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Reportaje:Ante el 30º congreso del partido en el GobiernoLa construcción del partido en el poder / y 5

Un golpe de Estado, una democracia frágil

Ascenso meteórico del PSOE, en paralelo a la destrucción de UCD

Felipe González dejó por unos momentos a su hija María, a la que hasta entonces había tenido entre sus brazos, y subió a la tribuna de oradores del congreso de las Juventudes Socialistas. Sin papeles como acostumbra, y acompañan do con el gesto la rotundidad de cada frase, lanzó un llamamiento a su partido para que apoyara la estrategia de llegar cuanto antes al Gobierno de la nación. "¡Necesitamos el poder para sacudir las hipotecas que pesan sobre la sociedad civil!", clamó. "¡No se puede cambiar nada desde una sociedad asustada por una derecha que lo tiene todo!". Había caído ya la noche del 22 de febrero de 1981, una de las más desapacibles de aquel invierno, sobre el pequeño hotel cercano a Madrid donde Felipe González hablaba a sus jóvenes partidarios.A esa hora, el comandante Ricardo Pardo Zancada regresaba a la capital de. España, tras haber recibido en Valencia las últimas instrucciones del teniente general Jaime Milans del Bosch para la "acción incruenta" del día siguiente.

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Los teléfonos funcionaban entre el Armada y el teniente general Milans del Bosch, entre un bar de la carretera Valencia-Madrid y el domicilio madrileño del coronel José Ignacio San Martín Leopoldo Calvo Sotelo aprovechaba la jornada dominical para relajarse ante la sesión de investidura del día siguiente, en que debía obtener constitucionalmente la presidencia del Gobierno, rnientras el dirigente socialista Enrique Múgica comentaba a un periodista la necesidad de que Felipe González obtuviera el puesto de "jefe de la oposición".

Desde los días de la operación Galaxia, en los que había nacido su hija María, el líder del PSOE recibía información sobre inquietudes militares. Poco antes de las Navidades había desautorizado cualquier gestión realizada por dirigentes de su partido que diera entender o pudiera interpretarse como un apoyo del PSOE a la sustitución de Adolfo Suárez por un militar. El jefe del Gobierno dimitió el 29 de enero, y el PSOE se ofreció al Monarca para formar gabinete, si el Rey lo consideraba conveniente. El ofrecimiento no fue aceptado, pero González mantuvo la idea de que era necesario romper las posibles estrategias de gran derecha, enrocadas en torno a Calvo Sotelo. Y para ello reclamaba apoyos partidarios.

"La dirección actual de nuestro partido", decía, "durará una etapa muy reducida, y no por razones de edad, sino porque el desarmilo histórico de España, si, es favorable a la democracia, va a quemar a esta generación. Después tendréis la necesidad moral de sustituitia en bien del socialismo; pero ahora hay problemas serios para el proyecto socialista. En medio de la crisis de Gobierno dije que hay que democratizar y modernizar el aparato del Estado y, ¡además!, hay que cambiar la sociedad, liberándola de muchos poderes ocultos. Ese esfuerzo no ha sido en Europa específicamente socialista, pero en España no hay burguesía progresista: aquí siguen cogidos en la trampa del Movimiento Nacional, y sólo los socialistas podemos afrontar esta situación".

"No es gratuito que el candidato a presidente del Gobierno (Calvo Sotelo) haya dicho que se va a in gresar en la OTAN, lo cual va a ocultar debates de envergadura sobre la política económica y social. Esto no es una derechización, sino la única política posible en UCD: caen las caretas y emergen los intereses verdaderos. Se van a emplear todos los argumentos en la intoxicación y se van a tender todas las trampas; unos recibirán dinero del Este y otros del Oeste, y tratarán de dividir al país en pro soviéticos y proamericanos. Y a veces habrá la tentación de sumar las fuerzas de quienes están contra la OTAN, pero nosotros no debemos caer en esa trampa, sino,hacer una campaña propia".

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María González se había dormido ya. Pero Federico Mañero elegido aquel día secretario general de las Juventudes Socialistas, y un centenar de delegados seguían con tensa atención las palabras del secretario general del PSOE: "Después de 150 años de gobierno de derecha, necesitaríamos por lo menos 25 para hacer un proyecto socialista que pudiéramos legar a nuestros hijos. Pero sin llegar al poder no van a cambiar las cosas: mientras la izquierda tenga vocación de inventar el futuro, mientras la derecha gobierna el presente, así estaremos".

Secuestro en el Congreso

"Yo no tengo apego al poder. No me siento con una gran vocación política, pero afirmo que voy a cumplir mis compromisos hasta el final, y que no me iré hasta que me pidan democráticamente que lo haga. Pero, créanme, para cambiar la sociedad hace falta el poder; es falso que podamos cambiar algo fuera del poder, desde una sociedad asustada por una derecha que lo tiene todo...".

Veintidós horas despaés de aquel discurso, el hombre que reclamaba apoyos para llegar al poder era secuestrado por el teniente coronel Antonio Tejero en el Congreso de los Diputados, junto con el Ejecutivo, la representación democrática de la nación, policías de escolta, periodistas e invitados. Dos horas después del asalto, el secretario general del PSOE se encontraba en el salón de relojes, con centinelas a la vista, en la silenciosa compañía de Manuel Gutiérrez Mellado, Alfonso Guerra, Santiago Carrillo y Agustín Rodríguez Sahagán. Adolfo Suárez permanecía aislado en otro salón.

Mientras los subsecretarios constituían un gabinete provisional en el Ministerio del Interior, presidido por Francisco Laína, los jefes de departamento del PSOE formaron una dirección de emergencia en su sede de la calle de Santa Engracia. José María Maravall, uno de los pocos miembros de la ejecutiva que estaba en Madrid y en libertad cuando se produjo el golpe de Estado, mantuvo los con tactos con la Zarzuela y con el Gobierno de subsecretarios, mientras Javier Tezanos, Elena Flores, Javier Guerrero y otros jefes de de partamentos trazaban planes a toda prisa para organizar una red de casas en las que dispersarse si se extendía el alzamiento.

Una de esas personas, Helga Soto, secuestrada en la tribuna de prensa del Congreso de los Diputados, apartó a la periodista María Antonia Iglesias -que le había ,caído encima tras el imperioso "¡Todos al suelo!"- y reptó por los pasillos hasta encóntrar un despacho abierto desde el que llamar al partido para "advertirles" de lo que estaba ocurriendo. Dentro del Congreso, al menos un carné de UGT fue masticado por su dueño en los primeros minutos del asalto.

Todo el edificio de Santa Engracia, 145, entró en una crisis de nervios cuando se supo que los rebeldes habían sacado del hemiciclo a Felipe González y a Alfonso Guerra; creyeron que les estaban fusilando. En cambio, algunos socialistas del hemiciclo vieron en lasjafida de Guerra un rayo de esperanza: "Eso es que se va a negociar algo". Corrían las horas y allí dentro no se sabía nada, salvo los periódicos anuncios de los golpistas -"se suma tal capitanía general"-, apenas contrarrestados por los rumores tranquilizadores que comenzó a transmitir el radíoescucha Fernando Abril.

Tras el bando del teniente general Milans del Bosch, en que se suspendía la actividad de los partidos políticos, José María Maravall pensó que el golpe podía triunfar. El dirigente socialista llamó a Francisco Laína. Maravall: "¿Puedes garantizarme que el bando de Milans no se va a extender a otras capitanías generales?". Laína: "No puedo,". Maravall: "En ese caso, comprenderás que estoy en la sede de un partido político en el que según ese bando no se puede permanecer. ¿Puedes garantizarme la seguridad de este edificio?". Laína: "No puedo".

Dirigentes y militantes socialistas abandonaron Santa Engracia, 145. Lo mismo se hizo en UGT, con la diferencia de que de ahí no salió un solo papel ni se tomó previsión alguna de clandestinidad: tan sólo seis personas aguantaron toda la noche en la sede central. José María Maravall, Ignacio Sotelo y Raimon Obiols, tres miembros de la ejecutiva del PSOE, se refugiaron en una de las casas previstas, junto con Carmen Romero, la mujer de Felipe González, y allí escucharon el mensaje del Rey por RTVE.

El Rey, el Rey...

Por más que Pablo Castellano estuviera seguro de lo que significaba la intervención del Monarca -"el Rey es constitucional", se le oyó musitar desde su escaño-, la mayoría de los secuestrados no podía evitar una sensación de pesimismo, porque seguían ignorando lo que sucedía en el exterior. Cuando los golpistas autorizaron a las diputadas a abandonar el edificio, ya en la mañana del 24 de febrero, tres de ellas se negaron a salir: Pilar Brabo, María Izquierdo y Elena Vázquez. José Pedro Pérez Llorca les dijo que "les ordenaba" marcharse con las demás, y Nicolás Redondo se volvió hacia Elena, su compañera sindicalista: "Tienes que salir para reorganizar la UGT y el partido".

Javier Solana sólo tenía una idea en la cabeza, y así se lo dijo a Elena Vázquez cuando ésta bajaba de su escaño: "Llamar al Rey". No sabía que eso fue lo primero que hizo la también socialista Ana Balletbó en cuanto logró que la dejaran salir del Congreso, la tarde anterior, en calidad de embarazada.

Un miembro de la ejecutiva se mantuvo casi toda la noche cerca del Gobierno de subsecretarios: era Txiki Benegas, quien también logró escabullirse del Congreso en las primeras horas del asalto, confundido cutre los visitantes. Benegas pudo conocer el número de capitanías generales en que la cosa estuvo así, así, y siguió al detalle las operaciones intentadas por los subsecretarios. Maravall se reunió posteriormente con él en el Ministerio del Interior y ambos se opusieron al envío de los GEO para asaltar el Congreso, que fue una de las operaciones intentadas por aquéllos.

El partido socialista carecía de planes para afrontar una situación semejante. No existían pisos francos, realmente seguros, donde ocultar personas y documentación peligrosa. En los días transcurridos desde la dimisión de Suárez tampoco se había producido conciencia suficiente del grave riesgo que corría el país, como de hecho no lo tuvo ninguna otra fuerza democrática, pese a los rumores e intoxicaciones en contra. Toda la estrategia socialista se fundamentaba sobre la base del juego político en una democracia débil, pero no hasta el punto de que estuviera expuesta a un ataque tan directo.

Y, sin embargo, el atentado contra la democracia no alteró la estrategia básica de Felipe González para llevar a su partido hasta el poder. Antes al contrario, el líder socialista lanzó la oferta pública de participar en un Gobierno "de amplia mayoría" tres semanas después de haberse ofrecido para asumir responsabilidades. de gobierno, tras la dimisión de Adolfo Suárez como jefe del Ejecutivo. Como dijo la, ejecutiva socialista en junio de 1981, en un documento titulado El PSOE ante la situación política, la transición no había concluido; la democracia seguía siendo débil ante los ataques de los terroristas y de los golpistas. Frente a esa realidad, se necesitaba un Gobierno capaz de enfrentarse a tales problemas, venía a decir el documento de referencia. Y esta vez, nadie, dentro del partido socialista, discrepó de tal planteamiento; al menos, públicamente.

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