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CINE

Risas en la hamburguesas

A menudo leemos rimbombantes declaraciones de principios en las que se afirma la conveniencia de convertir tal o cual zona del país en pista de aterrizaje de las multinacionales. Esa concepción va acompañada de ingeniosos artículos en los que se contrapone la computadora imperialista al botijo español, contraste del que siempre sale vencedora la primera, a no ser que el lector continúe soñando en la revolución pendiente y en la unidad de destino en lo universal. A estas alturas está claro que ese universal unificador no era una dictadura de censores y espadones sanguinarios, sino la invasión de expendidurías de comida-basura y de ese humor plastificado que tan bien encarnan películas como Los increibles albóndigas, Porky's o Los cazafantasmas.Basta con comprobar los coros y palmas que provoca en las plateas la canción de Ray Parker, "Ghostbusters", -canción que es suficiente haber oido una vez como para desear la muerte de quien la tarareara en la siguiente ocasión- para decidir que, si bien uno puede estar dispuesto a dejarse colonizar, hay que exigir de los invasores algunos certificados que nos permitan creer que son algo más que ricos y poderosos.

Los cazafantasmas

Director: Ivan Reitman. Intérpretes: Bill Murray, Dan Aykroyd, Sigourney Weaver, Harold Ramis, Ernie Hudson Rick Moranis. Guión: D. Aykroyd y H. Ramis. Fotografía: L. Kovacs. Música: Elmer Bernstein. Efectos especiales: R. Edlund. EE UU, 1984.Estreno en los cines Benillure, Cartago Infante, Juan de Austria, Lope de Vega, Vaguada M-2.

Los 32 millones de dólares (casi 5.500 millones de pesetas) invertidos en Los cazafantasmas han permitido crear unos excelentes decorados, como el del apartamento de arquitectura demoníaca en que culmina un rascacielos, y algunos efectos especiales espléndidos, esos en los que vemos crearse un cielo tormentoso, de nubes en ebullición y constantes descargas eléctricas. Hay también algunas -pocas- ideas de guión, como la instalar los espíritus del desorden en la paz de una biblioteca, y un acierto de casting (reparto) -elegir a Sigourney Weaver para el principal papel femenino-. El resto no pasa de chascarrillo de "burguer", en algunos casos divertido -la técnica de condicionamiento negativo utilizada por Bill Murray, por ejemplo- y en la mayoría de las ocasiones estrictamente penoso -todo lo concerniente a los escarceos amorosos entre Murray y Weaver, los chistes sobre "negros que se quedan blancos", la farragosa insistencia en la ridiculización del ecólogo, etcétera-.

Los cazafantasmas es película de una única idea -la que ya explicita el título- y el resto, como la decoración de los locales en que suministran grasa trinchada y aros de cebolla, no es más que artificio con que camuflar la vaciedad. Y aunque el acabado sea reluciente y nuevo, resulta difícil que la risa no se congele cuando un gag es exprimido más allá de lo imaginable -véase lo que sucede con el rascacielos de ascensor averiado- o cuando se pretende que uno actores -Murray, Aykroyd y Ramis- sin ninguna vis cómica, funcionen como émulos de los hermanos Marx. Su auténtico referente son Bud Abbott y Lou Costello, es decir, el modelo degradado.

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