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"¡Dale fiesta!"

'Afeitado' y otras numerosas corruptelas, cáncer del espectáculo taurino que el Ministerio del Interior es incapaz de erradicar

El Ministerio del Interior hizo pública, el pasado junio, una lista de 25 ganaderos y dos empresas a los que sancionaba porque sus reses habían sido lidiadas durante el año 1983 con las astas manipuladas fraudulentamente mediante la operación que popularmente se denomina afeitado y que en la jerga taurina llaman "darle fiesta" (al toro, se entiende). Sobre dos ganaderos, por reincidentes, recaía también la inhabilitación por un año (el ganadero, Javier Buendía, dos). Las multas de todos ascendían a 16.875.000 pesetas. Y no acababa ahí la acción sancionadora, pues la lista era sólo parcial y aún faltaban los dictámenes de astas correspondientes a toros lidiados durante la temporada 1984. No obstante, el Ministerio del Interior no ha logrado hasta ahora erradicar este cáncer de la fiesta.

La relación de sanciones a ganaderos publicada el pasado mes de junio ya era conocida, en parte y oficiosamente, el invierno anterior. En ella figuraban personas de renombre, incluido el legendario Miura, y constituyó un gran escándalo, que los propios afectados se apresuraron a paliar, apoyados por sus compañeros de gremio y prácticamente la totalidad de los taurinos profesionales.Lo hicieron por el conocido procedimiento de descalificar a todo el mundo: a los veterinarios que efectúan los dictámenes de las astas y a la técnica que emplean; al Ministerio del Interior; a cierta Prensa. E incluso al presidente de la Comisión de Presidencia del Gobierno e Interior, del Senado, Juan Antonio Arévalo, por tener la osadía de crear una subcomisión para el estudio globalizado de la fiesta, que incluye la erradicación del fraude.

Hasta la Junta de Andalucía saltó a la palestra con el fin de ex culpar a los influyentes ganaderos de su circunscripción, y en especial a Eduardo Miura, de quien resaltó públicamente su historial y virtudes ciudadanas que, por cierto, nadie, ni veterinarios, ni Interior, ni el Senado, ni cierta Prensa había puesto en cuarentena.

Los ganaderos andaluces sancionados entretuvieron el invierno dándose homenajes mutuos, en desagravio por la ofensa sufrida, y una alborotada corte de taurinos compartía su aflicción. Determinados revisteros les inciensaban prosa áulica, y deliraban que con ella destruían los perversos desvaríos de cierta Prensa. Les decían los revisteros al ganadero, a pie de guateque: "Con lo que he escrito hoy, hemos acabado con esa prensa enemiga, don Rufo". "Ya lo he visto, hijo; pasa y cómete una gamba". Hubo discursos, debates, sesiones técnicas. Lo que fuera, para lavar el honor; o sea, para que les levantaran las multas, pues los tientos a la cartera mancillan el honor muchísimo; lo que más.

Se pudieron dejar el hígado en la movida pero les fue rentable, porque la temporada siguió adelante sin que ocurriera nada; los ganaderos inhabilitados continuaron lidiando sus reses y lo mismo harán la temporada próxima. El público de toros está convencido de que se afeita a mansalva, y no por especial perspicacia, sino por la cantidad de toros despitorrados que ha visto en la temporada.

Este panorama desanima a los aficionados, para quienes el fraude es cáncer incurable de la fiesta. Observan que ni al taurinismo le importa que ocasione la decadencia del espectáculo, ni el Ministerio del Interior parece tener voluntad política de erradicarlo. En esta película siempre gana el malo. Nadie entiende por qué la autoridad nunca descubre al culpable, aunque parece facilísimo, pues los sospechosos no pasan de tres: el torero, el ganadero y el empresario.

El objetivo del fraude es reducir la agresividad del toro. Se comete antes de que salte a la arena, cortándole los pitones, y debilitando sus fuerzas. Pero también en el ruedo, a la descará -que dice el castizo-, con luz y taquígrafos, mediante una suerte de varas que también es fraudulenta, parque los caballos son percherones, les ponen petos y manguitos antirreglamentarios, los picadores pegan alevosos puyazos por los lomos atrás del toro. Como el funcionario presidente ni se ocupa de estas nimiedades, la impunidad con que cometen la carnicería los picadores es absoluta. Y lo que debería ser prueba de bravura a la vez que técnica medida para ahormar a la res, se convierte en un suceso sanguinario, ajeno a los cánones de la tauromaquia, éticamente indefendible y perseguible de oficio.

Estos atropellos vienen ocurriendo desde hace cuarenta años y siempre se dijo que eran arbitrariedades de la Dictadura, donde la corrupción tenía acomodo. Pero en democracia todo sigue igual y el cambio socialista nada mejor aporta a la fiesta, tan vapuleada. Quizá sea que el cambio tiene en ella su excepción y por eso ganaderos inhabilitados pueden continuar lidiando toros; determinados toreros, gozar del privilegio de que les manipulen las reses; los empresarios, ofrecer un espectáculo tan contrario a lo que anuncian, que roza el delito de estafa.

La audacia de estos estamentos para defender sus intereses les induce a las más desvergonzadas manipulaciones. La propia muerte de Paquirri ha desatado hasta el delirio sus formulaciones demagógicas y la utilizan para proclamar que no debe salir a los ruedos el llamado toro reglamentario. Algunos han llegado a responsabilizar de la tragedia de Pozoblanco a quienes lo exigen. Es un sofisma y una infamia, por supuesto. Y sofisma por sofisma, con los mismos argumentos se les podría responsabilizar de la tragedia, ya que el toro que hirió de muerte a Paquirri no era el reglamentario, sino el que los taurinos proponen.

Interior, responsable

De Interior depende la vigilancia del espectáculo. Es una función trabajosa y prolija si se realiza con responsabilidad plena, pues los festejos de todo tipo que se celebran en España son más de 5.000, con intervención de cientos de ganaderías, miles de reses, miles de toreros, médicos, veterinarios, presidentes y asesores, incidentes de todo tipo, papeleo delirante. Los gobiernos civiles realizan esta tarea en las provincias, normalmente con medios muy limitados, pero es aún más alarmante que el propio ministerio, en su organigrama, sólo tenga una unidad administrativa, con rango de sección, para llevarla a cabo.

El planteamiento general del espectáculo taurino es sombrío, pero de la incompetencia y la corrupción le defiende su propia vitalidad, que le permite regenerarse espontáneamente. La fiesta tiene hondas raíces, plenitud histórica, una técnica bien cimentada; la singularidad de su naturaleza, que amalgama arte y tragedia; y arraigo popular, que se muestra vigorosamente cuando la corrida no excluye sus valores esenciales.

La feria de otoño de Madrid, celebrada el pasado mes de septiembre, de magníficos resultados, constituyó un reencuentro de la afición con la fiesta verdadera. Las graves cogidas del final de temporada fortalecieron la credibilidad del peligro que conlleva el toreo. Hubo, al tiempo, un principio de renovación del escalafón de matadores, con las importantes actuaciones de diestros antes catalogados de segunda fila y de los alumnos de las escuelas taurinas.

El plantel de toreros que hay ahora mismo hace innecesario el fraude, y para ofrecer espectáculo bueno, ninguno precisa que los taurinos les den fiesta a sus toros. Distinto es que los taurinos quieran dársela a pesar de todo, pues en corruptelas son doctores; su práctica genera recompensas; mermando la agresividad del toro rebajan los niveles de aptitud de los toreros, con lo cual los igualan y ninguno alcanza la hegemonía. Y además, si la autoridad no actúa contra los defraudadores, qué más da el toro. El taurino le dice al gañán: "Dale fiesta". Y va el gañán, y se la da. Y no pasa nada. Lo mismo en dictadura que en democracia, no pasa nada.

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