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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La izquierda en Cataluña y los señores Calviño

A estas alturas está claro que el hombre clave del presidente Pujol en Madrid es el señor Calviño. Con la reciente negativa de éste a permitir la transmisión por TV-3 del partido de fútbol de la Eurocopa entre el Metz y el FC Barcelona le ha dado a Jordi Pujol 200.000 votos más -tirando a lo bajo-. Y el presidente de la Generalitat no ha tenido que mover ni un dedo para recogerlos. Mejor, imposible.Quizá pueda parecer exagerado que la prohibición de transmitir un partido de fútbol por la televisión catalana pueda tener tanta trascendencia. Sobre todo si se tiene en cuenta que últimamente no se transmite ningún partido, que los presidentes de los equipos de fútbol son en gran parte culpables de ello y que no se perciben indignaciones ni protestas masivas. Pero las réalidades políticas son complejas. Y a veces las grandes cosas son el resultado de la acumulación de muchas pequeñas.

En realidad, la prohibición del señor Calviño provocó una inmensa indignación entre todos los sectores de la población de Cataluña, no tanto por la imposibilidad de ver un partido de fútbol por televisión como por la prohibición en sí misma. Fue una arbitrariedad que todo el mundo sintió como una afrenta en carne propia, precisamente por ser una arbitrariedad. Pero lo peor no fue esto. Lo peor, políticamente hablando, es que la decisión del señor Calviño confirmó de golpe todo lo que Convergència i Unió decía o insinuaba para justificar sus planteamientos políticos. Ya sé que esto no es así en realidad, pero en política, como en todo, no basta que las cosas sean lo que son, sino que además tienen que parecerlo.

Convergència i Unió ganó holgadamente las últimas elecciones autonómicas porque supo capitalizar tres cosas a la vez: los errores y las inercias de la política autonómica del Gobierno del PSOE, la falta de una alternativa creadora e imaginativa por parte de Ia izquierda en Cataluña, y la inquietud de casi todos los sectores de la población catalana ante los efectos de una crisis que fragmenta el tejido social, que sume a todos en el aislamiento corporativo y que confunde las aspiraciones comunitarias. En una sociedad inquieta e insegura, la gente acepta la institución existente si la alternativa no ofrece perspectivas de futuro sugestivas.

Por eso, en el voto de Convergència i Unió coincidieron sectores tan diversos: el nacionalismo moderado, el nacionalismo radical de algunos sectores juveniles, el desconcierto de un buen número de trabajadores castellanohablantes y la derecha sociológica que hace unos años jugabala carta del franquismo. Porque entre los diputados de CiU al Parlament de Cataluña hay algunos significados alcaldes del período franquista.

Convergència i Unió mantiene unido este conglomerado con un planteamiento verbal muy nacionalista y con una política totalmente pragmática que tiende principalmente a crear una red de intereses locales y comarcales en la que la Generalitat y la propia CiU están inextricablemente unidos.

Aparte del carisma del propio Jordi Pujol, CiU cuenta con dos bazas enormemente importantes. La primera es que la Generalitat es, hoy por hoy, el poder que menos se desgasta. Formalmente, la Generalitat casi no cobra impuestos. Ante los grandes problemas de la sociedad catalana (el paro, la reindustrialización, la seguridad pública, el desasosiego de la juventud, etcétera), la respuesta de la Generalitat es fácil y contundente: "No tenemos competencia para ello, la responsabilidad es del Gobierno de Madrid". De este modo siempre son el Gobierno del PSOE y los ayuntamientos gobeenados en su mayoría por socialistas y comunistas- los que aparecen como responsables de todos los problemas y de todos los conflictos.

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El adversario exterior

La segunda baza es la ya tradicional de todo planteamiento nacionalista; a saber: la del adversario exterior. Toda la propaganda política de CiU se basa hoy en fomentar un conflicto permanente contra el Gobierno del PSOE, presentado como adversario exterior de toda Cataluña. Bastaría con hacer una antología de titulares de la prensa controlada por CiU para percatarse de las dimensiones del problema. Naturalmente, en esta operación política -clásica de todo nacionalismo- se mezclan las verdades y las falsedades. e de uncian las incomprensiones reales, los errores de planteamiento, las arbitrariedades y las inercias del poder central. Y junto a ello, en el mismo plano, se ingenian otras arbitrariedades, se hacen juicios de intenciones y se inventan conflictos.

El resultado de todo ello es que se consigue crear un clima de soscha general, una sensación global poco definida pero persistente y arraigada de que el Gobierno del PSOE es enemigo de Cataluña, que nos mega lo nuestro. A menudo no se sabe bien en qué consiste esta animadversión ni cuáles son sus razones. Pero en un momento determinado, un gesto, una palabra, un acto de un miembro significativo del poder central, sirve de elemento cristalizador y da realidad corporal a todas las desconfianzas acumuladas.

La prohibición decidida por el señor Calviño ha sido precisamente esto: una arbitrariedad que no sólo ha impedido a mucha gente ver un partido de fútbol sin razones justificadas, sino que también ha confirmado de golpe todas las sospechas y las insinuaciones. Y digo "sin razones justificadas" porque, aunque existen seguramente problemas legales, ni éstos se han explicado ni parece que tengan la entidad suficiente como para impedir una solución negociada del contencioso.

Desde el punto de vista político, ésta es una decisión arbitraria. Con ella, el señor Calviño ha convertido en verdad incontestable la mezcla de verdades y falsedades en que se apoya el planteamiento nacionalista de CiU y ha hecho de ese planteamiento un principio sólidamente anclado en la conciencia de miles y miles de ciudadanos de Cataluña. Hace unos meses, un tendero de un pueblecito del Pirineo se me quejaba de que los socialistas siempre se niegan a darnos "lo que es nuestro", pero no sabía precisarme qué era lo nuestro. Ahora tendría una respuesta concreta y contundente.

Intérpretes del interés general

Lo peor de todo es que no tenemos ninguna garantía de que ésto vaya a terminar pronto y de que esa tremenda insensatez de algunos exponentes del poder central se vaya a corregir. Son muchos los políticos y los técnicos que desde las alturas del poder central tienden a considerarse a sí mismos como los únicos intérpretes auténticos del interés general y a menospreciar todo lo periférico como algo provinciano y particularista. Esto es terrible para las fuerzas de la izquierda en Cataluña. Meses y meses de esfuerzos por recuperar el terreno perdido pueden irse al traste de la poche a la mañana por otra arbitrariedad del señor Calviño o de otro señor equivalente.

Esto no es, naturalmente, ninguna excusa para las debilidades de la propia izquierda. Los socialistas, los comunistas y otros exponentes de la izquierda catalana hemos cometido muchos errores y estamos hoy por hoy a la defensiva, sin una alternativa global capaz de dar la vuelta a la situación. Nuestra principal tarea es, a mi entender, forjar desde ahora esa alternativa, explicar con claridad el carácter real de la política y de los intereses de CiU, suscitar el entusiasmo -o por lo menos el interés- de la mayoría de la población de Cataluña, saber encarnar con claridad y sin equívocos el interés general de Cataluña como nacionalidad y tener una política propia, vinculada desde luego a la del resto de España, pero en la que no quepa tener que aceptar pasivainente todas las decisiones del poder central, sean justas o equivocadas.

Para eso es preciso también que los exponentes de ese poder central den muestras de una sensibilidad por los temas de la autonomía que, hoy por hoy, no parecen tener suficientemente. Y que, de verdad, se cuiden de los señores Calviño. La izquierda puede volver a ser capaz de vencer en Cataluña, pero no contra tantos adversarios a la vez.

Jordi Solé Tura es catedrático de Derecho Político y ha sido diputado en Cortes por el PSUC.

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