Estados Unidos, favorito de la fortuna
Los pueblos de todo el mundo tienen depositadas sus esperanzas de progreso económico en el empuje de la locomotora norteamericana. En el momento en que ésta pierde impulso, Japón y la cuenca del Pacífico empezarán a experimentar la pérdida del estímulo de sus exportaciones.El enfermo de Europa era casi siempre Turquía. Ahora, toda Europa está enferma. Se han acabado los días en que el Mercado Común dio un enorme avance, demostrando ser un magnate irresistible para los fondos de inversión norteamericanos.
Actualmente, en el tiempo en que se han creado 30 millones de nuevos puestos de trabajo en Estados Unidos, en toda Europa se ha conseguido a duras penas crear unos pocos millones. El desempleo se cuenta ya en porcentajes de dos cifras desde las fronteras del telón de acero hasta el mar de Irlanda. El dinero libre, más astuto, busca sus mayores rendimientos en Nueva York, Washington y el Medio Oeste norteamericano.
La hemorragia del déficit comercial norteamericano supone una transfusión de sangre a los países en vías de desarrollo de Asia, África y América Latina. La esperanza de respetar su deuda bancaria se apagaría en Brasil, México, Zaire y Argentina si se produjera una recesión en Estados Unidos, apagando la recuperación económica internacional.
En el frente económico estamos presenciando una repetición de la dependencia militar de Norteamérica, tal como la registran los libros de historia respecto a las dos guerras mundiales. La ayuda del Plan Marshall fue totalmente necesaria para que Europa pudiera salir de su indigencia tras la finalización de la II Guerra Mundial. Treinta y cinco años después, lo que Europa no está dispuesta a hacer para sí, es decir, poner en marcha programas nacionales de expansión monetaria y fiscal, le ha tocado de facto realizarlo a Estados Unidos.
Consecuentemente, no es de extrañar que, en tres viajes que he realizado recientemente al extranjero, los asistentes a las conferencias me preguntaran, nerviosos, por la salud de la actual recuperación de Reagan. He aquí la última lectura de sus constantes vitales.
Hechos nada horribles
1. Parece que 1985 va a ser el tecer gran año de la expansión. A lo largo del año natural, el 4% de crecimiento real parece ser una expectativa lógica.
2. Las señales más empíricas parecen indicar, con optimismo, que el índice de inflación no se va a disparar en 1985.
3. Resulta difícil predecir el curso que puedan tomar los tipos de interés. Mientras la economía demuestre la fortaleza ya indicada, mi opinión es que los tipos de interés a corto plazo deben, lógicamente, ir subiendo a medida que avance el año. Y podría muy bien suceder que le dieran un empujón a los tipos a largo plazo.
Nadie sabe si las acciones subirán o bajarán. Personalmente, yo dormiría más tranquilo teniendo un 60% de acciones con cotización en bolsa que sin ninguna o con un 10%.
4. Mil novecientos ochenta y seis es otra historia, y está todavía demasiado lejos para poder predecir nada con precisión. La clave de si la, actual recuperación económica puede desafiar la ley de los ciclos y seguir con vida al cumplir sus 49 meses depende, en mi opinión, de si se mantiene nuestra buena suerte en el frente de la inflación.
Si la OPEP se mantiene débil, si las cosechas siguen siendo buenas, si la fuerte competencia en importaciones y unas tasas de desempleo próximas al 7% mantienen tranquilos a los sindicatos, sospecho que tendremos una buena posibilidad de limitar la inflación de los precios en tomo al 5% anual.
5. El Banco de la Reserva Federal se merece, para mí, una buena calificación. Sus acciones del otoño de 1982 fueron la causa de esta recuperación. La excesiva exuberancia de principios de 1984 fue gratamente refrenada por las riendas de la Reserva Federal. Igualmente, el pasado año, cuando se dio la posibilidad de un freno a la recuperación económica, Paul Volcker y las autoridades de la Reserva Federal contribuyeron a mantener bajos los tipos de interés y a dar nuevo vigor a la expansión.
Es de esperar que a lo largo de 1985 la Reserva Federal tendrá el poder, y probablemente el conocimiento, necesarios para poder hacer frente a los vientos contrarios que puedan surgir. A pesar de Washington.
¿Parece todo demasiado optimista? Lo es. Sin embargo, mi optimismo no es el optimismo insípido de los seguidores de Reagan.
Tengo poca confianza en que se haga nada apreciable para resolver nuestro terrible déficit fiscal estructural. Somos actualmente una nación con bajo nivel de impuestos. Y no hay duda de que, con Reagan, lo seguiremos siendo.
Lo que sería mejor para nosotros, a la larga, y me atrevo a pensar que igualmente para el resto del mundo, sería un descenso regular y lento del dólar, junto con una reducción gradual de los tipos de interés real en Estados Unidos, que se extenderían al resto del mundo.
Pero no soy tan neciamente optimista como para creer en aquello de lo que todavía no hay pruebas. Me falta la fe para creer en lo que no se ve.
Tenemos un presidente sin talento para la economía y que demuestra poco interés en el tema. Su secretario del Tesoro es un político aficionado. El principal asesor de la Casa Blanca es un secretario del Tesoro frustrado. El presidente de su consejo de asesores económicos es un economista Bourbon, un monetarista que ni ha aprendido ni ha olvidado nada.
La situación del Congreso no es mucho mejor. Los republicanos no tienen confianza en el programa de su presidente. Pero ni ellos ni los demócratas se ponen de acuerdo en una alternativa.
A pesar de todo, el cielo de la economía norteamericana se mantiene soleado. ¿Quién dijo que no somos el pueblo escogido de la Providencia?
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