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Los protagonistas de la negociación social

Los hombres del pacto

Electricistas, metalúrgicos, delineantes negocian unos acuerdos que a muy pocos satisfacen

Son duros e inflexibles en la negociación, aunque mantengan un trato casi constante en los últimos años, se tuteen y se llamen por el nombre de pila, e incluso se pregunten al encontrarse por las anginas de sus chicos.La hija de José María Zufiaur, secretario de acción institucional de UGT, estuvo a punto de llamarse María del Acuerdo. Nació cuando sindicatos y empresarios estaban enfrascados en una de las múltiples negociaciones del Acuerdo Marco Interconfederal (AMI). Un camarero introdujo en la sala de reunión varias botellas de buena cava. Los periodistas pensaron que por fin se había logrado el pacto. Se trataba sencillamente de celebrar un nacimiento. Alguien propuso que la recién nacida debería llamarse María del Acuerdo. Los padres debieron pensar que la niña no tenía por qué cargar con culpas ajenas, y la pusieron Joana.

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Joaquín Almunia.

A pesar de las tensiones de toda negociación, de las diferencias que indudablemente les separan, de las crispaciones y las palabras más o menos fuertes que a veces atraviesan las paredes, no pierden el sentido del humor. Y buscan nombres para el acuerdo, en muchos casos basados en pequeñas anécdotas que, durante unos minutos, han relajado los ánimos. Uno de estos pactos fue bautizado con el apelativo de acuerdo de la lactancia paterna.

Uno de los representantes sindicales propuso que se estableciera período de maternidad para el padre, a imagen y semejanza de la legislación sueca. Sí la madre no aprovechaba las facilidades que la legislación otorgaba por maternidad, ¿por qué no podía hacerlo el padre? Todos los presentes se imaginaron a un metalúrgico con bigote y barba de tres días amamantando a un tierno infante. A partir de ese momento, cada vez que alguno de los negociadores habla de aquel acuerdo lo recuerda como el de la lactancia.

Son hombres de muy distinto origen. Por edad, los sindicalistas ostentan la media más baja, poco más de 30 años. Son más maduros los de la CEOE. Y no es difícil entrever un cierto aire paternal en alguno de sus representantes cuando se dirige a sus interlocutores. Es conocido el respetuoso afecto existente entre José María Cuevas, hoy presidente de la gran organización patronal, y José María Zufiaur. Pero ello no quita que Cuevas sea un negociador duro y hábil, un tanto correoso, que no se casa con nadie a la hora de defender sus posturas. Cuevas conoce muy bien el movimiento sindical y ha sido uno de los hombres que mayor interés han puesto en la política de pactos.

Cuevas, socarrón y tranquilo, tiene gran facilidad para hacer aparecer como imposibles -"aunque yo bien quisiera"- las propuestas del contrario. La verdad es que en este campo cuenta con la ayuda inapreciable de Fabián Márquez, director de Analistas de Relaciones Industriales y asesor de la CEOE. Hombre que ha participado en todas las negociaciones, Fabián se entiende bien con los sindicalistas, aunque sus relaciones sean muy distintas a las de Cuevas. Es temible como negociador, implacable, y une a sus dotes de negociador un conocimiento riguroso del movimiento sindical.

Juan Jiménez Aguilar es otra cosa. Sonríe permanentemente y es capaz de romper el hielo del primer encuentro contando un chiste contra el Gobierno o contra lo empresarios, y a la vez descenden al rigor y la seriedad más absoluta al dato exacto, para demostrar la imposibilidad de asumir cierta propuestas. La verdad es que e esta labor la CEOE se encuentra muy apoyada por dos hombres e la sombra que preparan los pape les, suman, restan, consultan librotes: Julio Sánchez Fierro y Pepe Folgado.

Angel Panero, que hoy ocupa la presidencia en funciones de CEPYME, es nuevo en las lides negociadoras, al menos a nivel nacional. Los sindicalistas apenas le conocen, y todavía no forma parte de esta especie de seminarios de formación.

Una universidad

Porque, en el fondo, las negociaciones de todos los acuerdos suscritos en este país desde el Acuerdo Nacional sobre Empleo ha sido una universidad para su autores. Así lo reconoce siempre que tiene ocasión José Luis Corcuera, secretario de acción sindical de UGT. Ha participado en todas las negociaciones, y su lenguaje de simple electricista de Altos Hornos de Vizcaya se ha visto enriquecido en sólo unos años con términos hasta hace poco reservados para iniciados. Ahora Corcuera habla con casi total soltura sobre indiciación, inflación, disponibilidades líquidas, inversión.

El hecho de que sonara últimamente como futuro ministro de Trabajo le ha rodeado de una aurola de poder, por mucho que él se empeñe en desmentirlo. Y ha tenido que aguantar bromas difícilmente compatibles con su genio más bien pronto y hasta cierto punto violento.

José María Zufiaur es distinto

Todos reconocen que este hombre, que fue secretario general de USO y se pasó con armas y bagajes a UGT, es un maniobrero hábil, especializado en el juego semiclandestino. Más de una negociación se ha resuelto ante unos vinos entre el Zufi y sus oponentes.

Dicen dé él que es el rojo de UGT, pero también aseguran que una de las cabezas mejor organizadas del sindicato. Es frío y tiene la lengua afilada. Son conocidos sus sarcasmos sobre algunos compañeros del PSOE con los que mantiene sus diferencias respecto papel de los sindicatos, y las andanadas que lanza a derecha e izquierda cuando algo no le gusta.

En algunas cosas es parecido a Antón Saracíbar. Saracíbar también conserva una gran calma en sus argumentaciones, y aunque resulte menos brillante en su exposición, nadie duda que sus análisis son de un rigor demoledor. Este hombre, de calva franciscana y talante afectuoso, acude poco a las negociaciones.

Desde su puesto de secretario de organización controla y conoce perfectamente el día a día del sindicato, y sabe mejor que nadie lo que demandan las bases. Se cuenta que en la clandestinidad, cuando los militantes de UGT se reunían en torno a cualquier mesa del comedor de uno de los compañeros, las sufridas esposas estaban en un sobresalto. La voz de Antón, varios tonos por encima de la normal, inevitablemente se oía en el descansillo de la escalera, en el piso de al lado y en la misma calle.

No son los únicos negociadores de UGT. A las reuniones se van incorporando compañeros en función de su especialidad. Y no es raro ver a Matilde Fernández (secretaria general de Químicas) o a Miguel Angel Ordóñez (secretario de imagen), Juan Mazarrasa, Manuel Garnacho (de construcción) o Antonio Puerta (del metal).

Julián Ariza, de CC OO, el de mayor edad de todos los representantes sindicales, es posiblemente el más directo. Entre los periodistas tiene fama de intentar sacar más información que la que ofrece. Es uno de los duros de CC OO, tanto por sus posturas como por su propio aspecto físico de ex boxeador de peso pesado. A Julián le han salido los dientes entre panfletos y escapadas, y ha resistido el paso de la clandestinidad a la legalidad, aunque conserve algunos rasgos de sindicalismo agresivo, un poco a la vieja usanza.

No puede en ocasiones evitar un cierto desasosiego al sentarse a la misma mesa con los empresarios o el Gobierno, producto de años pasados, en los que trabajadores y empresarios, y mucho menos el Gobierno, no compartían los mismos despachos. Pero ha participado en todos los acuerdos que se han celebrado. Siempre con pesimismo, siempre con la sensación de haber conseguido un mal acuerdo.

Agustín Moreno, por el contrario, es optimista, tímido y miope. Factores que nada tendrían que tener en común, pero que, juntos, le dan un cierto aire de estudiante espabilado, que todo lo ha conseguido con beca. Lo cierto es que su título de maestro industrial fue ganado de esta forma. Y eso ha debido dejarle huella. A la hora de la negociación es terco y amigo de los números. Cauto en su expresión, tiene fama entre sus interlocutores de ser persona razonable.

También tiene fama de razonable Antonio Gutiérrez. últimamente fortalecido en el sindicato, Gutiérrez es un negociador hábil y complicado. Amigo también de soluciones aparentemente poco ortodoxas. Su temprana militancia en el movimiento obrero ha endurecido su expresión y, según sus amigos, "ha debido de quitarle el poco sentido del humor que tenía". Algo debe de quedarle de sus años juveniles, cuando en Alicante hacía estraperlo de harina en una bicicleta. Porque lo cierto es que resulta un tanto serio y desmañado según para qué cosas. Sin embargo, nunca se le ha visto soltar un mal grito, y su discurso es lento, dicho en un tono bajo.

Irse a casa

Al igual que ocurre en la delegación de UGT, la de CC OO se incrementa con otros miembros. Juan Ignacio Marín, secretario del Metal; Pepe Mateo, del gabinete técnico, escrupuloso con las cifras y los datos, o Miguel Zamora, el leguleyo de la delegación. Hasta ahora, en las negociaciones estuvo siempre José Corell, de la corriente autogestionaria y hasta el último congreso secretario de empleo.

Son los hombres que se enfrentarán al ministro de Trabajo, Joaquín Almunia, y que agotarán noches y madrugadas en negociaciones a veces aburridas e insoportables, resistiendo en demasiadas ocasiones la tentación de dejarlo todo, irse a casa y que otros salven al mundo. Preguntándose otras: "¿Pero quién me metería a mí en esto?".

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