Falta de entusiasmo
Basada en una novela, de Simenon, Los fantasmas de Chapelier es una película que nos remite a ese mundo provinciano hecho de partidas de cartas en el café, amores ocultos, apariencias de respetabilidad y delirio camuflado, que tan bien ha sabido captar Chabrol desde sus inicios con Les cousins. Como el propio novelista, el cineasta es un estilista de la mediocridad, de la anotación escéptica sobre la capacidad de la naturaleza húmana para convivir con la norma y con la locura. Lo mejor del filme está ahí, en los pequeños detalles, en la manera de vestir de Serrault, en el que sea la deformación profesional -es sastre- lo que hace que Aznavour, encuentre en la ropa de su vecino la pista por la que descubre que se trata del estrangulador. Hay asesinatos, como en Le boucher o en la extraordinaria Juste avant la nuit, pero no hay mi sterio alguno, ni suspense. La personalidad del asesino pronto es conocida del espectador, que también sabe en seguida que la esposa es un personaje fantasmal y que el juego de ventana indiscreta es un signo vacío.La película está bien hecha. Las interpretaciones de Serrault y Aznavour son, respectivamente, divertidas y patéticas. El clima de época y lugar está muy conseguido. Pero todo tiene un tono un tanto rutinario, un poco fátigado, de falta de entusiasmo. Por ejemplo, el comisario que Chabrol nos propone en el filme está en la línea de sus policías ineptos, pretenciosos y ridículos, pero el director no le da cancha dentro de la ficción. Otro ejemplo: Aznavour podría crear angustia, alimentar el fuego aventurero de Serrault y del espectador, pero nada de eso sucede. Para Chabrol lo único que vale la pena es filmarlos caminando, uno tras otro, cuidando los gestos de histeria contenida de Serrault y el derrumbe de Aznavour.
Los fantasmas del Chapelier
Director: Claude Chabrol. Intérpretes: Míchel Serrault, Charles Aznavour, Aurore Clement, Fabrice Ploquín. Fotografía: Pierre Gauchet. Locales de estreno: Azul y Minicine 2.
Locura asesina
Hay temas implícitos en Los fantasmas del Chapelier que un Chabrol menos acomodaticio no hubiera desaprovechado, como es el que toda la locura asesina del protagonista se desencadene porque quiere evitar, a toda costa, una nueva celebración de la fiesta de cumpleaños de su esposa inválida. Las víctimas, las va identificando gracias a una irnagen, gracias a una fotografía. También Aznavour muere por culpa de la visión, equiparada a la verdad. Él ha visto cometer un crimen y no hace como los demás, que hablan y hablan de ello sin saber nada.Ese juego entre apariencia y realidad, entre palabra e imagen, podía ser muy rico, pero Chabrol ni tan sólo lo esboza. Se limita a pasar de puntillas sobre la cuestión y a llevar a buen puerto la trama simenoniana. Muy correctamente, pero sin vida, corno si fuera cierta la anécdota que afirma que el último Chabrol elige sus localizaciones en función de la proximidad de algún restaurante bien clasificado en la Guía Michelín.
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