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La polémica del síndrome tóxico

El negocio clandestino de la colza

El síndrome tóxico desbarató, en sus inicios, un impresionante fraude basado en el tráfico ilegal de aceite de colza. Durante los cinco primeros meses de 1981, las importaciones autorizadas oficialmente de este aceite, desnaturalizado para usos industriales, duplicaron las realizadas en todo el año anterior. "Nadie podía sospechar que el incremento de las importaciones se debía a que se estaba destinando al consumo humano", declaró el entonces director general de Importaciones, José Ramón Bustelo.Las investigaciones policiales y de aduanas sobre el origen de la tragedia del síndrome tóxico pusieron pronto al descubierto la existencia de un banda organizada de traficantes de colza comestible.

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La ruta de la colza comenzaba en el puerto holandés de Rotterdam y terminaba en el de Barcelona, desde donde se distribuía por España para consumo humano como si se tratara de puro aceite de oliva. La enorme diferencia entre el bajo precio internacional del aceite de colza y el altísimo precio nacional del de oliva incitaba permanentemente al fraude. Juan Antonio García Díez, a la sazón ministro de Economía y Comercio, declaró que sus medios para hacer frente al fraude alimentario eran claramente insuficientes. La primera pista del contrabando masivo fue localizada tras la llegada al puerto de Barcelona del buque Toltek, de bandera holandesa, que descargó un millón de kilos de colza comestible bajo licencia falsa de acid oil (aceite de ácidos).

El negocio clandestino de la colza estaba basado en la diferencia de precios exteriores e interiores y en la prohibición de importaciones sin autorización oficial, por tratarse de un comercio de Estado que protegía al aceite de oliva y al incipiente y creciente cultivo de la colza en España. El precio del kilo de aceite de colza importado fraudulentamente, bajo licencia falsa, oscilaba entonces entre 86 y 88 pesetas, mientras que el kilo de coIza comestible producido en España era de una 120 pesetas.

Los distribuidores del aceite desnaturalizado trataron en vano de penetrar en el suculento circuito de la colza clandestina comestible, de 88 pesetas el kilo, y lo hicieron finalmente comercializando la colza desnaturalizada, que entraba en España legalmente para uso industrial y costaba unas 70 pesetas el kilo. La diferencia de 18 pesetas por kilo parece haber sido el motor que impulsó a los recién llegados al negocio a distribuir el aceite industrial para consumo humano.

La atribución al aceite de colza desnaturalizado del envenenamiento masivo conocido como síndrome tóxico y el descubrimiento de las redes clandestinas de distribución hicieron descender al año siguiente, en 1982, la superficie de terreno destinada en España a la producción coIza hasta las 20.000 hectáreas, con un rendimiento total de 14.000 toneladas, frente a las 550.000 producidas de aceite de oliva. Por el contrario, ese mismo año, la producción mundial de aceite de colza fue el doble que la de oliva. El ministro de Agricultura Jaime Lamo de Espinosa aumentó las subvenciones para el cultivo de coIza y declaró que su desaparición sería "un auténtico drama agronómico para España". El envenenamiento masivo amenazó el futuro del cultivo nacional de la colza.

El descubrimiento del negocio clandestino de la coIza y el síndrome tóxico consolidaron, por el momento, la dependencia española de las multinacionales de la soja, imprescindible para alimentar nuestra ganadería. La semilla triunfadora en la batalla mundial desatada entre la colza europea y la soja norteamericana fue sin duda, al menos en España, esta última. La colza se hundió por muchos años y se consolidó la llamada "tiranía de la soja", cuyas importaciones superaron aquel año los 66.000 millones de pesetas.

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