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La sentencia de Torun no satisface a nadie

La sentencia en el proceso de Torun -25 años de cárcel a los dos acusados de rango más alto por el asesinato del padre Popieluszko parece el resultado de un equilibrio entre diversas fuerzas sociales presentes en Polonia, que dejará descontentos a todos. El proceso de Torun contra los asesinos de Popieluszko se realizó correctamente. No fue un juicio sumario y secreto, sino ante los ojos de la opinión pública nacional e internacional, hasta llegar en ocasiones al exhibicionismo. Los oyentes de radio y los telespectadores pudieron sentir en sus casas los sollozos de Leszek Pekala, el tartamudeo angustioso de Waldemar Chmielewski el jadeo de un Grzegorz Piotrowski en busca de aire durante sus palabras finales.El régimen polaco optó por no barrer debajo de la alfombra. En Torun salieron a la luz algunas de las prácticas siniestras de los servicios secretos que incluso en países democráticos se habrían tapado "por motivos de servicio". La línea seguida por el equipo del general Wojciech Jaruzelski fue salir a la calle y aceptar el desafío de un sector de los servicios secretos que tiene conexiones con los grupos neoestalinistas del Partido Obrero Unificado de Polonia (POUP, comunista). La utilización propagandística del proceso, junto al descubrimiento de los asesinos materiales y de un instigador, puede servir para dar un punto favorable a Jaruzelski en la difícil tarea de recuperar la confianza de la sociedad polaca. Desde este punto de vista se había fabricado en Polonia un escenario ideal, casi perfecto: condena a muerte al ex capitán Grzegorz Piotrowski, el principal asesino; luego, la Iglesia pediría el indulto en nombre del perdón y el régimen lo concede.

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Este planteamiento no se siguió, como lo demuestra la sentencia de Torun. Piotrowski fue condenado a 25 años de cárcel, la jerarquía católica ha protestado por la forma de presentar el proceso en los medios de comunicación, y la sociedad polaca desconfía de las penas de cárcel, porque la mayoría piensa que estos hombres serán ahora poco menos que tratados a cuerpo de rey por ellos.

El deseo más extendido entre el pueblo, a pesar de los llamamientos al perdón, era ver colgado al asesino del popular sacerdote Popieluszko. Esto, aparte de las consideraciones sobre la pena de muerte, era inaceptable tanto para la Iglesia como para el Estado, a pesar de la crueldad y brutalidad con que se cometió el asesinato.

Queda la reacción en el interior del aparato de seguridad, y aquí cabe suponer que la desconfianza hacia los dirigentes del Gobierno ha aumentado. Piotrowski demostró ser un asesino capaz de una crueldad inhumana. Pero al mismo tiempo se presentó ante el tribunal de Torun como un hombre seguro de sus ideas, coherente, valiente y fanático, aunque lógico y lleno de fe comunista.

La sociedad polaca tiene un mártir con Popieluszko, que, muerto, será sin duda más peligroso para el régimen que cuando vivía, a pesar de sus sermones y misas patrióticas. Piotrowski puede convertirse en una leyenda: la del hombre leal, valiente y decidido, que fue sacrificado y abandonado por la dirección política. La desconfianza del aparato de policía hacia Jaruzelski y su ministro del Interior, general Czeslaw Kiszczak, se había incrementado tras el proceso de Torun. Aunque no se haya condenado a muerte a Piotrowski, la condena a 25 años de quienes se consideraban impunes genera sin duda desconfianzas y recelos. En el ministerio está en marcha además una denominada operación de verificación de cuadros, que puede ser una forma eufemística de realizar una purga. El problema para el régimen es que necesita precisamente a esa gente para asegurar su control sobre la sociedad polaca.

Escarmiento en la sombra

Lo más llamativo de las condenas de Torun fueron los 25 años de cárcel impuestos al coronel Adam Pietruszka, la misma pena solicitada por el fiscal como instigador del asesinato. La dureza de la condena a Pietruszka, que podía haberse reducido cuando incluso Pietrowski le exculpé totalmente en sus palabras finales y su defensa pidió la absolución, parece una advertencia a la trama oculta del crimen.

. Una hipótesis coherente permite aventurar que se trata de dar un escarrniento a la gente en la sombra: "vosotros os habéis librado del banquillo de los acusados, pero mirad lo que ocurre a vuestro hombre".

Esta batalla subterránea continuará entre los bastidores del poder. Hacia fuera está en marcha otra pugna contra los extremistas dentro de la Iglesia, sobre esta base: "nosotros hemos sido capaces de limpiar nuestras filas de los Piotrowski; ahora les toca a ustedes hacer lo mismo con los Popieluszko". La argumentación del fiscal en Torun, las andanadas del portavoz del Gobierno, ministro Jerzy Urban, bajo el seudónimo Jan Rem, contra los extremistas y activistas políticos del clero dan a entender que esta lucha está abierta.

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