Asesinato en varas
ENVIADO ESPECIALEl antiguo público de toros, que era bueno, radicalizaba los más diversos aspectos de la fiesta. Por ejemplo, al toro pastueño "hermanita de la caridad" a los puyazos alevosos que rara vez pegaban algunos picadores como es norma que hagan hoy, "asesinato". "Los han asesinado en varas", era frase aplicable a tales circunstancias. Esa frase habría que emplearla continuamente en la tauromaquia actual, y en la corrida de Valencia celebrada ayer, con mayor propiedad que nunca.
Los individuos del castoreño, un gremio cerrado en sus propios intereses, cuya defensa sustancian en la musculatura de que hacen gala, forman la acorazada de picar, que ahora es la acorazada de asesinar. De asesinar toros, por supuesto, pero de paso asesinan al propio espectáculo, a la fiesta misma. Y les da igual. Qué les importará a ellos, si satisfacen su pasión carnicera desde la impunidad más absoluta, aupados en un percherón forrado de guata que no hay toro capaz de mover, y ni la autoridad, ni los jefes de cuadrilla, se atreven a reprocharles la fechoría.
Plaza de Valencia
26 de julio. Segunda corrida de feria.Cuatro toros de Antonio Pérez, con trapío, broncos. Primero y segundo de Pilar Población, manejables. Dámaso González. Pinchazo, media perpendicular y dos descabellos (silencio). Pinchazo y media baja (silencio). José Antonio Campuzano. Buena estocada desprendida (oreja). Media trasera caída (pitos). Luis Francisco Esplá. Dos pinchazos y estocada corta perpendicular delantera (silencio). Dos pinchazos, media estocada caída y descabello (bronca). Los tres espadas fueron despedidos con bronca y lluvia de almohadillas.
La corrida de ayer tenía mucho que torear y, desde luego, mucho que picar. La corrida de ayer salió seria, honda, fuerte y con sentido. El mucho torear debía hacerse mediante brega valerosa y técnicamente depurada, para no añadir resabios a los que traían los toros de la dehesa, bien asentados en sus entrañas. Y el mucho picar, haciendo la suerte por derecho, castigando en lo alto del morrillo, para ahormar aquellas cabezas inquietantemente derrotonas y, según dicen taurinos en su peculiar jerga, descolgar la envarada firmeza de los animales.
El mucho bregar se hizo con mediano acierto, y tiene excusa, pues los toreros de a pie pasaban serios peligros para someter las inciertas acometidas.
El mucho picar no tenía justificación que se hiciese de forma tan alevosa, pues los picadores no pasaban peligro en lo alto de la montura acorazada, y elegían a su sabor el área del destrozo, siempre por el espinazo atrás o sus bajeros, arrasando piel, tejido celular, aponeurosis, alma, psique, lo que pillaran por delante.
Campuzano dominaba
Los toros salían del caballo descuartizados, naturalmente acentuado su sentido defensivo. Y como casi todos poseían mala catadura, agriada ésta, no había quien le hiciera un pase. Tuvieron mejor conformar los de Pilar Población, en particular el que correspondió a José Antonio Campuzano. Este diestro hizo una faena de muy buen corte, por la valentía y el mando con que la ejecutaba. Si el toro llegó a embestir fijo y humillado, fue porque Campuzano lo tomaba en la distancia precisa, templaba, dominaba, en definitiva. Su estocada, finalmente, resultó de alta escuela, tal como bajó el engaño y salió limpiamente por junto los costillares.Dámaso González se confió poco con sus toros, aborregado uno, incierto otro. Campuzano macheteó al quinto, pues no admitía otra fórmula para cuadrarle.
Esplá se ciñó en cortas series con sus dos enemigos, que eran asimismo broncos, y aliñó después. Al tercero le prendió tres emocionantes pares de banderillas, pues el toro se había crecido en el segundo tercio. Al sexto no lo quiso banderillear, y el público le tiró almohadillas.
Las iras que merece la acorazada de picar las pagó Esplá por un motivo irrelevante. La fiesta une a su degradación un desconcierto general, y cae en picado, se la ve caer en picado, palpablemente.
O ponen la fiesta en orden, o esto se acaba.
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