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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Risas antiguas

Hay, evidentemente, una moda de cine antisoviético que a veces alcanza el grado de panfleto grotesco (Amanecer rojo, de Milius), pero que generalmente se mantiene en segundo plano: Gorky Park, por ejerriplo, en el terreno del cine policiaco, y ahora, Un ruso en Nueva York, en el de la comedia más o menos divertida. Producto de la era Reagan, es una moda que hereda los viejos alegatos de la guerra fría adaptándose a los matices que exige el presente.En ese sentido, Un ruso en Nueva York quiere ofrecerse como un filme de cal y de arena en el que el fascinante mundo libre de Estados Unielos donde se refugia el músico fugado de la Unión Soviética no deje de tener también sus problemillas. El obrero poco afortunado vive en lugares en cierto modo similares a los de la Unión Soviética, sin poder tocar elsaxofón a la hora que le apetezca y sin seguro acceso al esplendor anunciado en televisión.

Un ruso en Nueva York

Dirección: Paul Mazursky. Guión: Mazursky y Leon Capetanos. Fotografía: Donald McAlpine. Música: David McHugh. Intérpretes: Robin Willíams, María Conchita Alonso, Cleavant Derricks, Alejandro Rey, Savely Kramarov, Elya Baskin. Comedia. Norteamericana, 1984. Estreno: Bulevar. Madrid.

En cualquier caso, insiste la película, es un hombre libre y

de ahí que ese soviético harto de hacer colas en su país para comprar cualquier cosa se refugie en unos grandes almacenes aprovechando su pasajera estancia en Nueva York. En ellos contempla de todo y su entusiasmo carece de límites.

Tópicos de comedieta

La comedia, a partir de ahí, se vulgariza. Las andanzas de ese extranjero en Nueva York, sus amoríos y el reencuentro con sus viejas amistades, también fugadas, cubre los tópicos de la comedieta sin que importe ya poco ni mucho su visión de propaganda política.Paul Mazursky, que sorprendió en 1970 con su primer filme, Rob Carol, Ted y Alice, y muy especialmente con Próxima parada: Greenwich Village, en 1975, tiene en su haber películas más confusas o de valores más relativos (Alex en el país de las maravillas, Una mujer descasada) donde se ha inspirado en trabajos ajenos que no ha sabido siempre mejorar.

Podría ser éste el caso de Un ruso en Nueva York, donde la comedia clásica norteamericana desaparece víctima de lugares comunes alternando tímidamente con algunos gags de mayor fortuna. Son los que el público ríe ahora como en el festival de San Sebastián, donde Mazursky fue a defenderse de cualquier acusación de intencionalidad política.

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