido para potenciarse el cuadro, y los más eficaces son los que muestran a los protagonistas empeñados en objetivos sin sentido, como pasear a un marqués en silla de ruedas por un campo minado o infiltrarse en territorio enemigo para robar un animal y acabar participando en un desfile religioso. Las anotaciones de Berlanga sobre el disparate humano son espléndidas en muchas ocasiones, ya que permiten definir lo que va a ser la futura España de los vencedores con una idea tan loca como el convertir la suerte de banderillas en una operación militar.

Una cuestión distinta es la que se refiere a la exactitud histórica del filme, entendiendo el adjetivo de manera no restrictiva ni como definidor de género. En La vaquilla se parte de la idea de que nadie, de entre los que participaron en la guerra, defendía ideal alguno. Todos los personajes de la película actúan por obligación, miedo o para satisfacer intereses inmediatos, ya sean de orden sexual o de vanidad personal de buscador de gloria, que tanto puede alcanzarse toreando como con el manejo de la navaja barbera. Para Berlanga, para sus criaturas, no existe otra ideología que la de satisfacer sus deseos más primarios. Las convicciones no se degradan, porque nunca existieron. Todos parecen dispuestos a cambiar de bando sin que eso les cree el menor problema. La suerte ha hecho la composición de los ejércitos.

Diferencias en una guerra

Al margen de que toda guerra sea detestable y de que nada pueda justificar la glorificación institucional de la muerte que comporta el enfrentamiento militar de que existan novelas tan impresionantes como la Incerta gloria, de Joan Sales, que incluyen nietzscheanos capaces de luchar en los dos ejércitos y no militar en ninguno, una película de estas características sobre la guerra no debiera prescindir de que una de las diferencias sustanciales entre republicanos y sublevados era de orden profesional, al menos en un primer momento, cuando el grado de voluntariedad a la hora de luchar era muy distinto entre unos y otros. Que luego la realidad enfriara los entusiasmos es algo que tampoco ha de silenciarse y que también era materia de comicidad.La vaquilla reaviva aquel dicho de que todo el humor es de derechas. El suyo es un planteamiento que conecta con una tendencia que acaba por negar la existencia de la guerra, una tendencia iniciada desde la izquierda con el propósito de superar los traumas del pasado, pero que ha acabado por negarlo. El humor, si es auténtico, será políticamente sospechoso, porque no se casa con nadie y se ríe de todos, pero para que funcione, aunque sea desde la amargura o el sarcasmo, la caricatura o el absurdo, no ha de prescindir de la verdad, so pena de helar la tragedia, tal y como sucede aquí.

Sería injusto acabar este comentario, tan discutible como la película misma, sin citar la fantástica labor de los actores -no siempre bien servidos por los técnicos de sonido-, todos ellos -mención especial para Sacristán, Landa, Ramos, Marsillach y González- dignos miembros de esa cofradía de protagonistas secundarios que siempre ha sabido crear Berlanga.

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