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Reportaje:NORTEAMERICÁNOS Y SOVIÉTICOS, EN BUSCA DE LA DISTENSIÓN

El palo y la zanahoria

La presidencia de Reagan marca cuatro años de encuentros frustrados y declaraciones contradictorias con la Unión Sovietica

Ronald Reagan tiene el curioso récord de haber coincidido con tres presidentes de la Unión Soviética durante los 46 meses transcurridos de su primer mandato en la Casa Blanca y de no haber conocido personalmente a niriguno de ellos. El resultado, digno de ser recogido por Guinnes, deriva e un planteamiento de las relaciones con la URSS que Alexander Haig, el primer secretario de Estado que tuvo el actual presidente de EE UU, definió de manera especialmente gráfica: "Ha de consistir", dijo Haig, "en una combinación de incitaciones, y disuasiones, de palos y zanahorias" ( 9 de julio de 1981, Wall Street Journal).Ese plan ha sido el orígen de -una sucesión de encuentros frustrados que configuran las relaciones de Reagan- con sus homólogos del Kremlin como un proyecto de entrevista permanentemente aplazada y es hoy el molde que perfila la doble imagen del titular de la Casa Blanca: jugador de, ventaja en lo cotidiano y estadista. duro, capaz de desafiar, a medio plazo, los acuerdos de Yalta.

Sin embargo, Ronald Reagan fue recibido por Moscú con toda la buena voluntad declarada que habitualmente merece el último llegado al podio de las, relaciones entre las dos potencias. Primero fue Breznev quien, a través del senador republicano Charles Percy, transmitió a su nuevo interlocutor el deseo de establecer un diálogo sobre "bases duraderas".

"Conflo en la evolución positiva de las relaciones entre EE UU y la URSS", reiteró el líder soviético en el segundo telegrama de felicitación que dirigió a Reagan, el 20 de enero dé 1981, cuando éste tomó posesión de la presidencia.

La respuesta del presidente norteamericano a tanto halago no fue precisamente diplomática. En su primera conferencia de prensa, Reagan afirmó que: "la moral comunista justifica el crimen y la mentira", y añadió que "la distensión ha sido utilizada por Moscú para promover sus, propios fines, es decir, una revolución global que convierta a todo el mundo al comunismo" (29 de enero de 1984, Washington).

La URSS invita

Aunque la Prensa soviética elevó el tono de sus críticas a la nueva Administración norteamericana, Breznev arovechó. la sesión de apertura del 262 Congreso del PCUS para ofrecer a su homólogo de,Washington "un encuentro al más alto nivel" (23 de febrero de 1981, Moscú)."Muy interesante", fue el escueto comentario de Reagan a esta oferta de entrevista, y Haig se encargó de propagar la opinión presidencial por Europa. "Afganistán", amplió días después, "es un buen ejemplo donde los soviéticos pueden demostrar si realmente desean cambiar de actitud" (4 de marzo de 1981, entrevista con la cadena de televisión CBS). La nueva Administración de EE UU, replicó Moscú,"no sólo no ha rectifÍcado, sino que ha incluso multiplicado los errores de sus antecesores" (25 de marzo de 1981, Pravda).

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Cuando en su reaparición tras el atentado, el 30 de marzo de 1981, Reagan declaró que "Occidente no frenará al comunismo: superará al comunismo" (17 de mayo de 1981, Sout Bend, Indiana), el proyecto de cumbre estaba olvidado. Llegaba el momento (le exhibir la zanahoria, y con la ventaja que le otorgaba el reciente anuncio de que EE UU fabricaría la bomba de neutrones, Reagan emprendió esa tarea. "Hice la sugerencia de celebrar un encuentro en una-carta dirigida a Breznev", reveló el presidente norteamericano de manera inesperada, "diciéndole que tal vez podríamos sentarnos juntos en un cierto momento y discutir de lo que la gente desea realmente.

Dudo que haya querido nunca la guerra" (13 de agosto de 1981, Santa Bárbara, California).

Breznev respondió lacónicamente que la URSS deseaba "conversaciones serias y constructivas" con EE UU (18 de agosto de 1981, Soviet Lifie), y Reagan repitió su oferta, con un cierto tono de amenaza: "O bien llegamos a reducciones legítimas y verificables de armarnentos, o bien (los soviéticos) se encontrarán en una-carrera arinamentista que no pueden ganar" (2 de septiembre de 1981, Chicago). Poco después, el 2 de octubre de 1981, anunciaba un impresionante programa de rearme norteamericaner, con un presupuesto de 180.000 millones de dólares (unos 18 billones de pesetas).

Noviembre de 1981 fue el mes en el que se inauguraron las conversaciones sobre armas nucleares de alcance intermedio en Ginebra, un foro que habría de centrar las relaciones entre los bloques durante todo el segundo y el tercer año de Reagan en la Casa Blanca.

El fracaso final se consuinó, a finales de 1983, con lá retirada soviética de la mesa y la denuncia, reiterada durante meses por el ministro soviético de Exteriores, Andrei Groiniko, de que en Washington no había voluntad negociadora.

Entre tanto, los sucesos de Polonia, que elevaron nuevos grados el tono de la polémica. Breznev murió en. noviembre de 1982, con una invitación informal para que realizara una improbable visita a Washington, y Reagan no hizo, ninguna indicación de buena voluntad a Yuri Andropov cuando el ex director del KGB llegó a la máxima maeistratura soviética.

Reagan renovó sus ataques a la URSS en su discurso de mayo de 1983 ante la comunidad cubana de Miami y Moscú diagnosticó que el presidente norteamericano padecía. de "paranoia anticomunista". Pero la atención se mantuvo centrada en las negociaciones de Ginebra

El derribo del Boeing surcoreano marcó el punto más bajo de las relaciones entre las potencias.

"Los soviéticos no tienen en cuenta ningúntipo de sufrimiento humano ( ... ) Nos compete a todos nosotros, lideres y ciudadanos del mundo libre, hacerles frente de manera absolutamente firme", clamó Reagan (3 de septiembre de 1983, Washington).

Sin embargo, poco después, la Casa Blanca decidió un nuevo giro en su política soviética. "Andropov cree que debe existir un diálogo sobre algunos, de los problemas a los que nos enfrentamos. Lo mismo pienso yo", dijo Reagan en su discurso sobre el estado de la Unión del 25 de enero de 1984, pronunciado días antes de que el presidente anunciara su candidatura para un nuevo mandato.

El 4 de junio anterior, Breznev había expresado a The New York Times su "sincero y ferviente deseo de normalizar sus relaciones con EE UU", pese a lo cual Moscú acogió mal la nueva oferta de diálogo de Reagan. "Demagogia e hipocresía", sentenció Tass el mismo 26 de enero de 1984, para repetir a continuación muchos de los reproches a la mala voluntad norteamericana lanzados por Andropov en el último de sus mensajes, que publicó Pravda. El líder soviético fue excluido, sin embargo, de los acontecimientos por la propia naturaleza. Falleció a primeros de febrero, y Chernenko le sucedió cuando Reagan entraba de lleno en los preparativos de su segunda campaña para la presidencia. Tal vez debido a esa circunstancia, Reagan envió a su vicepresidente, George Bush, a los funerales de Andropov para que se entrevistara, de pasada, con el nuevo titular del Kremlin. "Tengo la impresión de que el nuevo líder soviético está haciendo un esfuerzo para acabar con la retórica y buscar el camino para promover un diálogo más útil", aseguró Reagan (15 de febrero de 1984, Washington).

Declaraciones de ese tipo comenzaron a multiplicarse en la capital norteamericana, llenas de alusiones al "diálogo constructivo" y a la "mejora de relaciones" necesaria. Pero de resultados concretos, nada. Las conversaciones de Ginebra han seguido interrumpidas y la oferta soviética de negociar la desmilitarización del espacio quedó en agua de borrajas. Pocos días antes de que comenzara la convención republicana, se oyó a Reagan decir por la radio: "Queridos norteamericanos: me complazco en anunciarles que acabo de firmar una orden que deja fuera de la ley a los rusos; dentro de cinco minutos comenzarán los bombardeos" (11 de agosto de 1984,.Santa Bárbara, California). Se explicó que un fallo técnico había provocado la metedura de pata. Pero era evidente que, de cara a la cumbre con sus fieles, al presidente norteamericano le convenía mostrar el palo y esconder la zanahoria. Tres días antes de inaugurarse la reunión de Dallas, Reagan pronunció otra frase histórica, y esta vez, indudablemente premeditada:

"Rechazamos toda interpretación de los acuerdos de Yalta que pueda sugerir una aceptación norteamericana de la división de Europa en esferas de influencia" (17 de agosto de 1984, Washington).

Reagan concluía así su mandato cuestionando abiertamente los convenios internacionales surgidos de la última guerra. Reacciones aparte, la cosa no debió de coger a Moscú por sorpresa: el 31 de enero de 1982, Pravda había denunciado que Reagan parecía haberse olvidado de la herencia de Franklin D.Roosevelt, el presidente que promovió el éxito de la Conferencia de Yalta.

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