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Giulio Andreotti se está quedando solo frente a las numerosas exigencias de dimisión

Juan Arias

El caso Andreotti sigue dominando la escena política de este país. Nunca el actual ministro de Asuntos Exteriores y dirigente democristiano, que se acaba de definir a sí mismo como "capitán de larguísima carrera en la vida política", ha aparecido tan importante, tan omnipresente, tan peligroso y tan hombre clave de los equilibrios políticos de este país. Con todo, Andreotti se está quedando solo, con el único apoyo claro (y no unánime) de su propio partido.

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Algunos observadores afirman que el hecho de que por primera vez el caso Andreotti haya estallado en el mismo Parlamento hay que aprovecharlo para que de una vez para siempre se revele el imperio Andreotti, es decir, qué ha habido y qué sigue habiendo detrás de un político considerado hoy, para lo bueno y para lo malo, como el mayor hombre de Estado de Italia tras la desaparición de su colega de partido el asesinado Aldo Moro. Andreotti ha sido el hombre clave, desde los tiempos de Pío XII, del diálogo Vaticano-Democracia Cristiana; el hombre de todas las aventuras más diversas y contradictorias, desde la del centro-derecha a la del Gobierno de Unidad Nacional apoyado por los comunistas, la reforma de los servicios secretos o la actual política filosoviética y filoárabe en el último año.

Por otra parte, hacer caer a Andreotti significaría, con mucha probabilidad, una crisis del Gobierno que preside el socialista Bettino Craxi en un momento en el que, tras la guerra sin cuartel entre comunistas y socialistas en tiempos de Berlinguer, se habían intensificado los encuentros entre Craxi y el nuevo secretario comunista, Alessandro Natta.

Pero los comunistas, como decía ayer un editorial de Il Manifesto, se juegan su credibilidad ante el país si hoy defienden a Andreotti, cuando hasta gente de su partido ha votado contra él (la abstención comunista salvó a Andreotti el pasado jueves en el Parlamento, aunque la dirección del partido rectificase posteriormente el error de sus diputados con la petición de dimisión, no sólo del ministro, sino de la totalidad del Gobierno).

Por otra parte, los socialistas no pueden defender con calor a Andreotti, porque nadie puede olvidar que el líder democristiano y Craxi fueron enemigos políticos implacables.

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Por su parte los socialdemócratas, que tuvieron que aceptar hace poco la salida del Gobierno del secretario de su partido, Pietro Longo, sospechoso de haber sido miembro de la P-2, hoy se frotan las manos y piden que Andreotti, según ellos mucho más cuestionado que Longo, deje también el Gobierno. Sin olvidar que a los socialdemócratas no les gusta tampoco la política exterior progresista de Giulio Andreotti.

Los republicanos, que tienen casi la obsesión del problema moral, se han encontrado también con una ocasión única para ver confirmadas sus tesis afirmando que ante el problema moral no hay coalición de gobierno que valga. Y así, en realidad, abandonan también a Andreotti.

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