Juan Pablo II ofrece en Santo Domingo su respuesta a la visión revolucionaria de la 'teología de la liberación'
Juan Pablo II ofreció ayer en tierras dominicanas, en la homilía de una misa celebrada ante miles de personas, su respuesta a la teología de la liberación en unas nuevas tablas de la ley que prohíben el recurso a la violencia, piden que la opción por el pobre -al que no hay que considerar como clase en lucha- no sea exclusiva, señalan que se considere al hombre en su vocación terrena y eterna, estipulan la liberación del mal moral que causa el pecado social, y reclaman que se evite la caída en el ateísmo y en el materialismo.
Juan Pablo II llegó ayer a la cálida isla caribeña que comparten la República Dominicana y Haití y fue recibido con ese entusiasmo clásico y sincero de todos los pobres del Tercer Mundo. Miles de personas le esperaban bebiendo gaseosa a lo largo de los 30 kilómetros que separan el aeropuerto de la capital dominicana, Santo Domingo, una de las carreteras más bellas y sugestivas del mundo, costeada por miles de cocoteros y con vistas a las aguas de un mar de cristal verde esmeralda. Policías militares casi adolescentes empuñaban las metralletas para defender al Papa como si fueran juguetes. Refugiado de un sol que achicharraba bajo un cocotero, uno de estos soldados tenía el arma con la culata apoyada en tierra, y un niño de tez tostada, sentado en el suelo, apoyaba con naturalidad su carita en el cañón del fusil, abrazándolo con sus brazos desnutridos como si fuera la pierna protectora de su padre.Desde esta isla, bautizada por Colón, su descubridor, con el nombre de Española, donde surgió la primera cruz cristiana del Nuevo Mundo y donde se celebró la primera misa, Juan Pablo II promulgó ayer, durante una misa en el hipódromo ante decenas de miles de personas, una especie de nuevas tablas de la ley para salir al paso, con una serie de mandamientos, de lo que él considera son desviaciones de la teología de la liberación. Con estos nuevos principios queda desde ahora expuesta la visión wojtyliana de este movimiento teológico, al que el Papa ha bautizado con el nuevo nombre de liberación social.
En estas nuevas tablas de la ley se afirma que la opción preferencial por los pobres de la que se ha hecho promotora una buena parte de la Iglesia de América Latina tendrá que realizarse:
1) En fidelidad al Evangelio "que prohíbe el recurso a métodos de odio y de violencia."
2) Con una opción preferencial por el pobre, pero "que no sea exclusiva y excluyente", sino abierta a todos.
3) Con una opción que no considere al pobre "como clase, como clase en lucha o como Iglesia separada de la comunión y obediencia de los pastores puestos por Jesucristo".
4) Mirando al hombre en su doble vocación "terrena y eterna".
5) Recordando que la primera liberación del hombre es la del pecado, la del mal moral, que es causa del pecado social y de las estructuras opresoras".
6) Sin que el esfuerzo de transformación social exponga al hombre "a caer tanto bajo sistemas que le privan de su libertad y le someten a programas de ateísmo como de materialismo práctico, que le despoja de su riqueza interior y trascendente".
Con esta visión de la nueva teología de la liberación o de la liberación social, como la ha llamado Juan Pablo II, se calma a la Iglesia conservadora de América Latina temerosa de la nueva teología, mientras la parte más progresista que se había lamentado de que el papa Wojtyla frenaba el ansia de ponerse junto con todos los pobres que luchan por la liberación, ha sido, tranquilizada con estas pa labras: "En este momento solemne debo manifestar que, cumplidos estos requisitos, cuantos en la Iglesia trabajan por la causa de los pobres no deben sentirse frenados, sino confirmados y alentados en sus propósitos".
Entregadas estas nuevas tablas de la ley, Juan Pablo, el nuevo Moisés de la Iglesia. afirmó ayer, como los antiguos profetas: "Teniendo todo esto ante los ojos, como obispo de Roma, me echo de rodillas ante la majestad del Dios vivo".
Juan Pablo II tocó también ayer en esta isla caribeña un tema delicado: el de la actitud de los primeros misioneros y colonizadores. Quizá con excesivo triunfalismo y sin conceder nada a la autocrítica, afirmó que los misioneros vinieron aquí "y realizaron su tarea con libertad e intrepidez, sin ocultar con el silencio las consecuencias prácticas que se derivan de la dignidad de cada hombre", y añadió que "cuando el abuso del poderoso se abatía sobre el indefenso, la voz de los misioneros no cesó de fustigar la opresión, de defender la dignidad del injustamente tratado".
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