EL PAIS y la tortura
El magnífico editorial de su diario sobre la tortura no subsana las negligencias informativas en las que sobre este particular ha venido incurriendo. Tal vez su vocación de gobierno de papel en la sombra o de ilustre consejero palaciego le recomienda silenciar algunos aspectos controvertidos de la actuación de nuestros servidores del Estado. ¿Habrá que esperar a que se produzca otra desaforada intervención policial para que ustedes se dignen lucir su pulcra artillería? Al igual que en el caso de los obispos vascos, ustedes solamente muestran la punta del iceberg en los momentos más candentes.En la referida manifestación a la que aludía su editorial, a la cual tuve el gusto de asistir, era previsible que también acudiesen miembros de grupos políticos que tenían a sus correligionarios en las cárceles, por lo que no puede extrañar que su radicalización se manifestase a través de determinados gritos. Pero no se puede tomar la parte por el todo, como ocurre en otro tipo de demostraciones públicas, y mucho menos ignorar ciertas discordancias que también contempla nuestra Constitución. Por añadidura, cabría señalar que mientras los presos políticos tienen conciencia de grupo y cierto respaldo externo (lo cual hace tomar ciertas cautelas en quien se dispone a torturar), los llamados presos comunes, en muchos casos víctimas de la incultura y de la marginación social, no se atreven a denunciar nada cuando son objeto de amenazas para cuando salgan, con lo cual se dificulta mucho más el esclarecimiento de los hechos. Los partidos políticos, por regla general, se lavan las manos; la conferencia episcopal, muy bien documentada a través del secreto de confesión y de las aportaciones de algunos sacerdotes, se llama andanas para no agrietar más su convivencia con el Gobierno, etcétera. ¿Ninguno de ustedes tiene un pariente toxicómano que haya delinquidó? Pregúntele, pregúntele por alguno de estos pormenores.-
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