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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cultura, 'cultureta' y culturilla

EL ORGANISMO Autónomo de Aeropuertos Nacionales, encuadrado en el Ministerio de Transportes, Turismo y Comunicaciones, ha celebrado una disputada oposición (véase EL PAÍS del 30 de julio de 1984) para cubrir ocho plazas de vigilantes de seguridad en el aeropuerto de Tenerife Sur, a la que se presentaron 648 aspirantes. La reclamación de algunos suspendidos ha permitido advertir algunas coincidencias en las respuestas de los aprobados -incluida la comisión de idénticos errores en una operación aritmética- y anomalías diversas en la corrección de los ejercicios.Estas oposiciones pasarán, sin embargo, a la crónica bufa de nuestra burocracia no tanto por los posibles enjuagues para la admisión de los candidatos como por las preguntas de cultura general consideradas imprescindibles para valorar los méritos de quienes aspiran a ocupar una plaza de vigilante de seguridad en el aeropuerto de Tenerife Sur. De creer al tribunal examinador, al Organismo Autónomo de Aeropuertos Nacionales y al Ministerio de Transportes, Turismo y Comunicaciones, las tareas de vigilancia en una terminal aérea no pueden ser cumplidas de forma mínimamente satisfactoria sin que la persona encargada de esa misión se conozca lo mismo las vías del misticismo que el nombre del país cuya capital es Bamako.

Una golondrina no hace verano, pero existen, desgraciadamente, otros precedentes en que la ridícula pedantería de los cuestionarios, sólo se puede explicar por la malicia de los padrinos o por la vacuidad de los examinadores.

Los exámenes convocados hace pocos meses por el Ayuntamiento de Málaga -más inclinado en este caso al cultivo de la zoología que de la historia- para cubrir unas plazas de policía municipal exigían de los aspirantes el conocimiento del territorio donde vive el artrópodo llamado peripato y el alimento de las focas peleteras de Alaska. Puede que las exhortaciones del presidente del Gobierno para que España no pierda el tren de la nueva revolución industrial y de la modernización sean tomadas en serio por algunos segmentos de la sociedad. Pero parece seguro, en todo caso, que nuestra Administración pública sigue reciamente fiel a sus viejos patrones y firmemente resuelta a que cualquier aspirante a ingresar en su seno nutricio, aunque sea como policía municipal o como vigilante de aeropuertos, cumpla el rito iniciático de unas pruebas memorísticas por completo ajenas a las condiciones exigibles para desempeñar sus tareas.

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Frente a los desafíos del siglo XXI, la burocracia española combate con gallardía y fiereza cualquier intento de proceder a su reforma, como ha demostrado su airada réplica a la tímida propuesta del ministro Moscoso, y reafirma con orgullo y bizarría los valores y los principios, del siglo XIX. Nuestros aeropuertos son un caos y el orden público en los barrios de nuestras ciudades depende todavía de fuerzas de seguridad estatales; pero, sin embargo, nuestros vigilantes de aeropuertos seguirán, si no se pone fin a semejante pérdida de tiempo y energías, a cuestionarios que los calificarían más para un concurso de televisión que para, modesta y honradamente, cumplir con su cometido.

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