El buen premio
Los PREMIOS literarios, a pesar de la devaluación progresiva que sufren por el vértigo del comercio y el filisteísmo cultural, tienen todavía significaciones que escapan a las relaciones públicas. Hay premios que premian al editor espabilado: son premios a sí mismos. Hay premios que premian a los noveles, a los ignorados o a los ofendidos: contribuyen a restaurar un estado de injusticia y no son los más frecuentes; premian por ello a la institución y a la colectividad que los da. Hay premios que premian al premio: es el escritor galardonado quien con su indiscutible categoría proporciona prestigio al premio. Hay premios, escasísimos, en el fiel de la balanza. Este es el caso del Premio Nacional de las Letras' Españolas, concedido por vez primera al poeta catalán J. V. Foix.La obra de Foix, que se cuenta entre las más valiosas y exigentes de cuantas se haya producido en la Península Ibérica en este siglo, tendrá ahora una mayor oportunidad de difusión, fuera del propio ámbito lingüístico catalán. A la vez, el premio se dota, con ello, de un primer nombre en su historia absolutamente indiscutible, que le confiere prestigio ya en su primera convocatoria. Pero quizá lo más importante sea que la cultura española empieza con todo ello su reconciliación consigo misma, al ver reconocida, con este premio y con la ampliación delos nacionales de literatura a todas las lenguas españolas, la variedad y la riqueza de sus literaturas.
Es de desear que algún día no sean necesarios premios para que los ciudadanos españoles tengan noticia de los grandes artistas del lenguaje, al margen de la lengua empleada. Como sería de desear que estos premios de reciente creación no se dejen atrapar en el futuro por una rueda de equilibrios, cuotas de galardones y conveniencias políticas, y consigan el nivel de dignidad y exigencia propios de una cultura normal, y además más plural y rica que otras gracias a su carácter plurilingüístico.
