Olimpo cinéfilo
Se presenta en la película a dos personas que dicen tener confundido el cine con la vida. De hecho hablan y hablan de cine, de cinefilia, recordando los entrañables títulos de su juventud, las frases de sus autores admirados, las secuencias de sus películas queridas cuando el cine no les ocupa, las charlas se remontan también al pasado, a otros recuerdos que el cine envolvió. No han crecido con el tiempo, su marginación les aburre, pero creen poseer alguna ver dad, la seguridad de quien conoce el secreto de la clave. Desde un esquema muy simple, aman el cine.Sesión continua no les discute, no les contempla desde fuera, sino que mitifica su actitud. En la última secuencia, cuando, nostálgicos, miran tras la ventana lluviosa, ellos mismos se convierten en materia de película, entran en el olimpo transfigurados con el blanco y negro de los filmes que les hicieron su corta historia. La oferta debe ser aceptada por el espectador sin mayores matices. Cuando ambos amigos trabajan en el guión de su propia película, discuten con el productor o conversan con las mujeres que acompañan sus soledades, solas ellas mismas, no hay polémica, sino la continuación monocorde de un único planteamiento, incluso sin real desarrollo de las diferencias entre los dos hombres: llueven sus palabras, sus referencias privadas y sus gustos como parte de una sola biografía.
Sesión continua
Director: José Luis Garci. Guión: Garci y Horacio Valcárcel. Fotografía: Manuel Rojas. Música: Jesús Cluck. Intérpretes: Adolfo Marsillach, Jesús Puente, María Casanova, José Bódalo, Encarna Paso. Comedia dramática. Española, 1984. Locales de estreno: Amaya, Rosales, Gayarre y Tivoli.
Es una nostalgia por la ya, lejana juventud que ha inspirado otros filmes de José Luis Garci. En ellos era también frecuente la referencia idealizada al cine de sesión continua, la magia de la pantalla encendida, el olor, el calor que acompañaron a muchos niños pobres de posguerra. No todos aquellos niños, sin embargo, quedaron tan marcados por las tardes de cine como los protagonistas de Sesión continua. No todos, ni mucho menos, se transformaron en el personaje de Adolfo Marsillach, abarrotada su casa de motivos cinematográficos, habitante de un templo a sus estrellas. Esa limitación por el cine (el cine como principal referencia de la vida) no es una constante generacional. Una aislada biografía no es la historia colectiva. Un grano no hace granero.
La nostalgia privada que el filme encierra, esa tristeza por el mundo perdido o por El Dorado que nunca se vivió, individualiza los personajes. Su soledad y aburrimiento, aunque puedan ser contagiosos, son tan particulares que resultan ajenos. El filme no contribuye a acercarlos, ya que sintetiza con tal presura las breves e inesperadas peripecias familiares (lo que realmente ocurre en la vida de esos dos hombres) que el conjunto vuelve a reducirse a sus mitos privados. Se trunca así la estructura de comedia pretendida.
Nostalgia
Han insistido Garci y su coguionista Valcárcel en dar prioridad a los diálogos, apuesta dificil si éstos no suplen cuanto se pospone en su lugar. Los de Sesión continua, repetitivos, no hacen progresar, a mi juicio, la acción dramática; al contrario, la eliminan. Los sucesos que rodean esos diálogos quedan desconectados, como luces de neón que ciegan por un momento, pero que, apagándose, dejan más solos a los protagonistas. No. hay más opción a conocer mejor sus circunstancias: son brochazos de urgencia.La importancia de los textos ha orientado) la inspiración nostálgica de Garci por una planificación estática y una puesta en escena e n la que las situaciones nacen de lo que se dice; mejor dicho, ocurre sólo lo que se oye. Los posibles giros poéticos se repiten en el mismo sentido, recalcando la soledad, la tristeza y elecóndito heroísmo de e. esos hombres que fueron felices cuando aprendían de memoria los repartos y las frases de sus películas perfectas. Ahora, ya maduros, descubren que no fueron más allá: ni en el amor ni en el sexo, por ejemplo, lograron realizarse, y así lo dicen en una larga secuencia donde bromean, borrachos, con frases sobre Franco, Freud y las menstruaciones. Es un apunte que queda congelado.
Adolfo Marsillach y Jesús Puente encarnan a estos hombres en un trabajo hecho con sinceridad y cariño. José Bódalo, como el productor, llena de energía su breve cometido. Pero no pueden ir más allá.
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