Se quedó viejo el mensaje
El cine de catástrofes se puso de moda coincidiendo con la llamada crisis del petróleo. Se trataba de dar, metafóricamente, una explicación de por qué las fábricas dejaban de ser rentables, los precios se disparaban y el trabajo comenzaba a escasear. El mal -la catástrofe- lo provocaban siempre los incontrolables fenómenos de la naturaleza -terremotos, maremotos, diluvios, etcétera- o los excesos de la ambición humana. En El coloso en llamas son la soberbia y los intereses económicos de un millonario los encargados de darle al incendio del rascacielos un tono de castigo bíblico, de remake del episodio de la torre de Babel.La actual reposición, en una época en que los planes de reconversión industrial son materia de programas televisivos, convierte las argumentaciones de El coloso en llamas en risibles, y el mensaje deja definitivamente su lugar al divertimento de los efectos especiales, a las bocanadas de fuego que se expanden por todos los conductos, a las explosiones imprevisibles, a las frases dichas como grandes declaraciones de principios cuando son meras bravatas -"Volveré con todo el cuerpo de bomberos de la ciudad", "¡suerte!", y la inevitable réplica: "La necesitaré", etcétera- y al entretenido juego de apostar sobre cuál va a ser el próximo actor en achicarrarse o lanzarse al vacío.
El coloso en llamas
Director: John Guillermin e Irving Allen. Intérpretes: Paul Newman, Steve McQueen, Faye Duneway, Willian Holden, Fred Astaire, Richard Chamberlain. USA, 1976.Reposición en cines California y Aluche.
Como producto destinado al consumo veraniego, a esas tópicas misiones refrescantes, el ardiente drama de John Guillermin e Irwing Allen puede verse con el espíritu con que se contempla una falla de lujo, lamentando la ausencia de la mano de un Cecil B. de Mille, un hombre que, puestos a montar grandes espectáculos truculentos, decía que "una buena película es la que empieza con un terremoto y sigue in crecendo". Aquí se comienza con llamaradas y explosiones y se acaba con cenizas.
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