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Reportaje:La Plaza Mayor, monumento histórico-artístico

El templo de la cultura del calamar

Vecinos y comerciantes acogen la declaración del Gobierno con un encogimiento de hombros: "¿No lo era ya?"

Las guías turísticas califican a la plaza Mayor de corazón del Madrid de los Austrias. El Consejo de Ministros la declaró el pasado miércoles monumento histórico-artístico. Pero para los vecinos y comerciantes que la habitan nada de eso tiene otro significado que el de poder conseguir préstamos a bajo interés para rehabilitar sus centenarios inmuebles. Ellos siguen a lo suyo: unos intentando vender castañuelas a los turistas, otros cañeando y tapeando en las tabernas y algunos gozando como niños por haber conseguido un piso con balcón a un fabuloso escenario urbano.

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Juan Madrid, enfundado en una gabardina clara, empujó la puerta del número 4 de la calle de Postas con un abultado manojo de folios bajo el sobaco y se dirigió al gafudo y obsequioso caballero que atendía la papelería: "¿Dónde pueden pasarme esto a limpio?". "Arriba, en el primer piso", le respondieron. Madrid subió unas escaleras de caracol, hechas con hierro forjado, e irrumpió en una oficina de suelo de madera gris, estufa de butano, cuatro muebles viejos y decorativos calendarios.Dos señoras, Amelia y Mercedes, escribían en negras, pesadas y fantásticas máquinas Olivetti de los años treinta, rodeadas de varias clientes ataviadas con abrigos de pieles desgastadas. Madrid preguntó por la encargada; Amelia se identificó como tal; el periodista y escritor le explicó su encargo; ajustaron precio y fecha de entrega, y Juan Madrid abandonó el establecimiento Mariano Álvarez, "casa fundada en l905", para dirigirse al cercano bar La Joya, y tomar, entre valiaradas aceitosas, unas cañas.

Amelia y Mercedes, mecanó grafas de Casa Álvarez desde 1935, no recuerdan ahora, cinco años después, esa escena. "Es que por aquí pasa muchísima gente...". Con tanta copia de cartas, documentos y contratos, a 75 pesetas el folio, las mecanógrafas han olvidado que ellas pusieron en claro la narración de las an danzas de Toni Romano, ex boxeador, ex policía e investigador privado.

En Un beso de amigo, primera entrega de las aventuras de Toni Romano, Juan Madrid hizo la crónica de esta cultura del calamar y el chato de Valdepeñas, que tiene algunos de sus más acreditados templos en la plaza Mayor y aledaños. En la novela, el investigador privado cañeaba en La Joya y almorzaba en el bar andalú La Torre del Oro, casi siempre en compañía de La perita en dulce, pionera del travestismo madrileño, y El peón de ajedrez, un vendedor de mecheros que, a causa de su boca deformada, andaba hacia adelante y comía de lado.

Pero el pasado jueves, día en que la plaza Mayor estrenó su nueva condición de monumento histórico-artístico, ni Toni Romano ni sus dos confidentes merodeaban por el lugar. El primero porque, según cuenta Madrid, no va mucho por allí desde que en el aparcamiento que horada el subsuelo de la plaza le partieran el cuello a su amigo Yumbo, "excampeón militar nacional de boxeo en la categoría de pesos gallo". Los otros dos, protagonistas de la novela inspirados en personajes reales de la zona, porque ya murieron. Y es que, como dice Pura, la plaza Mayor ha perdido mucho ambiente en los últimos años. "Fijese que antes había 60 puestos como el mío y ahora sólo quedamos tres o cuatro".

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Pura sí que estaba el jueves en su sitio, bajo los soportales de la calle de Toledo, un poco más arriba de donde Kaneko, un japonés de 26 años, intentaba reproducir en el papel y con acuarelas las texturas mugrientas de una columna centenaria. Kaneko vio venir a dos periodistas armados con un bloc y una cámara fotográfica y preguntó en castellano torpe: "¿Es que no se puede pintar aquí?". Ante el mismo espectáculo, Pura reaccionó de otra manera: "Si quieren retratarme, tienen que darme una propina".

Con 70 años de edad, toquilla negra que no llega a cubrir unos cabellos blancos como la leche, nariz larga en cuya punta brilla una gotita y manos hinchadas y rojizas, Pura parece una de esas castañeras que dibuja Forges. Gallega de origen, Pura vive en Madrid desde los 12 años y casi desde esa edad regenta un puesto de navajitas, bisutería y gafas de sol. Sus clientes son "el que pasa por aquí y se le antoja algo, y, en el buen tiempo, algún turista".

Pero el pasado jueves hacía un frío que pelaba, y a las siete de la tarde Pura sólo había vendido 200 pesetas. No es que ella necesite mucho dinero, entre otras cosas porque el alquiler del piso que ocupa desde hace 45 años en la próxima calle de Botoneros sólo le cuesta 600 pesetas, pero, incluso así, dos libras es una muy magra recaudación.

-¿Sabe usted, Pura, que el Gobierno ha declarado esta plaza monunnento?

-Sí, hace mucho. Cuando el rey Felipe Nosequé.

'Exportación a provincias'

Cierto es que la plaza Mayor y las 10 calilejuelas que, a modo de vomitorios, le dan entrada, son el corazón del Madrid de los Austrias. Pero con no menos propiedad puede decirse que esta zona reúne lo más auténtico del Madrid de los bares de fritangas, los cines de películas picantes, las casas de huéspedes y los comercios con fachadas galdosianas de madera pintada en chocolate o negro, uno de los cuales, Casa Yustas, fábrica de gorros y efectosmilitares de solera, anuncia: "Exportación a provincias".

De la Casa de la Carnicería, edificio que alberga la Junta Municipal. de Centro, salen dos guardias a efectuar su ronda por la plaza. Ambos son bajos, cincuentones, con el aspecto bonachón de serenos reciclados. Uno, madrileño de toda la vida y con el bigote como un cepillo blanco, cede la palabra a su compañero, un gallego de aspecto saludable, que explica que no puede decir su nombre "sin hablar antes con el sargento". El gallego, sin embargo, da toda suerte de informaciones útiles sobre la vida de la plaza, y en cierto momento inquiere: "Y por las escaleras de piedra, ¿no pregunta?".

-¿Perdón?

-Sí, hombre, el Arco de Cuchilleros, donde están las Cuevas de Luis Candelas.

-Pero eso es para turistas, ¿no?

-Turistas, sí; y también gente española que desfila en cantidad a chatear y tapear.

Los menús de los restaurantes y tabernas del Arco de Cuchilleros anuncian en tres idiomas los platos más meritorios de la cocina patria: paella, sopa castellana, habas granadinas, mero Costa Brava, merluza a la vasca y cordero, entre otros. Todo allí está pensado y hecho para que el visitante se sienta un poco Jorge Borrow, Richard Ford, Washintong Irving o cualquier otro viajero romántico por la España bandolera.

-Tienen ustedes suerte de patrullar por aquí, que es lo más bonito de Madrid.

-Lo más bonito y lo más conflictivo. Hay mucha gente de paso, vagabundos sin oficio ni beneficio, que se sientan en cualquier lado con una botella de cerveza y luego la rompen, y siempre están de bronca.

Cuando los dos guardias han terminado su ronda por la plaza, hacia las seis de la tarde, Felipe Belinchón encamina sus pasos hacia su consulta de dermatología, venéreas e impotencia de la calle de Ciudad Rodrigo. En un pisito de suelo de sintasol y techos bajos, Belinchón ha introducido las últimas maravillas de la ciencia médica, incluido rayo láser.

-Las venéreas, dice, siguen siendo enfermedades prohibidas. En un último gesto de hipocresía ahora se llaman ETS.

Felipe lo tiene claro. Las enfermedades venéreas se han incrementado en los últimos tiempos en España, "y en todo el mundo", porque hay una mayor promiscuidad sexual y menor miedo, lo que, dicho sea de paso, a él le parece excelente. "Antes", recuerda, "los colegios religiosos llevaban a sus alumnos al Museo Dermatovenereológico del antiguo hospital de San Juan, donde ahora está el Provincial. Les enseñaban horrores y les decían: 'Esto es lo que te va a pasar si pecas contra el sexto".

Un fantasma en el trastero

Bajo la clínica de Belinchón, en el número 6 de Ciudad Rodrigo, está la tienda que fundó en 1941 el suegro de su actual propietario, Isidro Cárcamo. En Navidades y otras festividades señaladas, los madrileños hacen cola ante el local, conocido como La Pequeñita, porque es fama que sus aceitunas, 28 variedades, son las mejores de la Villa. Otros bocados exquisitos del local, a precios de joyería, son la mojama de lomo de atún y las huevas de mújol del Mar Menor.

Cárcamo, bajo, recio, cejas blancas que se juntan y hasta espesan sobre la nariz, todo él olor a especias y salazones, entró a trabajar como aprendiz en La Pequeñita y acabó casándose con la hija del dueño. Ahora, como todos y cada uno de los establecimientos del barrio, ha colocado en la cristalera exterior un cartel que reza: "No al cierre del tráfico de la Puerta del Sol".

-Isidro, de corazón, ¿le afecta la medida o ha puesto el letrero porque lo ponen todos?

-De verdad me afecta. Yo tenía clientes que venían de otros barrios de Madrid a llevarse garrafitas - de aceitunas, pero que ahora ya ni se acercan.

No obstante, los vecinos del barrio -de ello puede estar seguro Cárcamo- nunca dejarán de frecuentar su comercio. La periodista Rosana Torres es de los que afirman que siempren serán fieles a La Pequeñita. Rosana vive en un cuarto piso con balcones a la plaza Mayor, tabique con tabique con otro que habitó durante mucho tiempo el diseñador Alberto Corazón. Es una vivienda del siglo XVII, propiedad de los frailes del asilo de San Rafael, que la heredaron de un alma devota, y varias veces reformada.

Rosana le puso parqué de pino antiguo y azulejos blancos; la decoró con muñecos, títeres, cojines multicolores y muebles de madera; rehabilitó la chimenea, y dejó el inmueble convertido en casa de cuento. Asomarse a un balcón que mira a un inmenso rectángulo coloreado en gris y tierra oxidada hace mucho más soportables la falta de ascensor y calefacción, el problema que supone transportar muebles o maletas hasta un hogar donde no pueden llegar los coches, o las molestias causadas por los festivales veraniegos de música y teatro, que durante varias semanas tapan la estatua de Felipe III, ocupan todo el espacio de la plaza y con su estridente megafonía impiden a los vecinos abrir los balcones en plena canícula.

Vivir en un monumento histórico-artístico no incrementará el placer que para Rosana y sus amigos del barrio suponen los desayunos y cañeos en el bar Los Arcos, las comidas en Los Galayos, uno de los restaurantes favoritos del alcalde Enrique Tierno, y los guateques que organizan con frecuencia.

-¿Sabes que tengo un fantasma en casa?

-No me digas.

Rosana explica entonces que en el cuarto trastero de su casa habita el espíritu inquieto de un joven que murió ajusticiado en la plaza Mayor, y que, de cuando en cuando, enciende todas las luces, conecta la cocina eléctrica y las radios y vuelve histéricas a algunas de sus arrugas. "Un día, harta de comprar platos y vasos, porque el fantasma me sale muy caro, que me los rompe todos, fui a una vidente y me dijo que era bueno, que me protegía, y que sólo reaccionaba agresivamente ante visitantes con malas vibraciones".

Si las actuales casas de la plaza Mayor tienen fantasmas de siglos pasados, es posible que las del futuro alberguen los de Juan Madrid, Toni Romano, Pura, los guardias municipales, Felipe Belinchón, Isidro Cárcamo, Rosana Torres y otros seres, reales o imaginarios, que hoy pueblan la plaza más española del mundo.

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