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La sutil caligrafía de Julius Bissier

Desde el pasado 30 de noviembre permanece abierta en la Fundación Juan March la exposición monográfica del pintor alemán Julius Bissier (18931965), exhibida anteriormente en Barcelona. Esta importante muestra, organizada con la colaboración del Instituto Alemán, consta de 133 obras, cuya distribución cronológica abarca el amplio período entre 1933 y 1965, año en el que falleció este misterioso solitario. En realidad, hasta los años cincuenta Bissier era casi un completo desconocido para todo el mundo, y aún hoy lo sigue siendo para un público no especializado, a pesar del fuerte impacto que produjo en los medios informalistas europeos. La razón principal de una tan escasa popularidad hay que buscarla en el prolongado retraimiento voluntario de Bissier, un artista introvertido y místico, sumamente refinado.Generacionalmente inmerso dentro de los límites de la vanguardia histórica, Bissier se convirtió en una de las muchas víctimas del vertiginoso flujo de la modernidad beligerante del primer tercio de siglo. Adscrito a los revivals realistas de entreguerras, una fuerte crisis personal hacia 1930 le llevó a replantearse por completo su lenguaje y, en consecuencia, ingreso en las filas de la extemporaneidad.

De esta manera, como si se tratara de una vocación tardía, Bissier empieza un nuevo camino en plena madurez, cuando contaba ya con 40 años, y, por esta misma vía, su obra no va a ser entendida hasta 20 años después, cuando era un sexagenario. Se trata, en definitiva, de uno de esos jirones sueltos en la arrolladora marcha de la vanguardia.

Propaganda de la abstracción

Michel Seuphor, uno de los principales propagandistas de la abstracción, confiesa que descubrió a Bissier en el contexto general de la pintura alemana de posguerra, junto a Baumeister y los otros pintores alemanes citados por Ottomar Domnik en su libro Abstrakte Malerei. Seuplior lo describe como "el más sutil de los calígrafos coloristas", reconociendo en él la misma fascinante y delicada impronta oriental que deslumbró entonces a todos. Sin negarla, no puede pasar inadvertida la relación de Bissier con Klee, Wols o el mismo Baumeister, con esa peculiar atmósfera magicista de leves tintes románticos. Por lo demás, cuando recuerdo los maravillosos dibujos de Beuys, ratifico no sólo la raíz, sino también la proyección germánica de Bissier.

Dada la obviedad de la influencia oriental en su pintura, prefiero destacar la misteriosa fuerza romántica con que reviste los gestos y los signos. En este sentido, como lo ha advertido Werner Schinalenbach, la caligrafia de Bissier no es homologable al automatismo superrealista, que determinó el arranque del informalismo. Su aproximación y recreación de las culturas primitivas está cargada de énfasis y trascendencia, lo cual, a mi modo de ver, conecta de lleno con el alma romántica alemana. Recuérdense a este respecto los casos de escritores como H. Hesse y E. Jünger. Es esta mezcla de extremo virtuosismo formal y de poderosa sobrecarga psíquica la que nos sigue atrayendo actualmente en la pintura de Bissier. Tampoco opino que ha sido ella misma la que le permitió tocar unas áreas de suprema ligereza, a través de las cuales ha influido de manera decisiva en la concepción de todo el dibujo posterior hasta llegar a nosotros.

Entre las 133 obras que se exhiben en la Fundación Juan March hay 84 aguadas en tinta china, 32 cuadros en témpera al huevo y 17 acuarelas. Se trata, pues, de una selección muy completa, pero, sobre todo, muy bien estudiada para evocar, en toda su pureza, el clima espiritual y la sensibilidad de Bissier, apenas un leve murmullo transfigurador, un soplo de alma.

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