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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nueva Zelanda y el arma nuclear

EL CONFLICTO que acaba de estallar entre EE UU y Nueva Zelanda a causa de la prohibición de este país de que entren en sus puertos navíos norteamericanos que puedan llevar armas nucleares no es una sorpresa. La victoria en Nueva Zelanda -y asimismo en Australia-de los partidos laboristas ha reflejado indiscutiblemente, además de una reacción ante problemas económicos y sociales, la fuerza alcanzada por las corrientes contrarias a la extensión a esa parte del mundo de la carrera de armamentos, sobre todo de los nucleares. Concretamente en Nueva Zelanda, la prohibición de la entrada de barcos con armas nucleares figuró como tal en la plataforma electoral de los laboristas. Desde que tomó el poder, en el pasado mes de julio, el primer ministro, David Lange, afirmó en varias ocasiones que cumpliría el mandato recibido de las urnas. Cuando se tomó por parte de EE UU, Australia y Nueva Zelanda (que integran desde 1951 la alianza ANZUS) la decisión de realizar unas maniobras navales conjuntas, Águila del mar, Washington sabía que provocaría un conflicto si pretendía que uno de sus barcos visitase un puerto neozelandés sin declarar que no contenía armas nucleares. Así ha sucedido, y la reacción del Pentágono ha consistido en un intento de forzar la situación mediante presiones y amenazas. El secretario de Defensa, Weinberger, ha declarado incluso que Nueva Zelanda "pagaría cara" su actitud. De rnomento, las maniobras han sido anuladas. Permanece la duda de si EE UU recurrirá a represalias de otro género.En cambio, no parece dudoso que los norteamericanos se han colocado en una situación muy poco airosa. Y precisamente porque colocan la democracia, el respeto a la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas, como el criterio supremo de una civilización y base de su política internacional, porque la acusación número uno al adversario soviético parte precisamente de que viola ese principio democrático. Es obvio que, en ese marco cultural, no es posible rechazar la posición adoptada. por el primer ministro, David Lange, cuando declara que es "inaceptable que otro país, por amenazas o coacciones, intente cambiar la política decidida en las urnas por el pueblo neozelandés". Nueva Zelanda forma parte de la alianza ANZUS y ha reafirmado su voluntad de seguir fiel a los compromisos contraídos en su marco. Pero esa alianza no implica ninguna obligación para Nueva Zelanda de aceptar la presencia dentro de su territorio soberano de armas nucleares. Exigir ahora que las acepte es una medida unilateral, frente a la cual la actitud firme del Gobierno neozelandés tiene una fuerte base jurídica y política.

Washington no ha medido hasta qué punto es fuerte la oposición al arma nuclear en la opinión pública, incluso entre las direcciones de los partidos que gobiernan Australia y Nueva Zelanda. En Europa, la existencia de los SS-20 soviéticos era un argumento fuerte ante la negativa de las corrientes pacifistas al emplazamiento de los euromisiles. Pero en el Pacífico sur, todo eso se contempla desde mucho más lejos. No hay ninguna sensación de amenaza. Es importante recordar que tanto Australia como Nueva Zelanda son sociedades modernas, desarrolladas, con una civilización muy asimilable a la de Norteamérica; los valores democráticos están en ellas tan enraizados que ni siquiera se discuten; la influencia comunista es inexistente.

Noticias de última hora indican que, en un terreno diferente, se incrementa, por parte de Australia, la reacción contra las armas nucleares. La presión en la calle y en el seno del Partido Laborista ha determinado una negativa del Gobierno de Canberra a la utilización de aeropuertos australianos en el seguimiento del misil MX (destinado, como se sabe, a transportar 10 cabezas nucleares) en unas pruebas previstas en el mar de Tasmania. Están en curso negociaciones, sobre todo por parte del primer ministro australiano, Hawke, que se halla en Washington. Hay propuestas de mantener las maniobras previstas, soslayando sus aspectos más conflictivos. Australia y Nueva Zelanda piensan realizar en todo caso maniobras conjuntas, incluso si se confirmase la ausencia norteamericana. Cuando el propio presidente Reagan insiste en que su objetivo último es acabar con las armas nucleares, Washington no puede extrañarse de que los pueblos no se dediquen a esperar a ver si eso ocurre o no, sino que cada uno, dentro de sus posibilidades, haga todo lo posible para alejar dichas armas. En ese orden, la actitud de Nueva Zelanda despierta una gran simpatía.

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