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El declinar de la televisión

La guerra del éter nos ha mostrado hasta qué punto nos son indispensables ya los innumerables estímulos, los muchos canales de televisión a nuestro alcance. El consumo de televisión aumenta; nunca se ha invertido tanto en publicidad televisiva. Pero hay más. Todos los estudiosos, tanto en el campo de las ciencias sociales como en el de las ciencias físicas, prevén el triunfo del televisor. Con la aparición de la informática, del videoteléfono, de los ordenadores personales, de los terminales, la pequeña pantalla se convertirá en el centro de nuestra actividad doméstica y profesional. Hasta llegar al 'cottage' electrónico, en el que el individuo aislado estará en contacto televisivo con el resto del mundo. Con los nuevos televisores planos, de cuadro, o con las nuevas pantallas grandes de pared, la gente, nos dicen, se quedará cada vez más en su casa, hasta que desaparezcan las relaciones humanas reales, hasta que quedemos totalmente absorbidos por el imaginario televisivo.¿Ocurrirá todo esto? No, no creo. Tengo la impresión, más bien, de que la edad de oro del espectáculo televisivo ha alcanzado su punto culminante y de que ha comenzado el declinar. No me refiero al uso de la pantalla o a los efectos electrónicos. Me refiero a la televisión como espectáculo, como entretenimiento, como canal para la producción, la transmisión y el disfrute de lo imaginario. Precisamente en el momento en que triunfa se empiezan a entrever los límites y las señales de intolerancia hacia aquéllos.

Respecto al cine, la televisión presenta un enorme número de programas, la posibilidad de elección, la utilización doméstica, la comodidad y el precio, que es mucho más bajo. Con todo, sigue siendo una pequeña caja en la que no se pueden producir grandes efectos espectaculares. Incluso las cosas más bellas, las más grandiosas escenográficamente hablando, tienden a trivializarse. La televisión no consigue producir grandes emociones estéticas. En particular, y sobre todo, tiene dificultades para confundir lo real con lo imaginario, es decir, para provocar el encantamiento.

Y es esto último, precisamente, lo que los seres humanos han buscado siempre: en los ritos religiosos, en el teatro, en el melodrama, en el cine y, finalmente, en la televisión. Cada invención, sin embargo, ha tenido siempre límites específicos que la siguiente invención superó. Esto no vale tan sólo para la información, sino que vale para cualquier técnica. La sucesión teatro-novelacine-televisión es análoga a la sucesión, en el campo de los medios de transporte, caballo-tren-automóvil- avión. Cada vez que se consolida un nuevo medio, el anterior no desaparece. Se especializa. Por otro lado, cuando se inicia el declinar del medio dominante, casi nadie se da cuenta de ello o no quiere admitirlo.

Si hoy la televisión, que está en la cúspide de su gloria, comienza a declinar, ¿cuáles pueden ser las formas de expresión capaces de satisfacer de la manera más profunda la necesidad de lo imaginario, la demanda de encantamiento? Me parece que entreveo algunas, todavía en estado bruto, improbables. Más que hechos, son síntomas, indicaciones.

La primera forma, la más cercana, proviene del propio cine. Para contrarrestar la competencia de la televisión, para sobrevivir, el cine ha dado mucha importancia a lo espectacular, a los efectos especiales. Los grandes éxitos de Encuentros en la tercera fase, El exorcista, E. T, La guerra de las galaxias, de las aventuras de Indiana Jones, satisfacen la necesidad de sumergirse en lo extraordinario, lo que la televisión consigue con dificultad. Se trata de la prosecución de una vía tradicional, pero más cuidada.

Recientemente, con todo, hemos visto algo nuevo. En la película Greystoke, la leyenda de Tarzán, el rey de los monos, no hay solamente efectos especiales, sino que se ha realizado una investigación cuidadosa sobre el comportamiento de los monos, un maquillaje muy refinado, la utilización de actores con un adiestramiento determinado. El resultado es que el espectador no

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se halla en condiciones de saber si lo que tiene ante sí es un mono, un hombre o un muñeco. Lo imaginario ya no puede distinguirse de lo real.

Greystoke no es más que el final de una prolongadísima investigación llevada a cabo en Hollywood y en los Estudios Walt Disney. En Disneyland, en California, o en Disneyworld y Epcot, en Florida, el visitante queda inmerso en un universo imaginario que le es presentado como real. En el submarino tiene la impresión de que se sumerge. En la selva tiene la impresión de que los elefantes y los cocodrilos son reales. Incluso la reunión de los presidentes estadounidenses es de un realismo impresionante. Las pantallas de 360º producen la impresión de que se está en el interior del espectáculo. Es lo contrario, de la televisión. En ésta, mirando fijamente la pequeña pantalla, nos evadimos de la realidad y penetramos en lo imaginario. En el caso anterior, estamos sumergidos en lo imaginario porque han reconstruido el mundo alrededor de nosotros.

Esta tendencia a construir un mundo imaginario, en el que nosotros entramos y que nos parece real, se usa mucho en Estados Unidos en los escaparates de los grandes almacenes, en los shopping centers. También los museos siguen el mismo camino: crear, a través del artificio, una ilusión de realidad. Y lo mismo ocurre en los parques zoológicos, que reproducen lo más exacta y científicamente posible los ambientes naturales. Y lo mismo hay que decir de los. seawards, con sus animales marinos. También, en estos casos todo es espectáculo y, al mismo tiempo, museo e investigación científica muy cuidada. Lo real se yuxtapone a lo ilusorio, lo prepara, en tanto que lo ilusorio ilustra y completa lo real, lo sustituye. La fascinación producida por estas experiencias es extraordinaria, y su éxito, creciente.

Creo que para los italianos es dificil comprender estas cosas. Estamos acostumbrados a los museos polvorientos en los, que, en el mejor de los casos, vemos a algún vigilante indolente e ignorante. Para hacemos una idea de lo que es la espectacularización del mundo deberíamos pensar más bien en el Club Méditerranée o en la Valtur. La persona está a cargo de la organización. Cuando llega, hacen fiestas, todos lo abrazan. Todos lo llaman y se hacen llamar de tú. Luego, el huésped es acompañado a todas partes casi de la mano, se ve estimulado. Nunca se le deja sola. En una semana puede realizar los deportes más diversos, tener una aventura erótica o romántica. En África, en Polinesia, por todas partes, el poblado modifica la naturaleza, la hace espectacular y, al mismo tiempo, segura.

La tendencia a la creación de mundos imaginarios, en los que la gente entra y vive, se manifiesta también en la coreografía, en las discotecas, en los desfiles de modas, en los grandes conciertos. Es equivocado hablar de arte de lo efímero.

Existe, en cambio, y cada vez más insistentemente, la tendencia a crear áreas de lo imaginario que puedan acoger a millones de turistas. En Florida, alrededor de Orlando, se está creando un centro mundial de este tipo. Pero yo tengo la impresión de que la tendencia es más general.

Comparado con esta magnificencia de vida social y fantástica, la pequeña pantalla se queda pobre y triste. Parece un sustituto de la vida real, con personas reales, y en el que el sueño se hace realidad.

No creo que se pueda decir mucho más, en el estado actual de nuestros conocimientos. Esto es sólo una hipótesis. Pero si resultase acertada, las potencialidades dé un país turístico como el nuestro serían realmente increíbles. Y habría que aprovecharlas.

Francesco Alberoni es profesor de Sociología en la universidad de Milán. Autor de Enamoramiento y amor, Las razones del. bien y del mal y El árbol de la vida. © La Repubblica.

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