_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El congreso del presidente

COMO ESTABA previsto, el 30º Congreso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ha respaldado todas y cada una de las iniciativas que su secretario general y presidente del Gobierno ha sometido a debate. Las resistencias de los delegados a la permanencia de España en la OTAN, que parecían inquietantes para la dirección hace escasas semanas, han sido abrumadoramente derrotadas, y las corrientes críticas no han resultado fortalecidas después de la asamblea. La intervención de Felipe González en defensa de la política económica de Miguel Boyer -el otro importante campo de batalla para los críticos- apenas se vio matizada por la aceptación por el congreso de algunas de las enmiendas propuestas por los dirigentes de UGT.El congreso ha servido fundamentalmente para legitimar la acción del Gobierno durante estos dos últimos años y extenderle un cheque en blanco para el resto de la legislatura. A partir de la victoria socialista en las urnas, los órganos directivos del PSOE se convirtieron en fantasmales cajas de resonancia de las decisiones y de las opiniones del Gabinete. Mientras UGT conseguía mantener cierta distancia respecto al poder ejecutivo, en buena medida gracias a la autoridad moral de Nicolás Redondo, el PSOE desapareció prácticamente de la vida pública como centro de decisiones políticas, como espacio de elaboración ideológica y como instancia arraigada en la sociedad civil. Partido de creación reciente, puesto que la data centenaria de sus siglas no oculta su nueva fundación en los años setenta, el PSOE carecía de la militancia necesaria para seguir presente en el tejido social después de que miles y miles de sus afiliados fueran reclutados por los aparatos del Estado. La hemorragia de cuadros destinados a las administraciones públicas dejó en la calle de Ferraz a un pequeño pelotón de dirigentes para testimoniar, con escasa convicción, la autonomía del partido.

La mayoría de los delegados al 30º congreso, al margen su mandato representativo partidista, ostentaban cargos públicos, legitimados algunos por la elección popular (deudores, por ello mismo, de quienes les incluyeron y les pueden seguir incluyendo en las listas cerradas y bloqueadas electorales) y procedentes otros de la libre designación por el Ejecutivo. El presidente del Gobierno, cuya susceptibilidad para las críticas periodísticas no va acompañada con una simétrica sensibilidad que le guarezca de adulaciones (al estilo de los elogios del ministro Moscoso, que ha recomendado como texto para las cátedras de Derecho Político el discurso inaugural de Felipe González), mostró su enojo ante la utilización metafórica de la imagen del pesebre por un periodista de la Prensa reaccionaria para describir el origen administrativo de esos delegados. La comparación entre los Presupuestos Generales del Estado y el cajón donde comen las bestias no es precisamente laudatoria, pero fueron precisamente los socialistas quienes inventaron esa imagen -muy navideña, por otra parte- para desprestigiar a los militantes de UCD.

El 30º Congreso del PSOE ha tenido el aire irreal de la segunda versión de una película rodada con el mismo director, el mismo guionista, la misma trama y los mismos actores que la versión original. Las cuestiones a discutir, los argumentos utilizados y las resoluciones alcanzadas no han sido más que una apagada reproducción de la lista de problemas previamente debatidos en las instancias del Estado. Y eso que el examen desde enfoques originales de los asuntos ya tratados en el Parlamento o la incorporación de temas específicamente partidistas no requería necesariamente que el Gabinete de Felipe González mantuviese con los órganos de dirección del PSOE las torturadas relaciones existentes entre el Gobierno de Vitoria y el Consejo Nacional del PNV. Hubiera bastado simplemente con un clima menos cargado de temor reverencial hacia el poder.

La formación de la nueva comisión ejecutiva era la única auténtica incógnita del 30º congreso. El hecho de que Felipe González se reservase la presentación de la lista es otra prueba de la mimetización del PSOE respecto al Estado, ya que esa decisión prolonga la prerrogativa del presidente del Gobierno de nombrar a sus ministros. La caída de Jose María Maravall, Javier Solana y Joaquín Almunia -vale la pena indicar que el actual ministro de Educación es uno de los escasísimos teóricos del PSOE- podría ser presentada como un propósito de que el partido no sea satelizado por el Gobierno, pero esa interpretación se derrumba al ver que Felipe González y Alfonso Guerra han sido confirmados como secretario y vicesecretario general. La salida de la ejecutiva de los líderes socialistas de Cataluña y Valencia -Raimon Obiols y Joan Lerma- y el rechazo del consejo político, donde hubiesen ocupado un lugar los barones que controlan las principales comunidades autónomas con mayoría socialista, refuerzan el propósito de anular cualquier embrión de doble poder. De este modo, Felipe González y Alfonso Guerra, únicos legitimados para formar parte a la vez del Gobierno y de la ejecutiva del PSOE, concentran en sus manos el control de dos gabinetes paralelos, uno en el Estado y otro en el partido, y aumentan de manera abrumadora su propio poder.

La designación de José María Benegas como tercer hombre, secretario de organización y portavoz del PSOE, será incompatible, a corto plazo, con sus tareas como secretario general del PSE-PSOE y diputado en el Parlamento vasco, cargos que han mostrado la abnegación y el valor de este guipuzcoano, pero también sus insuficiencias políticas. El nombramiento no puede ser entendido sin una adecuada valoración de Benegas, hombre maleable (influenciable) y leal colaborador de Felipe González.

Habrá, por último, que analizar con detenimiento las resoluciones del congreso y compararlas con anteriores declaraciones programáticas del partido para determinar la evolución ideológica que éste ha tenido. Nada o muy poco queda de aquel socialismo autogestionario, republicano y neutralista que tantos líderes del PSOE proclamaban, hasta airadamente, en los comienzos de la transición. El socialismo ha ocupado definitivamente el espectro del centro político en nuestro país, en su estrategia de mantenerse el mayor tiempo posible como partido hegemónico sin alternativa a su poder. Ése es el triunfo principal de su hoy indiscutible líder Felipe González. Será también su miseria histórica si no sabe aprovecharlo para promover el cambio que prometió a sus electores.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_