La suprema perfección de Goffredo Petrassi
Como nuestro Jesús Villa Rojo, el italiano Giuseppe Garbarino pasó del clarinete a la formación de un grupo con el que obtiene desde hace unos años éxitos notables.No me ha parecido tan interesante, ni mucho menos, su actuación al frente de la Orquesta Nacional de España, en un programa que incluía una novedad de Petrassi: Poema para arcos y trompetas, estrenado bajo la dirección de Sinopoli en la Bienal veneciana celebrada en 1981.
Goffredo Petrassi, que cumplió el año pasado los 80 años (por cierto que no nació en 1909, como dice el programa, sino en el año 1904), está ya en la historia de la música contemporánea europea como uno de sus grandes maestros, analistas y definidores.
Orquesta Nacional de España
Director: Giuseppe Garbarino. Solista: Julián López Gimeno (pianista). Obras de Petrassi, Mozart y Beethoven.Teatro Real. Madrid, 1, 2 y 3 de marzo.
El poema, deficientemente interpretado en esta ocasión, es un auténtico ejercicio sobre el tema hipotético "de cómo hacer música a partir de la nada".
En verdad, del apagado rumorear de las cuerdas con sordinas va desprendiéndose, despaciosamente, una suerte de capa sonora, en la que, como es hábito en Petrassi, no falta el componente lírico hasta arribar a lo que debe denominarse no ya sonidos sino música.
Como escribe Enzo Restagno con ocasión de la primera mundial, "el poema irradia los caracteres de una suprema perfección".
Un mundo velado, expectante y estático nos descubre primero la inquietud de los latidos internos; después, la intensificación de la luminosidad hasta evolucionar hacia una cierta cantabilidad cuyo triunfo, voluntariosamente frenado por el autor, coronan las voces de las cuatro trompetas.
Versión desmañada
Página tan delicada que demanda detallismo de modo e, imperioso, la consecución de una amplísima gama dinámica, pierde muchos valores a través de versión tan desmañada como la dirigida por Garbarino a la Orquesta Nacional.
De lo conseguido en la Heroica beethoveniana -aún dentro de una mayor discreción- y en el Concierto en si bemol, K. 450, de Mozart, poco hay que comentar, pues apenas queda huella en la memoria. Fue alegría volver a escuchar -no en las condiciones más favorables, como puede comprenderse- al profesor Julián López Gimeno, dueño en todo momento de un criterio serio y elegante, capaz de calidades sonoras tan atractivas como las lucidas en el andante.
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