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Duelo en Italia por el autor de 'Filomena Marturano'

Un genio de la improvisación

Edoardo de Filippo era un hombre de teatro y su incorporación al cine pretendió, únicamente, aprovechar toda la fuerza de la comedia popular napolitana para la pantalla. Era evidente que las revistas o espectáculos de los hermanos De Filippo, de Scarpetta, de Totó o Tina Pica, a partir del momento en que las imágenes filmadas dejaron de ser mudas, iban a convertirse en cine, aunque sólo fuera porque el público popular estaba ahí, en las salas oscuras.Además, el cine no era dernasiado exigente con esos monstruos del escenario y de la improvisación que eran esos napolitanos, últimos herederos de la secular tradición de la comedia del arte. Por ejemplo, el célebre sketch del coche-cama del que tanto provecho supo sacar Totó empezó teniendo ocho minutos de duración, para, seis años después, cuando fue filmado, superar los cincuenta. Eran reyes de la improvisación, lo mismo en los escenarios que ante los objetivos de las cámaras.

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Edoardo de Filippo debutó como actor de cine en 1932, el mismo año que creaba su propia compañía. En 1934 trabajó a las órdenes del estimable Mario Camerini en El sombrero de tres picos, para encontrarse con Mattoli en 1945, un cineasta procedente de la revista que rodaba con gran rapidez y tenía a sueldo un equipo de guionistas en el que figuraba gente como Monicelli, Steno, Age o Scarpelli. Con él y con Titina, la hermana de Edoardo, hicieron una nueva versión de Assumpta Spina, un increíble melodrama napolitano que en 1915 y 1934 interpretó Francesca Bertini.

De actor a director

Como actor, los mejores papeles los obtuvo tarde: en 1954, con El oro de Nápoles (Vittorio de Sica); en 1960, con Todos a casa, de Comencini, o en 1966, dirigido por sí mismo, con Dispara fuerte, más fuerte; no lo entiendo, donde encarna a un anciano mudo que se comunica a través de fuegos artificiales cuyos colores hay que interpretar para descifrar los mensajes del mudo.

El Edoardo de Filippo director de cine se confunde con el Edoardo de Filippo autor teatral. Son las suyas películas de personajes que viven de una especie de picaresca que les permite sobrevivir en la miseria e incluso desde ella hacerse ricos inventándose origenes nobles. Son personajes que parten del costumbrismo más simple para, a veces, desembocar en una especie de más allá en el que los valores morales son distintos, en el que lo cómico y lo trágico se entremezclan de tal manera que adquieren una dimensión próxima al absurdo, casi metafísica.

Lo cierto es que Edoardo de Filippo era un autor y actor que se convirtió en cineasta sobre todo por dinero, por amor y adiniración a su hermana -la primera Filomena Marturano (1951) cinematográfica, no se olvide- y porque, para un comediante de sus recursos, el cine no le parecía un oficio demasiado difícil.

Para él, en la medida en que la puesta en escena estaba totalmente al servicio del actor, no debió efectivamente, serlo, y sus películas, más que buenas obras de ficción, puede que ahora sean espléndidos documentales sobre Titina, Peppino o el propio De, Filippo.

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