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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una ruptura anunciada

HAY ALGO peor que un diálogo de sordos el de los que hacen sus propuestas para que la otra parte no pueda acordar el sí. La negociación entre el régimen sandinista y los partidos de la oposición en Nicaragua tiene esas características que. no pueden hacer prever sino lo peor para el futuro democrático. Y para el desarrollo de la experiencia revolucionaria en Managua.El principal grupo de la oposición, integrado en la Coordinadora Democrática Rámiro Sacasa, que dirige Arturo Cruz, de matiz socialdemócrata con aledaños democristianos y liberales, exigía el levantamiento de la censura de prensa y del estado de emergencia como garantía de que las elecciones, de noviembre a la presidencia y al Parlamento nicaragüenses serían libres. Cruz estimaba además condición necesaria para su concurrencia a las urnas que Managua iniciara un diálogo con las guerrillas, a cambio de lo cual se comprometía a conseguir de éstas un armisticio.

El sandinismo argumenta que es imposible entablar el diálogo con una guerrilla que está encuadrada por somocistas, armada por la CIA y que, desde un punto de vista externo al conflicto, no ofrece ninguna garantía de que sus intenciones en caso de victoria,se decidieran por el establecimiento de la democracia. Añade Daniel Ortega, coordinador de la Junta sandinista, que tampoco es posible levantar todavía el estado de emergencia ni poner fin a la censura a causa de "la amenaza imperialista", la guerra en las fronteras y, en general, la situación de presión exterior a la que se ve sometido el régimen.

Diríase que lo que estaba deseando cada parte negociadora era que la otra tomara la iniciativa de la ruptura, como si con ello se descargara de una responsabilidad. Cabría la tentación de ver en escena a escala centroamericana una reproducción de la tensión entre las dos grandes potencias. No parece, sin embargo, que esa traslación esté acertada en este caso. Aunque la Administración Reagan estuviera interesada en dificultar el proceso electoral sandinista aconsejando una actitud intransigente a la oposición, tanto Moscú como La Habana tienen interés en el mantenimiento d e una posición de alguna influencia en las tierras del istmo, pero no a riesgo de comprometer un vuelco de la situación que las borre de esa parte del mundo. Es razonable suponer que entre los consejeros de los dirigentes sandinistas más dispuestos a la moderación se halle Fidel Castro y la intransigencia de Managua para nada le conviene.

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En estos momentos sólo una tropilla de pequeños partidos ha presentado su candidatura para concurrir a las elecciones de noviembre, sin ninguna posibilidad de hacerse con ún paquete significativo de escaños. Únicamente cabe que el grupo de Arturo Cruz introduzca a sus candidatos en las listas ya presentadas, con el 4 de agosto como fecha límite, para que puedan concurrir a los comicios, pero tal como están las cosas parece escasamente probable que la Coordinadora Democrática se avenga a utilizar ese portón lateral, aun en el caso poco verosímil de que el sandinismo levante en ese lapso de tiempo las suspensiones sobre la actividad política.

El tiempo corre inclemente y la pregunta es hasta cuándo los regímenes democráticos europeos podrán sostener una actitud de benevolente apoyo a la experiencia sandinista sin la celebración de elecciones en unas condiciones y con unos riesgos que no parece dispuesta a correr la Junta.

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