La guerra comercial llega al espacio
La ciencia y la técnica dejan paso a la economía de mercado
La economía de mercado se abre paso a marchas forzadas en las actividades espaciales. del mundo occidental. El espacio está dejando de ser un lugar exótico, vedado a los no iniciados y campo de actuación únicamente de poderosas agencias gubernamentales que buscan tanto el avance científico como el prestigio nacional. Las Compañías privadas buscan su trozo del pastel en el mercado de satélites; la industria aeronáutica empieza a tomar una parte activa en la gestión de los lanzamientos, y la Administración Nacional para la Aeronáutica y el Espacio norteamericana (NASA) anuncia la comercialización de sus actividades.
Hace dos semanas, el 29 de noviembre, el presidente Ronald Reagan firmó una autorización que significa de hecho el fin de una etapa en las actividades espaciales. El Gobierno de Estados Unidos autorizó a compañías privadas que lo habían solicitado a lanzar satélites para comunicaciones internacionales, que optan al mercado de gran tráfico del Atlántico norte. La Administración estadounidense rompió así, de forma consciente y tras más de un año de deliberaciones, el monopolio que ostenta la organización, internacional Intelsat, que agrupa a 109 países y que controlaba la mayor parte del tráfico telefónico mundial y la totalidad de las comunicaciones de televisión.Aunque la autorización se refiere únicamente a transmisión de datos y de imagen, y no a comunicaciones telefónicas, la organización Intelsat -que, curiosamente, fue creada en 1963 gracias al inmpulso de Estados Unidos y ha constituido un ejemplo de cooperación internacional- va a ver amenazados sus ingresos y debe enfrentarse a una competencia que le obligará a revisar sus precios, lo que puede poner en peligro incluso su existencia.
Esta decisión de Estados Unidos contrasta con su oposición, hace ahora dos años, a la creación de Eutelsat, una organización creada por las administraciones de correos, teléfonos y telecomunicaciones (PTT) de los países europeos, por entender que amenazaba el monopolio de Intelsat en el mercado internacional. Esta oposición hizo que se alcanzase un compromiso mediante el cual el campo de operaciones de Eutelsat se limitará a Europa en los próximos cinco años, y posteriormente este compromiso se someterá a revisión.
Un mercado demasiado apetecible
El mercado de los satélites de comunicaciones, que constituye el segmento más importante de la comercialización espacial, se presenta demasiado atractivo como para que las empresas privadas no intenten introducirse en él, y la autorización gubernamental estadounidense no sólo puede perjudicar a los países más pobres miembros de Intelsat, sino también a compañías norteamericanas como Comsat, que tiene el monopolio del trabajo con Intelsat.
Se espera que este apetecible mercado alcance un volumen de 10.000 millones de dólares (1,7 billones de pesetas) para el año 1990. De 1964 a 1983 se han lanzado unos 100 satélites civiles de telecomunicaciones. Los adelantos tecnológicos, la disminución de costes y la aparición de nuevos lanzadores competitivos, especialmente el transbordador espacial y el cohete Ariane, han provocado una aceleración espectacular del número de lanzamientos. En 1983
Continúa en la página 35
La guerra comercial llega al espacio
Viene de la página 34se calculó que en los siguientes cuatro años se lanzaría una cifra igual -una centena-, lo que significa una media anual de 25.
Las compañías que han sido autorizadas a lanzar satélites de comunicaciones han sido Orion Satellite Corporation, creada po empresarios de la televisión por cable, e International Satellites Incorporated, subsidiaria de United Brands, un gigante de la empresa estadounidense.
Rentabilidad televisivaEn el campo de la televisión por satélite, la única compañía privada que existe actualmente, Sky Channel (Canal Celeste), del emporio periodístico del australiano Rupert Murdoch, está demostrando, a través del satélite de comunicaciones europeo ECS-1, que puede ser rentable.
Las emisiones del canal, que emite desde Londres, se van a aumentar a 73 horas semanales desde el 14 de enero próximo, y se va a incorporar un sistema de información escrita actualizada en 1985.
En la actualidad reciben este canal, para el que hay que suscribirse y equiparse con una antena de unos tres o cuatro metros de diámetro, una vez obtenida la autorización del Gobierno correspondiente, compañías de televisión por cable de nueve países europeos, que representan una audiencia potencial de 2,2 millones de hogares.
Además de la televisión, el teléfono, los datos, los facsímiles, etcétera, existe otro segmento potencialmente importante que cubren los satélites de comunicaciones y que apenas ha empezado a despegar. Se trata de la videoconferencia, que algunas empresas, como la Ford europea, ya han establecido para su uso interno a través de circuitos alquilados, y que ahora se trata de comercializar.
El alto coste del servicio hace que esta modalidad de reunión a distancia no sea todavía popular, pero nuevas técnicas de compresión de la señal y eliminación de información redundante hacen esperar que en el futuro el precio baje y la demanda de este servicio sea alta.
La privatización del espacio no se reduce sólo a la iptroducción de empresas privadas en la construcción y explotación de satélites, sino también en su lanzamiento y en el campo de la investigación espacial y de la utilización de las condiciones de falta de gravedad para fines comerciales. En esta
nueva etapa, los Gobiernos dejan de ser los únicos impulsores del desarrollo espacial y abren el campo a consorcios y empresas privadas.
En la carrera por la privatización, Europa tomó este año la delantera con la creación de Arianespace, un consorcio de bancos y grandes empresas de la aeronáutica para explotar el cohete lanzador de construcción europea Ariane, que está consiguiendo hacerse con un segmento importante del mercado de satélites.
Comercialización
Ahora, la NASA, siguiendo esas indicaciones, ha anunciado un vasto plan de comerci aliz ación de las actividades espaciales para los próximos 10 años.
El pasado jueves, Jesse Moore, director adjunto de la NASA, señalaba en una entrevista en el diario estadounidense The Washington Post que para el final de esta década "esperamos que nuestros beneficios paguen lo que cueste operar el transbordador espacial". "Estamos en el umbral de un rápido desarrollo de la comercialización espacial", afirmaba Moore, "y creo que esto ocurrirá tan pronto como la industria privada se dé cuenta de que somos serios respecto a la estación espacial".
Los proyectos de la NASA prevén que la estación espacial se encuentre en órbita para el año 1992 y están presionando a los Gobiernos europeos y japonés para que participen en ella compartiendo los elevados costes.
Para 1985 están previstos 13 vuelos del transbordador, 15 en 1986,20 en 1987, 23 en 1988, 2,4 en 1989 y luego una media de 25 al año hasta 1995. Un tercio de estas misiones, ha señalado la NASA, será financiado por Estados Unidos, Japón y la Agencia Espacial Europea; otro tercio, por empresas privadas, y un último, que se refiere a misiones de carácter secreto, por el Pentágono y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Al flexibilizar la introducción de empresas privadas en actividades espaciales, suprimiendo trámites burocráticos, permitiendo la presencia de científicos y técnicos sin formación astronáutica en las misiones y estimulando a las empresas a que participen en estas actividades, la NASA sigue una tendencia ya generalizada, la que considera al espacio no como algo exótico, sino como un territorio que se encuentra ya al alcance de todos los sectores sociales e industriales interesados.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.