Entre el arte y la publicidad
La industria de los 'vídeo-clips' mueve al año cientos de millones de dólares
ANTONIO GÓMEZ El vídeo-clip, o vídeo musical, como debería ser definido con mucha mayor propiedad, es un invento que nace en la era del rock moderno de los ochenta. Un recurso de la industria discográfica para vender la imagen de sus cantantes y grupos en unos años cuando la imagen es tan definitoria como la música en los artistas actuales. "El elemento que priva en los vídeos musicales es, sin duda, el publicitario -dice Diego Manrique, periodista especializado en temas musicales y de comunicación-; la parte artística está supeditada a que se vea al artista en cuestión y a que entre en los formatos televisivos, para los que en principio está destinado fundamentalmente. Lo que se busca es la rentabilidad inmediata de la promoción; que ésta haga vender discos. Lo demás es secundario, aunque, naturalmente, haya vídeos de gran imaginación y suficiente creatividad".
José Luis Lozano, director cinematográfico que prepara su primer largometraje, con larga experiencia en el cine publicitario, y que ha realizado algunos de los pocos vídeos musicales que se han hecho en España, con artistas tan dispares como Iván, La Unión, Azul y Negro o Tino Casal, comparte esa misma opinión, aunque matizándola: "Es un género mixto, que comulga un poco con la publicidad y otro tanto con el arte. Es una forma de comunicación que llega fácilmente al espectador, que se consume rápidamente y sin problemas, que resulta visual y musicalmente atractiva, pero que también se quema rápidamente; a la misma velocidad que la canción de que se trate". Para José María Cano, del grupo Mecano, uno de los grupos españoles que más ha utilizado este medio, al que han llevado tres de sus canciones (Perdido en mi habitación, Me colé en una fiesta y Japón), esta indefinición tiene una explicación: "El artista pop de hoy cada vez se convierte más en un fenómeno audiovisual. Hoy el simple sonido de la canción no es suficiente. Hace falta ofrecer un espectáculo visual tanto en directo como en las actuaciones en televisión, y para ello el vídeo resulta fundamental". Tanto en los vídeos musicales extranjeros como españoles el principal destinatario es la televisión, aunque también se utilicen en bares, pubs, discotecas, tiendas e incluso en los estadios de futbol. En Estados Unidos se ha creado un canal exclusivo para los vídeos musicales, que se retransmiten por cable a lo largo de todo el día y cuentan con una audiencia de 17 millones de espectadores. Es el MTV, respaldado por la todopoderosa Warner Comunications, que aunque todavía parece no resultar rentable, ha creado escuela en otras televisiones, como la inglesa, que están siguiendo el mismo camino a gran rapidez.
En España se incluyen en todo tipo de programas, desde los espe-
Entre el arte y la publicidad
cíficamente musicales, como Tocata o el reciente Disco-visto, especialmente dedicado a ellos. Es una producción barata, ya que en la mayoría de los casos los vídeos son facilitados por los propios sellos discográficos de manera gratuita, y además reciben una buena acogida por parte del espectador, especialmente entre los más jóvenes. Ángel Luis Ramírez, casi con toda seguridad sustituto de Francisco Cervantes al frente de la unidad 9, encargada de la mayor parte de los programas musicales, defiende la utilización de los vídeos musicales "con todo derecho en los programas musicales, para los que resultan especialmente adecuados por tratarse de una formula televisiva que aunque tenga todavía mucho de promocional puede llegar un día o un año, no sé, en que encuentre un lenguaje nuevo, fresco, atractivo, como en otro tipo de programas, desde los de consumo a los informativos, siempre que no distorsione los contenidos y objetivos de esos programas, sino que los apoye; que se programen para ilustrar o potenciar una determinada información y no se haga ésta a partir del vídeo-clip de que se disponga".Para Jesús Cuevas, ejecutivo de promoción de la multinacional CBS, la utilización televisiva de este tipo de vídeos es también la más inmediata: "De momento no hemos pensado en comercializar los vídeoclips, porque no hay un mercado para ellos. Se hacen fundamentalmente con la finalidad de promover el producto en televisión. En los casos de artistas con proyección internacional un buen vídeo puede evitar las agotadoras giras promocionales. En la mayoría de los casos un vídeo bien realizado despierta un interés que no alcanzaría una actuación normal, en la que sólo se interpreta la canción".
Un producto de lujo
La industria díscográfica multinacional ha descubierto en el vídeo musical su Eldorado promocional particular. Grupos como Duran Duran, Culture Club, Tom Tom Club, Ultravox, Bowton Rats, Rolling Stones y cantantes como Michael Jackson, Paul McCartney, Rod Stewart o David Bowie han ofrecido su imagen sofisticada, escandalosa o terrorífica a través de este medio, y han encontrado una juventud ansiosa de nuevas experiencias audiovisuales que se lanza sobre sus vídeos como hambrientos degustadores de imágenes y ritmos. Sin el vídeo serían conocidos y admirados, sin duda, pero dentro de unos límites que para la industria y los propios artistas resultan insuficientes en un medio tan competitivo.
La utilización de los medios técnicos más avanzados, el contrato de directores cinematográficos de prestigio como John Landis (realizador del Thriller de Michael Jackson), Bob Raferson (All night long de Lionel Ritchie) o Tobbe Hoo per (Dancing with myself de Billy Idol) o el uso de lujosos o exóticos decorados y gran número de ex tras convierten a los más elabora dos y vistosos vídeos en un producto de altos costes, cuyo precio, sin llegar a los casi doscientos millones de pesetas que costó la realización del terrorífico Thriller, son prohibitivos para aquellas empresas que no sean grandes multinacionales, que rentabilizan los costes con la promoción resultante en todo el mundo. Altos presupuestos que a veces no resultan compensados por los resultados artísticos o que tropiezan con problemas de censura, como ocurrió en varias televisiones con las obras de Bowie y con las de Rolling Stones, éste último ambientado en El Salvador, los cuales vieron prohibida su emisión en varios canales televisivos, el primero por los desnudos que aparecían y el segundo por la violencia que mostraba.
Contar historias
Exceptuando algún trabajo de entidad especial, como Blue Jeans de Bowie, o el excelente trabajo que ha realizado la radiotelevisión canadiense con Leonard Cohen, que rompen los límites establecidos por los vídeos musicales, en la mayoría de los casos el resultado final se acerca más al lenguaje publicitario que a una creación artísticamente autónoma. La sucesión de imágenes impactantes, las buenas ambientaciones o los trucos de imagen que permite un soporte tan versátil como el vídeo no resultan suficientes para darles calidad apreciable. "Romper la estructura normal que se utiliza en los vídeoclips depende de que se quiera hacer un trabajo más ambicioso que el meramente promocional -dice Diego Manrique-. Hay que tener una historia que contar, como sucede en los casos de Bowie o de Cohen, y tener imaginación y un cierto rigor para contarla. Pero en esos casos la canción queda como una simple anécdota dentro de la historia general, un adorno que sirve de apoyo o conclusión de lo que se cuenta, y eso a veces no sirve para los interés de quien paga, que es la industria".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.