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El 'oscar' del tuerto

Aunque sólo fuera porque bajo su dirección John Wayne ganó su único oscar y uno de los pocos otorgados, aunque sea indirectamente, al western, Henry Hathaway merece ser recordado como director de este género que se ha llegado a bautizar como "el cine americano por excelencia".Poco importa que Valor de ley fuera muy inferior a Nevada Smith -que incluía espléndidas secuencias fluviales-, o a la aventurera Alaska, tierra de oro, o a las excelentes Del infierno a Texas y El jardín del diablo, rodadas ambas en la década de los cincuenta. Son una buena muestra del papel que juega el paisaje dentro del western, concebido como una suerte de presencia moral, románticamente escindido entre el edén y el infierno: entre una naturaleza que el hombre aprende a domesticar y que es generosa con él y unos espacios inhóspitos en los que el héroe se encuentra solo e indefenso, abrumado por la grandiosidad de horizontes infinitos y una luz cegadora.

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Eso, Hathaway sabía captarlo. Buscaba lugares de atmósfera transparente, en los que las siluetas quedaran bien recortadas, con una definición excesiva, y que confirieran a la acción un marco entre onírico e hiperrealista, siempre presidido por la atracción ambivalente del abismo.

Hathaway nunca ha figurado al lado de los grandes del western, los Ford, Hawks, Walsh, Mann o King, pero sí ha estado siempre considerado como uno de sus narradores más sólidos. Probablemente fue por eso por lo que pudo dirigir el primer western en color de la historia del cine -The trail of Lonesome Pine (1936)-, y que pudo ir saltando de género sin especiales dificultades.

Pero su mérito es también el de su época, el de una concepción del cine como espectáculo popular, dotado de un lenguaje homogéneo, cuya gramática todo el mundo comprendía y nadie cuestionaba. Hathaway nunca se preguntó sobre la conveniencia de revisar la historia del Oeste.

En La conquista del Oeste, sus episodios, con Widmark como protagonista, no tienen el tono sombrío del dirigido por Ford, sino que se adaptan a la épica tradicional. Puede que sólo en una ocasión bromeara con sus héroes. A John Wayne, en Valor de ley (1969), le puso un parche negro en un ojo. Y fue así, tuerto, como John Wayne ganó el oscar de Hollywood.

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